tag:blogger.com,1999:blog-68120589667294485482024-02-18T18:27:28.938-08:00La serpiente que se muerde la colaVenus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.comBlogger15125tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-56933402230716077542013-02-22T13:54:00.000-08:002013-02-22T14:02:59.398-08:00Capítulo XV<i><span style="color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">If I tell you</span><br style="color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;" /><span style="color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">Will you listen?</span><br style="background-color: white; color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;" /><span style="color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">Will you stay?</span><br style="color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;" /><span style="color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">Will you be here forever?</span><br style="background-color: white; color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;" /><span style="color: #333333; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;">Never go away?</span></i><span class="text_exposed_show" style="color: #333333; display: inline; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><i>(...)<br />Hold me tight.<br />Please don’t say again<br />That you have to go.<br />A bitter thought.<br />I had it all.<br />(...)<br />The sweetest thought.<br />I had it all.</i><br /><b>Bittersweet-Within Temptation</b></span><br />
<span class="text_exposed_show" style="color: #333333; display: inline; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><b><br /></b></span>
<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/0iyt5aOC-sw" width="420"></iframe>
<span class="text_exposed_show" style="color: #333333; display: inline; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><br /></span>
<span class="text_exposed_show" style="color: #333333; display: inline; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><br /><br />Despertar. Abrir los ojos tan solo, pues mi mente todavía seguía inundada por la reminiscencia de aquella noche. Noté en un primer y tímido movimiento, mi cuerpo completamente seco friccionando contra otra piel. En el momento en el que cerré los ojos por un parpadeo, volvieron otra ver las emociones que con tanta fuerza habían aflorado dentro de mí; aquel amor que no debería estar sintiendo, aquella alegría triste, y entonces escuché un suspiro. La tapicería del sofá rozaba uno de mis brazos y mi mejilla al estar acostada encima del cuerpo de alguien, un torso extremadamente delgado que suavemente se balanceaba en una respiración. Me deslicé un poco hacia abajo, pudiendo apoyar mi cabeza en una clavícula sobresaliente primero, y después un poco más abajo. Abrir los ojos, que todavía inciertos en su campo de visión se entrecerraban para seguir durmiendo. ¿Y cuánto tiempo habría pasado? Los rayos de sol que entraban por la ventana del salón me habían despertado; eran lo suficientemente potentes como para indicarme que sería casi mediodía. Mas seguía con ganas de dormir. Hundí la cabeza en su hombro para bostezar silenciosamente, amordazándolo contra sus huesos, para chasquear la lengua después, melosa. Sergey. Quise pronunciar su nombre, mas tenía los labios demasiado resecos, la garganta demasiado aletargada como para poder emitir el más burdo sonido. Volví a acostar mi cabeza con más ahínco, en busca de comodidad, y me quedé en silencio cavilando. La proposición que me había hecho aquel atardecer, cuán imprudente era. ¿Acaso estaría dispuesta? La respuesta era obvia. Él la sabía, yo también. Pero, ¿por qué? Aquellas dos palabras inundaron mi mente de cuestiones sin respuesta. ¿Por qué vas a hacerlo? Decía. ¿Por qué vas a sufrir con él pudiendo vivir como hasta ahora? Repicaba. ¿Por qué vas a dejarle entonces? Inquiría. ¿Por qué es eso lo que quieres elegir, con millones de opciones que tienes en la vida? Y todas desembocaban en una sola pregunta: ¿Por qué él? Sí, él, concretamente él, el paciente 2.074, Sergey Valo, el moscovita al que las calles adoptaron como hijo. Había sido sólo un número, un número más. Apuesto a que si aquel día, nublada por el cansancio, me hubiese quedado en casa, o mejor aún, hubiese tardado un poco más, unos minutos, los que les llevase terminar la partida de canicas, habría ido tranquilamente a su habitación y, sin siquiera fijarme como solía hacer, le habría dado la medicación, colocado la vía del suero, y marchado sin más. Ningunos ojos verdes me habrían quitado el sueño, habría ahorrado cientos y cientos de lágrimas, ahora, en ese preciso momento no estaría allí con él, mirando de reojo cómo duerme mientras pienso en todos los caminos que podría haber seguido, en el rumbo que tomaría la vida de los dos, si aún en otra situación, un choque casual, un inesperado suceso, nos hubiese juntado igualmente, si estuviésemos predestinados, o fuimos nosotros los que alteramos drásticamente el rumbo de nuestras vidas a la deriva, que se van perdiendo entre la niebla de la incertidumbre, entre las chispas de lluvia que cae como la muerte, juntándolas.<br /><br />Me levanté sigilosamente del sofá, estirando las piernas mientras me sostenía con ambas manos, sacando los pies paulatinamente, para que no notase la ausencia. En cuanto me hube puesto de pie le observé de nuevo en silencio. No me importó en aquel momento dónde demonios estaría mi ropa; lo único que parecía existir para mí eran aquellos párpados finos, clausurando sus ojos de aquel color verde que semejaba soñado. Me incliné hacia él, apoyando ambas manos en mis rodillas. Tan cerca, que podía mismo escuchar su respiración escaparse por la boca entreabierta, reseca de haber enjuagado tanta saliva en la mía propia. Le acaricié con la mirada, no me atrevía a despertarle, aquella vez sí dormía profundo, sin ser de una manera forzada como sucedía en el hospital, al saturar sus venas de Diacepam, hacer que entrase en un estado ya no de sueño, sino de inconsciencia, en el que no pudiese sentir nada. Ni dolor, ni una caricia. Y en aquel momento parecía tener su cuerpo en un estado de vigilia sonámbula, tener los poros de su piel abiertos, sensibles a cualquier movimiento, a cualquier leve alteración del ambiente que flotaba a su alrededor, cualquiera podría ser el desencadenante de la rotura del sueño. No obstante arqueé la espalda, y en un fugaz instante así su labio inferior con los míos, dotándolo de humedad, de dulzura, de cariño. Me pregunté si había podido sentirlo, mientras me erguía de nuevo, sin poder dejar de mirarle. No pude evitar recordarle cuando había ido con él a radioterapia, también estaba dormido cuando lo había ido a buscar, la misma expresión, el mismo gesto, de serenidad, de alivio, de sosiego, con un ápice esta vez de satisfacción, de alegría, ¿de felicidad? Sonreí levemente, dándome la vuelta para poder buscar mi ropa. Mi camisa, mi pantalón, mojados antaño, parecían estar secos ya, tumbados sobre el parqué, mas un tanto arrugados. Los aprehendí entre los dedos, oteando por mi ropa interior. Estaban allí, en una esquina, cerca de la pared. Justo donde Sergey los había dejado. También los cogí, apresurándome a vestirme silenciosamente, intentando que él no se despertase, ahora que estaba tan profundamente dormido. El cabello, habiéndome vestido ya, me lo recogí en una cola de caballo, atándolo con el coletero que tenía engarzado siempre en la muñeca. Posteriormente, escribí, sobre el papel de una factura antigua que guardaba en el bolsillo, unas palabras, dulces, breves, concisas que deposité sobre el pecho de Sergey. Supe que las notaría. Sin atreverme a besarle de nuevo, para no despertarle, salí de su casa y, posteriormente, del piso.<br /><br />Y entonces se detuvo la lluvia. Se detuvo el mundo cuando abrí la puerta. Un aura fulgurante envolvía cada paso que daba, cada movimiento de mi melena castaña, cada breve sonrisa al pensar que un corazón palpitante me esperaba en casa. Avancé por las decadentes aceras, gozando de cada sonido de traqueteo de mis tacones, sintiendo como si fuesen la banda sonora de una película que no había hecho más que empezar. Ahora los dos estábamos lo suficientemente lejos del hospital para poder clamar que la batalla estaba perdida, pero al menos nunca más se tendría que volver a librar. Una suave brisa matinal parecía enredarse en mi cabello, acariciando mi piel blanquecina, haciéndome recordar aquel tacto de las manos de Sergey, gélido, lacerado, rasposo, peligroso, candente, atronador, como millones de serpientes recorriendo con sus escamas metalizadas mi cuerpo desnudo, entre besos húmedos de unos carnosos y finos labios pálidos, vibrantes, rebosantes de vida, de saliva y de amor. Y aquellos ojos, siempre tan apagados, intentando sacar chispas de la oscuridad entre sonrisas furtivas, las vi brillar repletas de vitalidad, vi arder la pasión en sus pupilas, la vi inflamarse como pólvora, crepitando entre besos impregnados de una respiración cálida como un manto grisáceo de dulzura. Le había visto vivir, y nada podía ser más gratificante.<br /><br />Me había fijado aquella vez en cada tienda de ropa, olisqueado cada puesto de flores, le había sonreído al día, y agradecerle al cielo que no llorara de emoción. Llegué a mi piso tras una larga caminata. Mi piso, pensé, este ya no es mi piso, y entonces una sonrisa amplia cruzó mis labios. Hoy llegaré a casa y me estará Sergey esperando. Cenaremos algo, quizás veamos la tele juntos, le dejaré incluso ver el fútbol si él quiere, aunque me tenga que perder el programa de medicina de Discovery Channel, y después, después haremos el amor. Sí, allí en el sofá, tapados con la manta gruesa, mientras resuenan los ecos de la televisión, me acurrucaré en sus labios, y lo haremos lentamente, tiernamente, dulcemente, hasta consumar, hasta que lo sienta muy dentro, y luego me quedaré dormida en sus brazos, con la cabeza apoyada en su pecho, así, cavilaba mientras abría la puerta de entrada, tras haber pasado por el ascensor, y escucharé su corazón, cómo late, y sonreiré, sonreiré porque pensaré “sigues vivo, mi amor”, y no será tan sólo un anhelo, ni una ensoñación, ni una preocupación como cuando dormía sola, sino una realidad, seguirá vivo, mi Sergey, mi niño, seguirá vivo.<br /><br />-¡Ñawr!-ah, claro, sí, las cosas.<br /><br />Comencé a rebuscar entre mi ropa, cogiendo la más importante, la que más a menudo llevaba y la que podría ser más práctica para mí. Descubrí tantas prendas que ya me quedaban estrechas, tantas que hacía años que no veía, alguna que había comprado en un arrebato y no había vuelto a poner…Como aquel vestido de color morado, completamente ceñido a mi cuerpo. Si me sirve, pensé, sonriendo ampliamente, Sergey me lo verá puesto. Me era imposible no pensar en él y no quererle, y no quererle sin amarle. Ahora estaría profundamente dormido, pensé, y cuando se dé cuenta de la notita, quizás ya esté de vuelta en casa. Necesitaba recuperar el sueño perdido. Aunque no podía evitar pensar en el sueño en el que podría sumirse. Solamente haría falta una leve presión sobre la tráquea, en un estado de nerviosismo, y sus pulmones no aguantarían. En mi propio pecho crece un malestar efervescente, que burbujea por todo mi esternón, solo con la mera idea de que pueda perderle…<br /><br />-¡Ñawr!-es verdad, las cosas.<br /><br />Coloco toda mi ropa en una maleta de color azul marino que guardaba por casa. No era santo de mi devoción, pero al menos tenía ruedines, y me sería más fácil llevarla. Posteriormente, me dirigí al baño portando un neceser de color rosa pastel. Como decían en tantas revistas de humor, una mujer no se ha instalado en el hogar de su amado hasta que no invade su baño con sus cremas hidratantes y su cepillo de dientes. Aunque no era mucho de cremas, sí guardaba cada muestrario de colonia que me daban en las tiendas, para poder llevar cada día una fragancia distinta. Era algo que me revitalizaba; mi olor decía mucho de mí. Desde un aroma dulce a uno tenue que pasa desapercibido, a uno natural con regusto a fruta. Sin embargo, el aroma de Sergey era siempre el mismo. No llevaba colonia, nunca en mi presencia lo hizo, mas su olor corporal no era desagradable, al contrario. Su piel llevaba impregnado un aroma similar al de la menta fresca, mas mezclado con canela y polvo, quizás a madera. La verdad, no sabría distinguir todas las esencias que hacían de su olor innato tan tremendamente especial. Quizás, a lo que realmente olía era a Rusia, olía a trastes de guitarra, a pasión, a entrega, a desafíos. Olía a fuerza, recogía cada fragancia de la calle. Del asfalto, de la acera. Su lateral del cuello desprendía un aroma a noche fría y a sangre burbujeante.<br /><br />Tras haber cogido mis perfumes, los champús y el cepillo de dientes, conteniéndolos en el neceser, lo guardo dentro de la maleta, en un rinconcito entre la ropa.<br /><br />RING, RING.<br /><br />Mierda. ¿Quién podrá ser? Mientras me acercaba al móvil, se me pasaba por la cabeza que pudiese ser alguno de los trabajadores del servicio de telefonía, que siempre pugnaban porque contratase servicios que ya había contratado o que no me interesaban en absoluto. Mas mientras extraía el móvil del bolso, un nombre se me cruza en la mente. Sergey. Sin mirar, alegremente descuelgo, respondiendo:<br /><br />-¿Diga?<br /><br />-“Sergey, he ido a coger unas cosas a casa. Vuelvo pronto, aunque no te preocupes si tardo. Te quiero. Postdata, adoro verte dormido”.<br /><br />Efectivamente, era él.<br /><br />-Veo que la has leído.<br /><br />-Estaba encima de mí, era un poco difícil no darse cuenta.-rió levemente, de forma entrecortada, un tanto ahogada, mas tremendamente hermosa.<br /><br />-Es que es verdad, cielo.<br /><br />-¿El que estás en tu casa o el que adoras verme dormido?<br /><br />-Ambas cosas.-me quedé un momento en silencio, esbozando lentamente una sonrisa, cada vez más y más ancha y sincera, espolvoreada con un leve tono de rubor.-Sergey. Esta noche ha sido la mejor de mi vida. Nunca había sentido lo que sentí entonces.<br /><br />-Yo tampoco.-escuché al otro lado del teléfono cómo tragaba saliva.-Ha sido una noche muy especial para mí.-musitó, tal y como lo haría un seductor nato al descubrir que uno de sus ligues le ha robado el corazón.<br /><br />-Volveré pronto, estoy acabando de recoger la ropa.<br /><br />-¿Quieres que vaya a ayudarte?<br /><br />-No, me las arreglo sola. Solamente tengo que coger un par de cosas más y ya me voy.<br /><br />-Bueno, bueno, como quieras. Yo te espero.<br /><br />Nos quedamos un instante en silencio. Ambos queríamos decir algo, sentíamos la tensión de las palabras golpeteando contra nuestras bocas, pero no sabíamos el qué. Podía escuchar su respiración profunda desde el otro lado del teléfono.<br /><br />-Sergey…<br /><br />Me aventuré a hablar primero. Era como si no quisiéramos asesinar una conversación que acababa de empezar.<br />Todo lo relacionado con la muerte nos daba un enorme pavor.<br /><br />-Qué…<br /><br />-… ¿Cómo te encuentras?<br /><br />Aquella era la pregunta que llevaba todo el día queriendo hacerle y él toda la mañana temiendo escuchar.<br /><br />-…Bien. Como siempre.<br /><br />-¿Te encuentras bajo de fuerzas, o algo?<br /><br />-Que estoy bien. No te preocupes.<br /><br />-Te tomo la palabra.-concluí, cerrando los ojos. Quería pensar que sus palabras eran ciertas, mas él llevaba enfermo el suficiente tiempo como para tener la capacidad de saber fingir de forma bastante eficaz los síntomas.-…Sergey…-volví a pronunciar su nombre, solo queriendo obtener una respuesta de su parte.<br /><br />-…Qué, mi amor.<br /><br />Volví a enmudecer. Solo el hecho de oír su voz me hacía sentirme más tranquila. Feliz, me atrevería a decir.<br /><br />-Que te quiero. Que estoy deseando volver a casa y dormir entre tus brazos.<br /><br />-Yo también te quiero. La casa está vacía sin ti, te extraño.<br /><br />-Quiero oír tu corazón, saber que estás bien, quiero sentirte, Sergey, con todo mi cuerpo.<br /><br />-Isabel, estoy contigo.<br /><br />-Pero vamos a colgar.<br /><br />-Pero sigo estando contigo.<br /><br />-¿Y si te fueras?<br /><br />-No me iré. Seguiré contigo.<br /><br />-¿Siempre?<br /><br />-Sí, vida. Siempre.<br /><br />Volvimos a extinguir nuestras palabras. Me sentía a gusto, había dicho cosas que necesitaba oír. Y yo le había contado al menos una cuarta parte de todo aquello que debía decirle. Acaricié levemente las teclas del teléfono. Quizás al otro lado de la línea Sergey notaría esa suave caricia en su mejilla consumida y huesuda, descendiendo por el lateral palpitante y estructuralmente frágil de su cuello.<br />En ese momento cortamos la llamada a la vez, desde puntos distintos de la ciudad de Santiago, en conjunción perfecta.<br /><br /><br />Continué haciendo la maleta, ¿qué más necesitaría? Algún libro, quizás, para poder pasar el rato. Metí uno o dos de anatomía, mis favoritos, y los que más se centraban en el problema que padecía Sergey. Entre eufemismos dudaba si llamarle problema, error o desgracia. Me coloqué de puntillas. Algún libro de Nietzsche me ayudaría a mantener la mente serena; alguno de Edgar Allan Poe, a escaparme del mundo; Bécquer, a buscar la belleza en el dolor. Y algún otro ejemplar que todavía no me había leído de autores variados. El cansancio me puede, haciendo que me tumbe en la cama mientras cavilo si queda alguna cosa más que guardar. Aunque sabía que mi mente se iría como suele por las ramas. Me invadió como un irracional miedo terrible, que provocó que mi cuerpo se tornase trémulo y dócil. A cada sentimiento de terror absoluto de llegar a perder todo lo que tenía en aquel momento, a que se derrumbase mi mundo precario, me sobrevenían a la mente las cálidas palabras de Sergey, con aquella voz cascada, grave y rota. Isabel, estoy contigo…sigo estando contigo…no me iré, seguiré contigo… Sí vida, siempre…</span><br />
<span class="text_exposed_show" style="color: #333333; display: inline; font-family: 'lucida grande', tahoma, verdana, arial, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18px;"><br />La oscuridad se apoderó de mis ojos hasta que pude ver una luz resplandeciente ante mí.</span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-76219585508958176992013-02-01T16:27:00.001-08:002013-02-01T16:27:32.464-08:00Capítulo XIV<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhbDgXjFGmoPmF3vvmoWTg-952SsezNGZ9ZjHRR3CyZdkCK0a9a6GSYRIKIOVmYgAMBIIJ5VhcADAqVD_w5WvLbreOxWIfJvlkLoRAukgEd_HLqqXf2_DmcdHalPjW3Z1wWsFhJNRVuXgM/s1600/tumblr_lf9g6jWAP31qdvv15o1_500_large.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhbDgXjFGmoPmF3vvmoWTg-952SsezNGZ9ZjHRR3CyZdkCK0a9a6GSYRIKIOVmYgAMBIIJ5VhcADAqVD_w5WvLbreOxWIfJvlkLoRAukgEd_HLqqXf2_DmcdHalPjW3Z1wWsFhJNRVuXgM/s320/tumblr_lf9g6jWAP31qdvv15o1_500_large.jpg" width="320" /></a></div>
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><span style="color: #333333; line-height: 14px;">Me aferré a su mano con fuerza para poder salir juntos. Recorrimos ambos con la mirada el paisaje que se mostraba en todo su esplendor ante nosotros. Apenas caminamos un par de pasos, antes de percatarnos de las feroces gotas que caían del cielo tal si fuesen agujas, sin siquiera poder verse más que colisionar contra el suelo ferozmente, provocando una incesante percusión. Vi los ojos de Sergey re</span><span class="text_exposed_show" style="color: #333333; display: inline; line-height: 14px;">flejar aquella lluvia, como si dentro de su córnea también se hubiese desatado una brava tormenta, una racha de viento que violentamente trajese consigo un cúmulo de lágrimas suspendidas en él, que no se atreviesen a salir del recinto en el que estaban dulcemente encerradas, mas temblando, agitándose, latiendo, mezclándose, estremeciéndose, palpitando. Solté entonces sus dedos para poder rebuscar en mi bolso por mi paraguas pequeño, refunfuñando en voz baja:<br /><br />-Mierda, estaba lloviendo. Joder.<br /><br />Esquivé todo tipo de objetos que llevaba guardados, algunos que mismo ni recordaba que los tenía, para poder palpar claramente el mango del paraguas y sacarlo, extendiéndolo en el acto para que aumentase de tamaño. Ala, ya podemos irnos, clamé. Mas la calidez de la presencia de Sergey se disipaba, lentamente, hasta llegar a desaparecer por completo entre el helor gélido de la tormenta. Me giré hacia él, entreabriendo los labios al poder observar lo que estaba sucediendo. Sus pies comenzaban a moverse en un impulso involuntario, saliendo del pequeño tejado que nos brindaba la entrada del hospital para guarecernos. Clavaba su mirada en el frente, en las gotas que nos lloraba la lluvia, como si se hipnotizase con sus distorsionadas figuras. En una milésima de segundo, pasó de la protección del edificio a exponer su cuerpo frágil a aquella tromba de agua, que lo empapó completamente. ¡Sergey! ¡Sergey, ven aquí! ¡Te vas a poner peor, mi amor, ven aquí! Comencé a chillarle, intentando abrir el paraguas que, por la ansiedad, parecía habérseme engarzado entre los dedos, sin dejarme expandirlo completamente. Siguió avanzando con lentitud, encharcando tu camisa cyan, su pantalón vaquero negro, su gorro de lana gris como las nubes, mientras las pequeñas chispas de agua se deslizaban por sus dedos largos, acariciando las marcas de las vías, aquellas heridas abiertas, todavía sanguinolentas, para desprenderse en la misma punta de sus uñas. Pude ver cómo se detenía en medio del aparcamiento desierto, de nuevo con lentitud. Quise volver a gritar, mas esta vez no pude. Orientó su rostro hacia el cielo, echando la cabeza hacia atrás, dejando que la lluvia empapase hasta el último rincón de su fisionomía, de su semblante. Fue entonces cuando yo también pude notar aquella inefable sensación que debió haber sentido, alzando la vista al mismo punto que él. Pude ver cómo flexionaba uno de sus brazos para aferrar el gorro en sus dedos, extendiendo el codo posteriormente para despojarse de la prenda, tirarla en el suelo. Mi paraguas resbaló poco a poco por mi mano hasta caer del mismo modo, provocando un seco golpe sobre la acera. Sentí un gran peso en la mirada que me produjo desviarla hacia Sergey. No había mudado de posición, seguía clavando sus ojos verdes en el cielo lluvioso, permitiendo que su humedad rozase su piel deshecha en desgarros, penetrase en su alma, tan carcomida por el sufrimiento, tanto que el dolor era lo único que parecía haber estado sintiendo todo este tiempo. Y entonces…En ese momento sonreía, pude verlo arquear los labios, entreabrirlos, en un ademán de alivio, de gozo, de libertad. Cerró con fuerza los párpados, extendiendo los brazos hacia los lados, notando traspasar las gráciles y chispeantes gotas su finísima camisa. Ensanchó la sonrisa, pudiendo ver escaparse de su boca un vaho pálido, que en el instante en el que lo expulsaba, comenzaba a disiparse y morir. Me acerqué sigilosa, sin tener otra cosa en la que poner los ojos que no fuese él. La lluvia comenzó a asolar mi cuerpo de forma cuasi violenta, ensangrentando mi ropa del humor que segregaban las nubes. Me agarré los brazos por el frío, mas inexplicablemente pude gozar de aquella sensación, era a la vez tan familiar a pesar de nunca antes haberla vivido, tan dulce. Llegué a colocarme tras la espalda de Sergey, llamándolo con un hilo de voz por su nombre, en tanto que apoyaba las yemas de mis dedos sobre su hombro. Antes de poder posar la palma completa, se giró súbitamente, agarrándome por la muñeca.<br /><br />-S…Sergey, ¿qué haces? ¿Qué haces?<br /><br />Amplió su sonrisa, me mostró sus dientecillos un tanto amarillentos, y en ese preciso momento comenzó a correr, llevándome consigo. Abrí los ojos escandalizada, buscando palabras con las que reprenderle, con las que obligarle a retroceder e ir a cubrirnos, mas no pude. Mis zapatos se libraron de mis pies, quedando desperdigados por el camino ante mi mirada atónita. Después le observé a él, y escuché que se reía. Fui relajando mi rostro, calmándome, hasta convertir mi sorpresa en una divertida e infantil sonrisa. Ignoro a dónde nos dirigíamos, mas salimos del hospital, que se encontraba en una pequeña colina, para adentrarnos por una acera desierta, cuesta abajo. Cerré los ojos. El viento zumbaba en mis oídos, haciendo que no pudiese escuchar nada más, ni siquiera mis propias carcajadas. La velocidad me hacía chocarme contra Sergey, haciéndolo acelerar todavía más. Sentía mis pies desvincularse del suelo y querer elevarse, caminando encima de la capa de lluvia que seguía empapándonos. Nuestra frenética carrera parecía acrecentarse, crecer las risas, volar los pies, y los cuerpos, y las almas. Terminó la cuesta, se giró, se detuvo. Colisioné contra su frágil pecho, haciéndolo quedarse un segundo sin aliento. Instintivamente me aferré a su camisa buscando esta vez quietud, serenidad, sosiego, dejé de reírme. Noté convulsionarse sus costillas entre mis manos, tomando aire a un ritmo descontrolado. Alcé poco a poco la mirada, cruzándola súbitamente con sus ojos. El agua seguía recorriendo su rostro con premura, rozando su piel mórbida y árida. Me aproximé un poco más, necesitaba sentir el feble calor que desprendía su cuerpo escuálido, débil, tembloroso en jadeos, mientras sus brazos me envolvían con cariño y afán de protección. Desvié los ojos hacia sus labios. Una gota de lluvia, tal si fuese un cristal tallado concienzudamente, tal si fuese un ápice, una pizca del licor más exquisito, más apetecible, resbaló por el contorno de su nariz, poco a poco bordeando su labio superior, quedando suspendida sobre él durante unos segundos. Sus espiraciones profundas la hacían estremecerse, peligrando su caída, haciendo que el diminuto reflejo del mundo que ofrecía se tambalease violentamente. Fue entonces cuando acerqué los labios, y rocé los suyos con suma suavidad, depositando en los míos la gota de lluvia, bebiéndola, junto con una capa de saliva ardiente que parecía marcar el preludio de un intensísimo beso. Con una simple opresión sobre mi cadera asesinó a la distancia, haciendo que esta vez notase su frenética y húmeda respiración contra mi propio pecho; notarlo temblar entre el abrazo que le ofrecíamos la lluvia y yo, mientras sus labios y los míos se fusionaban, simplemente dejándonos llevar por el mero impulso de notar en nuestra boca todas las palabras que el otro se estaba callando. Masticarlas, saborearlas, beberlas, elixir para embriagar el alma, alimento para que nuestro amor creciese, a pesar de las adversidades, se fortaleciese. Entreabrí los párpados suavemente, y pude contemplar los suyos cerrados, gozando de una oscuridad absoluta que le hiciese estimular el tacto que sentían sus labios. El frío de la lluvia que pugnaba por calar en nuestros cuerpos se desvaneció en el vapor intenso de nuestro corazón en ebullición. Dejé caer mi cabello mojado a lo largo de mi hombro con un movimiento extasiado de cuello, deslizando mis manos por su ancha y huesuda espalda, trazando figuras inconexas en ella, quizás letras, un “te quiero”, o simplemente sensaciones, pálpitos de un amor que, como la lluvia, fluía con tanta fuerza, con tantísimo ímpetu, con violencia, contra viento y marea, y a la vez con tanta gracilidad, tanta melancolía y tristeza, tal dulce, como un llanto, efímera como un beso, llena de vida y vaticinadora de la muerte, camino andado y por andar del agua del deseo, ríos y ríos atravesando el asfalto. Esta vez abrimos los ojos a la vez, pudiendo observar su resplandor verdoso entre la niebla que el ambiente arrojaba sobre nosotros, ocultándonos. Y cuánto brillaban aquellos ojos verdes, cuantísima esperanza había dentro, era innegable, indudable, cualquier médico, incluso Domínguez, o Cambón la habrían visto, no podrían cuestionármelo. Aquellos ojos querían vivir. Poco a poco nos separamos, solamente unos centímetros, solamente nuestros rostros. Me tomó de la mano, la interpuso entre mi pecho y el suyo; todavía su respiración seguía mostrándose profunda y desbocada, y agitado el latido de su corazón contra mi dorso. Inspiró con fuerza, pudiendo escuchar un leve pitido que se escapó de sus labios. Y me susurró, entre la lluvia, conteniendo su voz en cada una de las gotas que rozaban sus labios: Vámonos a casa.<br /><br />La calle se abrió ante nosotros como nunca antes lo había hecho en presencia de uno de los dos en soledad. Cada una de sus luces se iluminaba, tal si fuesen estrellas, haciendo resaltar la lluvia, como si lo que cayese del cielo fuesen chispas incandescentes de fuego. No cesaron las risas, que hacían vibrar el ambiente; él se alegraba de que yo estuviese contenta, y yo de que él estuviese feliz. Después de estar tantos meses de hospital en hospital, con el sonido de fondo del electrocardiograma, ejecutando su trabajo sin un solo descanso, produciendo ese sonido que tanto le enervaba. Después de tanto tiempo, estaba respirando el aire húmedo de la calle, estaba siendo azotado por el viento, por la dulce tormenta que lo acogía en sus brazos. Y ese brillo en los ojos me indicaba que parecía que no se lo acababa de creer. Recuerdo, este detalle no pienso olvidarlo, que cuando estaba en aquella cama, le tomaba de las manos, y estaban congeladas, a pesar de tener mantas a su disposición, la calefacción puesta…Él tenía frío. Tenía frío dentro, cada movimiento suscitaba en él un insoportable helor gélido, toda la sangre que su corazón intentaba bombear no era más que un humor álgido, que casi no podía moverse sin ese costoso empujón; y en aquel momento las tenía calientes, sus dedos, las palmas, estaban ardiendo. El simple hecho de haber salido afuera, sentir el exterior en sus carnes, lo había cargado de vida, y de optimismo, y de alegría. Caminaba, se giraba para sonreírme, me contenía en sus brazos cálidos, me besaba tanto, tanto, y una lágrima, una sola lágrima se deslizaba por mi mejilla, confundiéndose con el agua de la lluvia. Ignoro si eran de impotencia, de dulzura, de satisfacción o de amargura; sólo sé que eran lágrimas de amor. Volvimos a pasar por aquella calle destartalada, llena de yonkis por las esquinas, tan decadente, tan antigua, tan triste, mas esta vez íbamos juntos, y sin la guitarra, la cual ya nos esperaba en casa.<br /><br />Con las llaves que guardaba en el bolsillo izquierdo de la parte de delante de su pantalón vaquero negro abrió la puerta de entrada, profiriéndome un beso sobre el cuello para que fuese la primera en entrar. En el momento en el que crucé el umbral, y la puerta se cerró, espalda contra pecho, una ráfaga de pasión cruzó todo mi cuerpo como un estruendoso rayo, haciéndome estremecerme entre las serpientes húmedas que me contenían, que rodeaban mi cuerpo con tanta vehemencia. Un solo gesto, me giré rápidamente para poder contactar con su rostro, escudriñarlo en un golpe de vista, en una respiración jadeante, en un instante de silencio. La ropa comenzaba a pesar.<br /><br />La oscuridad. Las serpientes se deslizaron por mis caderas, reptaron por mi torso, deseosas de buscar el lugar más inicuo donde inyectar su tóxico veneno, que traía consigo sangre agitada, saliva y esperma. Poco a poco mi pecho dejó de sentir esa presión, y en cambio notó una ráfaga fría de curiosos dedos de guitarrista. Mis hombros pronto se libraron de una pesada carga, dejándola caer, en tanto que ahogándome en besos me dejé dirigir hacia atrás, más atrás, más atrás, hasta que mi espalda notó el rugoso tacto de la dura inerte pintura. Mis uñas se engarzaron en la lana que tanto debía estar pesándole, tanto como un enormísimo bloque de hierro encima del corazón, arrojándola bruscamente al vacío de la noche, todo lo lejos que unos brazos deseosos de un cuello en el que aferrarse les permitieron. Una caricia perfiló mis pechos y los liberó de la húmeda opresión del sujetador negro, dejándolos a merced del aire, de sus dedos, y de cualquier serpiente que quisiese morderlos. Pronto su camisa cedió a la ley de la gravedad con un solo movimiento de hombros, y la ayuda de unas manos intrusivas. Y luego mi pantalón, su pantalón, fueron tan deprisa, tanto como un latido suspendido en el tiempo. Un gemido que se escapó de unos labios pálidos, que contuve en unos más rosáceos, más gruesos, haciéndolo mío, respirándolo, inspirándolo, espirándolo, expirando. Por un momento me mantuve inerte mientras mis bragas mojadas caían al suelo, mostrando ante él un sexo mucho más colmado, lleno, repleto de ácido del aguijón de la punta de los dientes de una cobra rabiosa. Las escamas del curioso áspid lacerado rozaron mis caderas en un deseo irrefrenable, un lúbrico impulso, que provocó en mí haber agarrado los bóxers de su dueño, y con fuerza tirar hacia abajo, hacia las rodillas huesudas, hasta poder sentir aquella calor de vida y gozo y amor hirviendo como ríos de lava. Mis labios se aferraron a su clavícula, besándola, con ansia, con agitación, jadeante, bajando, arqueando la espalda hacia su pecho, orientando mis besos hacia su pezón latente, rodeando la aureola con saliva llena de todo resto de tristeza. No, mi amor, creí oír, un gemido y sus manos presionaron mis riñones manteniéndome erguida. El veneno de sus ojos me mantuvo mansa, más ligera, ligera de equipaje, de todo aquello que me preocupaba, disipándose todo al tiempo que se expandía el esplendor de sus ojos, corría por mi sangre como corren los caballos a trote. Acerqué mi pelvis a la suya, un golpe, ¡pum! Y entró dentro. Sus dedos arañaron la piel de mi trasero, indicándome el camino al lecho, mas clavé las uñas en sus hombros, obligándolo a mantenerse en la misma posición, así, podía sentir su calor mucho más potente, su respiración tan apasionada, tan deseosa del néctar que mi sexo guardaba en su interior. Alcé la pelvis, engarcé mis piernas con las suyas, y empujamos ambos a la vez hacia dentro. Lava comenzó a arrasar mi ingle, haciéndola abrasarse, ahogar un grito en el que pudiese recitar el poema más emocional del mundo con un simple ah. De los pulmones de Sergey se escapó un leve gemido, incliné el rostro y lo besé, le pasé mi aire, le susurré mis chillidos, y una nueva embestida, una ola de fluidos corriendo por mis piernas, y ahora no valía detenerse. Y otra, y otra, al fondo, muy al fondo, donde una guarda la esperanza y el peligro, y otra, más, conmino sobre sus labios en silencio, ni siquiera tengo tiempo de seguir respirando. ¡Más! El cuerpo todavía empapado por la lluvia, podría beber de ella hasta la saciedad si el vaso que la contuviese fuese el cuerpo de vidrio de Sergey. Él relamió mi barbilla, se detuvo por un momento, no podía respirar, no podía, no podía, pero también necesitaba más, ¡más! Un golpe más de cadera, y sin tiempo a reaccionar una cadena interminable que parecía atarnos a los dos. Uno al corazón del otro…La habitación se quedó en silencio. La cobra había descargado ya todo su veneno. Y él, y yo, estábamos, por un momento, muertos, bocas entreabiertas queriendo decir algo que tuvimos que anegar, los ojos clavados fijos, como navajas, como dardos, en llamas. El pecho inmóvil, uno contra el otro, solamente el latir de dos corazones acompasados, golpeando violentamente, querían perturbar el silencio con sus presencias. Y de repente, en un suspiro, nos dejamos caer en los brazos del otro. Apoyé mi oído en su pecho y pude sentir todavía la lluvia…</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-17490317574521902322013-02-01T16:23:00.003-08:002013-02-01T16:25:20.412-08:00Capítulo XIII<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibxjd7iv6oBFC6Z6CE28mOyFOGKzevUJKi9Dlx0mIwmXrg9CViHeru_BAG7pYxICnPDcsl8rSoeb4f5WnKD8DGslwpLN5XC2NK-Zm_vnI901cONSfqEExixKyhup4qQZUKA6ABcV1vIuc/s1600/tumblr_ldcfyj40Py1qd5927o1_500_large.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="236" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibxjd7iv6oBFC6Z6CE28mOyFOGKzevUJKi9Dlx0mIwmXrg9CViHeru_BAG7pYxICnPDcsl8rSoeb4f5WnKD8DGslwpLN5XC2NK-Zm_vnI901cONSfqEExixKyhup4qQZUKA6ABcV1vIuc/s320/tumblr_ldcfyj40Py1qd5927o1_500_large.jpg" width="320" /></a></div>
<span style="color: #333333; font-family: Georgia, Times New Roman, serif; line-height: 14px;"><br /></span>
<span style="color: #333333; font-family: Georgia, Times New Roman, serif; line-height: 14px;"><br /></span>
<span style="color: #333333; font-family: Georgia, Times New Roman, serif; line-height: 14px;">“Y aunque caigas en el suelo mil veces y mil veces no te puedas levantar… </span><br />
<span style="color: #333333; font-family: Georgia, Times New Roman, serif; line-height: 14px;">Yo te ayudaré a vivir.”</span><br />
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br style="color: #333333; line-height: 14px;" /></span>
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><span style="color: #333333; line-height: 14px;">La última línea. Una última frase que colmaba de comprensión aquel poema. Toda la noche escribiéndolo había merecido la pena. Era justo lo que había querido plasmar. Íbamos a vivir juntos, la vida que él quisiese. Recordar, olvidar, experimentar, amar, sufrir, llorar. Su risa era mi risa. Sus suspir</span><span class="text_exposed_show" style="color: #333333; display: inline; line-height: 14px;">os, mis suspiros. Su vida, mi vida. Le ayudaría a no perderla, a mantenerla firme dentro de él. Que siempre que rozase su piel una ráfaga de sangre provocase un latido más a su corazón. Que cada contacto hiciese saltar una chispa en sus pulmones y abastecerlos de aire. Que un simple beso pudiese servir de motor, que siguiese girando y girando el iris de sus ojos. Yo le ayudaría, claro que sí, por supuesto que lo haría. Pero si él me enseñaba primero a no llorar. Tendría que haber sido yo la que bajo una cortina de alegría escondiese mis sentimientos; era él el que debía derramar lágrimas, desahogarse, liberar tensión en riachuelos de agua salada por sus consumidas mejillas. Le vendría tan bien, se quitaría un peso tan grande de encima, tan grande, que quizás le ayudaría a poder volver a respirar. Yo le enseñaría, le ayudaría, pasaría horas intempestivas en la cama del hospital con él, sonriéndole mientras él llorase, para calmarlo tras haber descargado impotencia. Eso haría. Pero tendríamos que necesitar mucho tiempo, y el tiempo se agotaba tan rápido como la velocidad del sonido. El tiempo… era lo único que nos faltaba. Como arena entre los dedos se nos escapaba con rapidez, sin darnos tiempo a poder recuperarlo sin perder todavía más del venidero, sin poder conservarlo sin que pequeñas partículas de conchas rotas nos resbalen por los nudillos. Ni siquiera dos pares de manos son suficientes para retener arena tan fina, ni siquiera para retrasar su frenética huída. Ni siquiera miles y millones de lágrimas la harían frenar, sino saltar como si cayese en ella una violenta chispa. Y él tendría que seguir contenido en la habitación, jaula para todo aquel que desea volar, cual cárcel de barrotes blancos, atado con fuertes cadenas contenidas en cables de cobre clavándose a lo largo de todo su cuerpo, ya tan consumido por la enfermedad, tan frágil, tan trémulo y pálido, sobresalientes sus huesos cubiertos de piel, ya no de carne, los cuales mismo son fáciles de agarrar, y mismo de romper, como si estuviesen hechos de vidrio fino; el más mínimo movimiento en falso y se resquebrajarían en miles de pedacitos de un color blanco roto, se esparcirían como sueños, como la esperanza, gran ramera, como lágrimas, por el suelo de la habitación, escondiéndose entre los huecos de las baldosas. Fuera seguiría lloviendo grácilmente sobre el jardín reflejado en sus ojos.<br /><br />Y otra vez el repiqueteo de mis tacones negros sobre los yermos azulejos blancos del pasillo, que parece estarme chillando que me estoy equivocando por enésima vez al ir a verle, mas se contradice a sí mismo dejándome avanzar hasta el fondo. Otra vez las miradas en la entrada, en el ascensor, en cualquier lugar dentro del infernal recinto, pobre chica, dominada como un animal por sus instintos, dominada como una estúpida por el amor, dominada como una sensiblera por la caridad, y la compasión, y la tristeza. Haberse echado a perder, dirían, entre las sábanas de un enfermo terminal, uno que más valdría que se muriese para dejar una cama libre. Uno que no puede darle nada más que volátiles esperanzas, que sueños en sublimación, que besos fugaces, breves, entrecortados, en lugar de longuísimos y cuasi eternos contactos de labios, deteniéndose entre cada uno a jadear como un maldito perro. Las ignoré, hice caso omiso a las taladrantes miradas. No me importaba lo que pudiesen pensar, Sergey era mío, sus pulmones eran míos, y yo los iba a cuidar a contracorriente, ni el más inicuo de los males, pensaba en aquel momento, me los iba a arrebatar de las manos. Preferiría sustentarme en verdades efímeras que en duraderas mentiras. Me detuve en el pabellón, avanzando con rapidez, casi a trote, por el pasillo. Los niños estaban jugando al fútbol en pandillita, y entre ellos estaba la pequeña Gloria, de portera otra vez. Me sonrieron, saludándome con la mano enérgicamente; desde que había jugado con ellos, me querían casi tanto como a Sergey. Les devolví el saludo de una manera más discreta, con el propósito de no entretenerme demasiado. Me detuve enfrente de la habitación 200. Me cercioré mirando el cartel que se alzaba sobre la puerta, y luego volví a fijar la mirada en el manillar. Quizás si hubiese llamado a la puerta la verdad habría caído sobre mí como una grácil pluma, balanceándose suavemente sobre el aire, soltada en el momento justo. Pero no.<br /><br />Entré sin apenas hacer ruido con los tacones, mismo conteniendo la respiración, procurando que mi presencia lo sorprendiera. Me asomé tras la cortina amarilla, y durante un segundo la imagen me invadió los ojos. La camisa del pijama estaba sobre la cama, indiferentemente esparcida por las sábanas. Frente a mí, la espalda de Sergey, dejando a descubierto la serpiente de su nuca, devorándose a sí misma, como las gotas de lluvia mordían los cristales de la ventana, transformando su silueta en una etérea sombra negra que parecía vagar sobre el cielo grisáceo sin dueño que la sujetase. Libre. Su cintura se volteó suavemente, agarrando una camisa de color blanco con finísimas bandas cian, aprehendiéndola entre sus dedos, para después colocarla sobre sus hombros, introduciendo sus brazos consumidos por las mangas. Antes de darme tiempo a ejercer de mediadora entre mis impulsos y mi conciencia, me dirigí hacia él con velocidad, clavando los ojos en la camisa, y en el pantalón vaquero negro, que ceñía sus piernas largas, y me situé a su lado, apoyando una mano en su hombro y girándolo en el acto bruscamente hacia mí. Sus ojos verdes, embargados por el sobresalto en aquel momento, que parecía palpitar en el centro de su pupila, se clavaron en los míos, anegados de incertidumbre, estrangulados por el dolor hasta el punto de doler cada parpadeo.<br /><br />-Sergey, ¿qué haces así?-le pregunté, con un ápice de temblor en la voz.-Métete… Métete en la cama ahora mismo si no quieres ponerte mal.-le agarré por la muñeca súbitamente, y el resto pasó en el tiempo que me duró sentir en mis dedos un latido de su vena.<br /><br />Fue él el que me cogió de la mano entonces, asiéndola con fuerza, entrelazando con violencia mis dedos entre los suyos. Volví a mirarle. Sus pensamientos se volvieron diáfanos para mí en un momento, en una agitada exhalación salida de mis labios. El tiempo se detuvo entonces por un instante. De nuevo, noté todo girar alrededor de mí. El ruido ensordecedor del pasillo. Las enfermeras, los médicos, enfermos, enfermos, enfermos, los niños, trabajo, trabajo, la lluvia… En ese momento el único lugar que existía para mí era el congelado mundo que habíamos construido en tan poquísimo tiempo, y que parecía querer quebrarse con el más mínimo movimiento, con el roce más insignificante en la piel del otro. Sus palabras fueron tácitas para mí en aquel instante, mas no quise escucharlas, tan solo agudicé el oído para notar la brisa, el helor que salía de sus labios entreabiertos, produciendo el ronroneo más dulce que podría haber escuchado nunca, como si fuese el suave sonido de repinique de la lluvia. Se sentó sobre la cama súbitamente sin dejar de mirarme, y yo le seguí, sin articular ni la más mínima palabra, ni el más leve ruido, nada. Tantas vueltas, y vueltas, y vueltas, tanta rapidez alrededor de nosotros, y ajenos a todo nos seguíamos observando mutuamente, como si el tiempo no pasase, eso que tanto nos escasea, que tanto deberíamos valorar, lo dejamos escapar mientras exploramos los ojos del otro todas las inefables verdades, los sentimientos en construcción y los sentimientos en acto que alberga dentro de sí. Mis dedos se mantenían entre los suyos, mas poco a poco se fueron asomando a su muñeca; ahora su corazón latía tan tranquilo, como siempre, tan distante de la realidad, un golpe tras otro, un segundo tras otro, acumulándose. Un golpe tras otro más de vida, un golpe tras otro más de sentimiento, de amor, quizás de tristeza, de impotencia, pero un golpe tras otro. Notaba como si contuviese su corazón entre mis manos, otro bien preciado que proteger, observar cómo poco a poco se consume como una flor que se va marchitando. En aquel momento el entero cuerpo de Sergey, todo lo que albergaba dentro, se volvió tan transparente y tan diáfano, como si enteramente estuviese cubierto por vidrio fino, que contenía dentro de sí gotas de lluvia, acordes de guitarra, con su ritmo incesante, y algo que contarme.<br /><br />-Isabel, me voy.-consiguió arrancar, volviendo de nuevo ambos a la realidad. En nuestro mundo no existían los cánceres ni los hospitales.<br /><br />-¿Qué te vas?-arranqué, nerviosa, sacudiéndome.- ¿Estás loco? No…No te puedes ir.<br /><br />Él en cambio hablaba con aquella voz gravísima y suave, casi como una sónica caricia; tan calmado, tan sereno, tan velado, pero a la vez con ese manto cetrino sobre las cuerdas vocales, aquella leve congoja, inaudible, intangible, cubierta con su respiración acentuada.<br /><br />-Domínguez me ha dado luz verde. Dice que quizás sea lo mejor, si es que no quiero pasar aquí lo que me queda de vida.<br /><br />-Pero él no manda en ti. Si quieres seguir con el tratamiento, yo me encargaré de que sigas.<br /><br />-¿Y de qué serviría, Isabel, de qué serviría?-esta vez sonaba con mucha más amargura aquella voz, con ese ápice de resignación, aunque sin querer todavía rendirse.-Tengo metástasis hacia el hígado y la garganta, ahora sí que no hay marcha atrás. Dice que me seguirá dando la radio de vez en cuando y la quimio paliativa. Unos ansiolíticos para tomar y unos corticoides, para cuando me encuentre mal.-me relató con mucha calma esta vez, aunque bajando ligeramente la voz, convirtiéndola en un muy leve susurro.<br /><br />Negué con la cabeza varias veces, sin perder el contacto con sus ojos. Mis lágrimas no podían permanecer cubiertas más tiempo, y comenzaban a salir a borbotones, como sangre de una herida abierta. En una décima de segundo como un rayo mi mirada se desvió hacia el suelo, cerrando en el acto los párpados con fuerza. Mi pecho se convulsionaba en sollozos ahogados, intentando no herirle, no hacerle daño, y a la vez sacar todo aquel dolor dentro de mí, aquella impotencia. No había nada que hacer, Domínguez había dicho que era una causa perdida, pero no, no, me negaba a creerlo. Tenía que haber alguna solución, no dejaba de repetirme, cualquiera, por muy arriesgada que fuese, será mejor que no hacer nada. No podía dejar que se me escapase, como si fuese lluvia entre mis dedos. Mis párpados se entreabrieron entre la niebla que había arrastrado mi llanto. Noté una presión cálida en mi mejilla de la que ni siquiera me había percatado antes. Sentí un influjo protector alrededor de mi tronco, acariciándome la espalda, los codos, rozando cada poro excitado, haciendo que se tranquilizase, y poco a poco se fuese acostando sobre mi piel. Alcé la mirada, encharcada todavía de lágrimas. Era Sergey que me abrazaba con ahínco, con fuerza, mas con suavidad, con mucha delicadeza, procurando otorgarme ese calor que tanto necesitaba, esa quietud. Una de mis manos lentamente se fue elevando, rozando cada pliegue de su camisa, cada frágil costilla, catándola con las yemas de mis dedos, haciendo que su tacto se quedase grabado a fuego en cada rincón de mi mente, hasta llegar a apoyarla al lado de mi rostro, sobre su pecho, rozando mi nariz. Sé que me hablaba, que no dejaba de besarme, de susurrarme, mas no escuchaba absolutamente nada más que su respiración profunda, ronroneando en mis oídos, y el suave sonido de pizzicato de la lluvia sobre los cristales. Alcé completamente los brazos, enroscándolos en su cuello como una serpiente dulce, la cual intenta con su tierna mordida insuflar vida dentro de un cuerpo tan derrotado, tan frágil, tan desgarrado y roto ya. Escuché cómo su respiración escapaba entre sus dientes, traduciéndose como una llamada dulce a la calma, como un siseo extremadamente delicado, prácticamente inaudible, mas eran perceptibles sus tiernas vibraciones sobre el esternón. Agudicé entonces el oído, para poder escuchar su voz grave y velada, susurrando con mucha serenidad:<br /><br />-Isabel, deja de llorar. Aquí no se ha perdido nada que no estuviese ya perdido.-inclinó sus labios para brindarme un beso sobre la frente.<br /><br />Mi mano tomó impulso para poder separarme de su pecho, y poco a poco enderezarme, pudiendo cruzar nuestras miradas. La feble y trémula luz que reflectaban las gotas de lluvia de los rayos de un sol agonizante hacía su rostro tan enfermo todavía más bello. Sus ojos verdes, radiantes de fuerza, de valentía y de entereza, irradiaban un brillo tan bonito. Era tan hermoso aquel cuerpo escuálido y mórbido, tantísimo, envuelto por aquella luz tierna, que en aquel momento en el que lo observaba, la enfermedad dejó de existir, se desvaneció junto con el vapor de mis lágrimas, que se engarzaban entre los dedos de Sergey como perlas. En aquel momento se disipó toda mi preocupación y mis dudas, con la visión de sus labios murmurar.<br /><br />-Si tengo que pasar mis últimos días con alguien, quiero que sea contigo. Vente a vivir a mi casa.<br /><br />-Sergey…yo…<br /><br />-Domínguez me ha dado una semana a lo mucho.<br /><br />-Domínguez es gilipollas.-interrumpí, clavando la mirada en su pecho, mas él me forzó a volver a alzarla.<br /><br />-Isabel, escúchame.-musitó, entrecerrando los ojos.- Tenemos que esperarnos lo peor; no podemos saber cuándo…-sus párpados volvieron a abrirse. Esta vez sus iris estaban más turbios, a pesar de la calma de su voz.-Puedes seguir con tu piso, para tener donde vivir cuando pase.<br /><br />-No hables así, mi vida, no hables así.-susurré con la voz rota, tapándole la boca con la punta de mis dedos. Odiaba escuchar la muerte de sus labios.<br /><br />-Solamente-prosiguió, apartando mis manos con un apretón cálido en la muñeca.-dime si aceptas. ¿Quieres venir conmigo o no?<br /><br />-¿Cómo eres capaz de dudarlo?-le cuestioné casi en un sollozo.<br /><br />Me incliné bruscamente para besarle sobre sus álgidos labios, apoyando ambas palmas de mis manos sobre su pecho. Él fue poco a poco alargando el beso, pugnando por aproximarme, rodeando mis caderas. Mis brazos de engarzaron entonces en su cuello, empapando su rostro con mis amargas lágrimas. En aquel momento, no podía ni siquiera distinguir si eran de felicidad o de tristeza. Mi cuerpo había dejado de sacudirse, mi carne había dejado por completo de temblar, mas toda aquella tensión se había acumulado en mi mandíbula, subiendo hacia las sienes como veneno que se expande. Entreabrí los labios entre aquel dolor insoportable, acariciando con infinita dulzura los labios de Sergey, tan resquebrajados y resecos, tan repletos de heridas, procuré que él no notase mal, con mucha delicadeza le besé. Lentamente nos fuimos separando, entreabriendo los ojos para intercambiar ambos una eterna mirada. Ninguno de los dos era capaz de argumentar nada más, ni él a favor ni yo en contra. Ya estaba todo dicho, y lo que no habíamos dicho, tácitamente se había escuchado. Sus pulgares me acariciaron el dorso de mis manos, intentando proveerlas de un calor que no tenían. Hice un ademán de levantarme, para que pudiese seguir vistiéndose, mas tiró de mis manos hacia abajo para detenerme. Observé su atuendo en un golpe de vista. Ya estaba arreglado, solamente le faltaba algo. Se giró, sin soltar una de mis manos, hacia la mesita de noche, de donde sacó aquel pedazo de cielo lluvioso que le había entregado. El gorro de lana gris. Él se lo acercó a la cabeza, mas una de mis manos se apoyó en su muñeca para detenerlo. Fui yo entonces la que engarzó entre sus dedos el gorro, para poder colocárselo. Incliné mi tronco ligeramente hacia el suyo, deslizando ambas manos por su nuca, acariciando en el acto la serpiente que se mordía su propia cola. Pincé los extremos del gorro y habiéndoselo afianzado en la nuca, tiré de ellos, pudiendo cubrir el resto de su cabeza, provista de algún que otro cabello castaño, aunque no tan largo como en la fotografía de su DNI. Mis dedos serpentearon esta vez por su frente, cuidando de no taparla demasiado y que no le picase; en tanto, mis ojos habían permanecido observándole con total compenetración, recibiendo una mirada recíproca por su parte, embebiéndome con las hechizantemente verdes escamas de las serpientes que se agolpaban en su apagado iris. Fui dejando caer mis manos por sus mejillas, notando su extrema delgadez, mas también su suavidad delicada de mórbido mármol, coronada por algún que otro mechón castaño que se entrometía entre su piel y la mía. Vámonos, le susurré, no quería estar ni un minuto más allí encerrada. Igual que Sergey, o también sentía un atroz impulso de salir corriendo por la puerta de urgencias y no volver jamás. Aunque allí fuese el sitio donde culminase nuestro amor, sabíamos que fuera podría florecer con mucho más ímpetu.<br /><br />Su cuerpo se erguió separándose de la cama, tomándome de las manos para que le siguiese, todavía con la mirada clavada en sus ojos. Noté mi cabello golpear mi espalda, flotando etéreo en el golpe de evanescente inquietud que el alzarse había supuesto. Volvimos a acortar distancias, mas nuestros labios esta vez no se rozaron, ni los suaves mas inexorables latidos de su corazón acariciaron mis oídos, esta vez solamente apoyó su frente sobre la mía, sin ejercer apenas presión, como temiendo quebrarlas con un ápice de fuerza que derrochásemos. Cerré por un segundo los ojos gozando de la tranquilidad, mas al instante volví a abrirlos, deseando volver otra vez a degustar la vista del depauperado brillo que producían los suyos. Allá vamos, le escuché susurrar, mientras se separaba para tenderme la mano, a la que sin duda me aferré, notando en las yemas de mis dedos las marcas que las vías habían desgarrado en su piel. Fue él quien dio el primer decidido paso, siguiéndolo de uno mío en consecuencia, sonoro debido a los tacones, que se fueron engarzando con una ráfaga de palpitantes pasos hasta alcanzar la puerta, la cual abrió una de las resquebrajadas manos de Sergey, agarrando el picaporte con fuerza, mas notándose un feble temblor al no llegar a creérselo de todo.</span></span><br />
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<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #333333; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 14px;"><br /></span></div>
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><span class="text_exposed_show" style="color: #333333; display: inline; line-height: 14px;">El pasillo se abrió desierto y yermo ante nosotros, como si fuese una larga pasarela que nos llevase, camino trémulo y deseado, hacia esa libertad que le hacía tantísima falta al cuerpo tan derrotado de Sergey. Esta vez caminamos al mismo ritmo, en la misma dirección, sin intención de mudar la trayectoria. Quizás fue el ruido de nuestro calzado, pues una puerta se abrió, y a nuestras espaldas resonó una voz, que llevaba por bandera en nombre de Sergey. Él se dio la vuelta lentamente, al conocer al dueño de aquellas palabras, mas mi curiosidad me hizo aumentar la velocidad de mi mirada. Apoyada en el marco de la puerta, observándonos con un ademán vergonzoso y a la vez confuso y triste, se encontraba la pequeña Gloria abrazada a una muñeca vestida de princesa, sin ser capaz de articular palabra alguna hasta que Sergey no le respondiese:<br /><br />-Pequeña, escucha, yo…<br /><br />-¿A dónde vas?-se apresuró en inquirir, frotándose un ojito con el puño.<br /><br />-Verás…-la presencia de la pequeña le había pillado tan por sorpresa, que ni siquiera era capaz de inventar una excusa.<br /><br />Entonces, el sonido de la voz de Sergey hizo que más puertas se abriesen en el acto, como si fuese por consenso, haciendo que se asomasen a mirar más niños, temiéndose lo peor al verle vestido de calle.<br /><br />-A…Ahora que estáis todos…-miró hacia ambos lados del pasillo, pudiendo intercambiar una mirada con cada chiquillo. Suspiró fuertemente, entrecerrando los ojos.-Voy a irme del hospital.-abrió los ojos convencido por sus palabras, intentando otorgarles veracidad.-Ya me he puesto bien así que tengo que irme. Os prometo…os prometo que me acordaré todos los días de vosotros.<br /><br />Hizo una pausa para poder tragar saliva, temiendo que pudiesen percatarse de las gotas de sudor frío que resbalaban por su cuello debido a la brutal mentira que estaba contando. Se hizo el silencio por un momento, tal era que podía incluso escucharse la respiración de cada uno de los presentes, los cuales seguían observando a Sergey, esperando que desmintiese sus palabras. Fue entonces cuando el silencio se quebró de repente, en el momento en el que la pequeña Gloria estalló en lágrimas, dejando escapar de su garganta un sollozo tan fuerte que parecía desgarrársela. Tiró la muñeca en el suelo provocando un seco golpe, antes de echarse a correr hacia Sergey y abrazarse a una de sus piernas, hundiendo la cabeza en su cintura para poder amordazar su llanto. Mi vida, susurró de forma casi inaudible, acuclillándose para poder mirarla de frente y pudiese ella apoyarse sobre su hombro, sin dejar de gimotear cada vez más fuerte.<br /><br />-Gloria, mi vida.-musitaba sobre su oído, acariciándole la cabeza sin cabello alguno muy suavemente, temblando esta vez de forma visible.-No llores, por favor, no.<br /><br />Siguiendo con el ejemplo que la pequeña les había brindado, el resto de niños comenzaron a correr hacia Sergey, abrazándose a cada rincón de su cuerpo que encontraban sin tapar. Tanto los más chiquitines como los más mayores se engarzaban en su cuello, serpenteaban para apoyarse sobre su pecho, colocaban sus mejillas a lo ancho de su espalda y las frentes sobre sus piernas. Él se mostró durante un fugaz momento sin saber cómo actuar, observando el tremendo despliegue sin siquiera aliento, mas no tardó en rodear con los brazos que le habían sido respetados a todos los críos que pudo, y girarse muy levemente para acariciar a los que estaban tras él. Muchos de ellos también se habían echado a llorar al saber que no tendrían con quién jugar a las chapas ni al fútbol y al menos Gloria, también por no poder tener a quien le calmaba las pesadillas, a quien le decía que se acostase a su lado y con su calor ahuyentaba todo el miedo, a todos los monstruos que la atemorizaban. La voz de Sergey se mostró esta vez más serena, mas todavía suplicante y rota, debido a aquella muestra de cariño que le brindaban.<br /><br />-Tranquilos, vamos…Os prometo que os vendré a visitar todas las semanas. Os lo prometo, pero por favor, no me hagáis esto.-susurró por último, inclinándose para besarles la cabeza a un par de ellos al azar. Posteriormente, su mirada cetrina se clavó en mí, como preguntándome qué hacer para que dejasen de llorar. Si yo lo hubiese sabido, ya lo tendría usado conmigo misma cuando me contó la noticia.<br /><br />Poco a poco los abrazos se iban aflojando, sin cesar ninguno de los llantos que se habían despertado. La mayoría de los niños optaban ya por dejar sus cuerpos apoyados contra Sergey, rozando su ropa con las manos en tímidas caricias. Él se fue lentamente enderezando, procurando no turbar a ninguno de ellos, mas aprisionaron con los dedos su camisa, obligándole a retenerse, no solo por el gesto sino por las miradas tan cargadas de tristeza que le ofrecían. Volvió a reiterar que volvería a visitarlos, pero que tenía que irse a casa. Que por fin podía irse a casa. Gloria fue la primera de nuevo que, con gran pesar, dejó de abrazarle, orientando su mirada vidriosa hacia el suelo, y poco a poco el resto de niños la imitaron, tapándose muchos la boca para ahogar los sollozos, o frotándose los ojos rojos de tantísimo llorar. Sergey les dedicó una sincera sonrisa, diciéndoles adiós con la mano, agitando los dedos en el aire, mientras que dejaba la otra a merced de la inercia, que la llevaba a aferrarse a una de las mías. Nos dispusimos a irnos, entre las despedidas que nos proferían los niños entre llanto, lo que hacía a Sergey procurar acelerar el paso. Seguramente no era yo sola la que notaba aquel nudo en el estómago, aquel insoportable peso sobre el corazón, como si la sangre que contuviese fuesen bloques de plomo. En ese momento, pudimos escuchar una voz entre la multitud, sobresaliendo entre el resto, al pronunciar el nombre de otra persona:<br /><br />-¡Isabel! ¡Ponte el vestido de princesa y hazle muy feliz!<br /><br />Detuve drásticamente mi avance, girando la cabeza, con los labios entreabiertos a punto de soltar un gemido, para poder cerciorarme de que era aquella nuestra pequeña, volviendo a repetir de nuevo la misma frase entre lágrimas. Tragué saliva, a pesar de notar la garganta atenazada, y apreté todavía más la mano de Sergey, para seguir caminando, evitando así romper a llorar. Es como si ya lo supiera, es como si lo supiera todo, como si lo supiera todo.<br /><br />-¿Estás bien, mi amor?-me cuestionó él, ladeando la cabeza para poder observarme de soslayo, transluciendo un ademán de preocupación, y a la vez de incertidumbre.<br /><br />Le devolví la mirada, asintiendo levemente esbozando una sonrisa, que arranqué de mis entrañas no sin esfuerzo. La entrada se alzó entonces ante nosotros, con sus dos puertas transparentes como colosos custodiando la única salida, el limbo que separaba la libertad de una esclavitud cuasi eterna a algo que crece en tu propio cuerpo. Nos detuvimos frente a ellas, escudriñándolas de arriba abajo, como si pudiésemos entrever un ápice de luz en alguna de sus rendijas. Ahora nos encontrábamos ya lejos, lejos del pabellón de los enfermos de cáncer, lejos de los niños, de la habitación 200, lejos de aquella cama estrecha, de las vías, de la mascarilla, de todo. Estábamos tan lejos, en tan poco tiempo, que parecía prácticamente increíble, tanto que las manos de Sergey mismo comenzaron a sacudirse en suaves temblores. Giré la cabeza para observarle de soslayo. Seguía siendo el mismo rostro que había visto en aquella cama postrado hacía ya casi dos meses. La misma nariz un tanto aguileña, las mismas mejillas blancas como esculpidas en la cera de una vela que se apaga, los mismos ojos verdes y profundos, como serpientes enroscadas en el centro de sus córneas, los mismos labios, que ahora se entreabrían para poder respirar ansioso, sin poder creer lo que estaba pasando, lo que estaba viviendo a una velocidad de vértigo. Apreté un poco su mano trémula, mientras le cuestionaba en un susurro:<br /><br />-Sergey, ¿estás seguro…?<br /><br />-Sí.-respondió, interrumpiéndome, con gran decisión en la voz. Su mirada se clavaba en el exterior difuso, que hasta ahora y desde hacía meses sólo había podido vislumbrar a través de un vidrio, sin ser capaz de extender los dedos y tocarlo, sin poder cerrar los ojos y sentirlo, incapaz de inspirar hondo y saber que ese aire que respira no está compreso en una bombona, que es natural, y que puede, que puede asirlo en sus pulmones sin ayuda alguna, sin intermediarios, ni ataduras. Dio un paso adelante. Liberó la tensión de su pecho en un profundo suspiro. Y las puertas se abrieron ante nosotros dos…</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-42899298461389524762012-01-28T17:13:00.000-08:002013-02-01T16:57:18.673-08:00Capítulo XII<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0vn9qoIBaM2NuPDbXZZIrOKgMtmhfWqU43M-6s-w924brYviB9Tc6fEzEWP5tSEbmua1qDZxO5pCNTHqlnBLkOS0hYCZFBYwYtWvnTIp4H5UzrOFLDyBff_uTeXnUXCSSkE1dNTGg5Lg/s1600/34938_128120083895748_100000932705666_123365_530043_n.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5702856893513129314" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0vn9qoIBaM2NuPDbXZZIrOKgMtmhfWqU43M-6s-w924brYviB9Tc6fEzEWP5tSEbmua1qDZxO5pCNTHqlnBLkOS0hYCZFBYwYtWvnTIp4H5UzrOFLDyBff_uTeXnUXCSSkE1dNTGg5Lg/s400/34938_128120083895748_100000932705666_123365_530043_n.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; float: left; height: 268px; margin: 0 10px 10px 0; width: 400px;" /></a><br />
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Era una música fuerte y lunática. Envolvía todo el interior de la habitación, resultando mismo insoportable, mas indescriptiblemente tierna. Asomé la cabeza por la puerta, el resto del cuerpo vino después. Oteé todos y cada uno de los recovecos de la estancia, intentando adivinar la procedencia de la música. Era de unos conocidos dibujos animados, de eso no tenía la menor duda, los niños de la planta solían verlos más o menos a aquella hora. Las cuatro de la tarde. Ladeé la cabeza, escudriñando esta vez el espacio en el que estaba internada la compañera de habitación de Sergey. Las cortinas estaban cerradas; la mesita de noche vacía, sin ninguna Biblia ni ningún otro objeto; la bacinilla que antaño había estado repleta de vómito sanguinolento, espeso, completamente líquido, estaba pulcra y limpia, relucía su blanquecino esplendor; la cama hecha, con las sábanas cambiadas, almidonadas, la almohada bien colocada, mudada de funda. Solamente faltaba alguien. Tragué sonoramente saliva, reprimiendo una lágrima, quizás un grito, ansiando llegar lo más pronto posible al lado de Sergey. Me aferré a la cortina amarilla con ambas manos. Tenía miedo. Sí, otra vez aquella sensación que había comenzado a aflorar en mi interior con más fuerza que nunca tras haberme enamorado de él. Miedo. Pánico acaso, tener que volver esta vez a enfrentarme de nuevo a la realidad cruda, desagradable, amarga, nauseabunda. Se acabó. Mi mente volvió a repetir aquellas palabras, producidas con su voz grave y ronca. Ya no hay más quimio. Cerré los ojos fuerte. Joder, cállate, no, no, no, cállate. Digamos que tampoco tienes demasiadas ganas de hacer nada después de que te hayan calificado como “caso perdido”. Puto Domínguez. Mato a ese cabrón, lo mato, lo mato. Que intente volver a decirle eso. Él no era ningún caso perdido, ni ningún paciente 2.074. Era Sergey Valo, mi Sergey Valo, sólo mío y de nadie más. ¿Nadie?...Corrí la cortina suavemente en tanto que abrí los ojos con brusquedad. <br />
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-¡Ah!-aquella voz…<br />
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Gloria pegó un respingo, aferrándose con más fuerza al pijama de Sergey, escondiendo su rostro con el cuerpo de él, aunque dejando los ojos al descubierto para poder mirarme. <br />
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-Tranquila.-me apresuré a decir.-N…No voy a hacerte nada. Puedes seguir aquí. <br />
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Ella suspiró suavemente, visiblemente aliviada, dejando su rostro al descubierto; su cabecita calva, sus ojos azules, llenos de vitalidad, curiosos, su nariz pequeña y algo chata y sus orejitas respingonas, que se apresuró en volver a apoyar sobre el pecho de Sergey, mirándome atentamente. Ahora cobraba sentido lo de los dibujos animados. La televisión de la habitación estaba encendida; seguramente Gloria había querido volver a aquel lugar para paliar su soledad. En un acuerdo tácito, ambas orientamos nuestra mirada hacia Sergey. Me torné pálida por un momento, sin siquiera fuerza para poder moverme. Mi respiración se ejecutó trémula, aterrorizada; no daba crédito. Él estaba tumbado en la cama, con la cabeza ligeramente ladeada hacia el otro lado, hacia la ventana. No, no, no, no. Pensé, y entonces sí que estuve a punto de gritar, entreabrí los labios levemente, esbozando una expresión de terror. Escuchamos ambas entonces un suspiro, procedente de los labios de Sergey. Gloria sonrió. Ella ya lo sabía; estaba dormido. Yo también suspiré, pero de alivio; las muertes que habían precedido aquel día me causaban malas pasadas. Me acerqué lentamente, fijando la mirada en el cuerpo de él, instintivamente en su pecho, sobre el cuál se encontraba la niña, abrazándolo; noté que se movía con suavidad, lo que provocó otro suspiro por mi parte. Me digné a volver a hablar, observando de nuevo los ojos azules de Gloria. <br />
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-Oye, ¿desde cuándo está dormido?<br />
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-Lo estaba cuando yo llegué.-me aclaró, pegando la mejilla sobre sus costillas con más ahínco. <br />
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Intentando ante todo no alarmar a Gloria, me senté al borde de la cama, colocándome muy cerca de la cabeza de Sergey. Aquella proximidad, me hacía poder sentir sus leves ronquidos, no demasiado estentóreos, que sonaban como un ronroneo, sofocándose con una fuerte espiración. Instauré mis dedos en su antebrazo, remangándole el pijama; iba buscando algo fijo y eso fue lo que encontré. Un pinchazo reciente, de un diámetro medio, correspondiente a un ansiolítico, atravesaba su vena dilatada, la cual recorría el brazo de arriba abajo, como si estuviese partiéndolo en dos. Cerré los ojos fuertemente, suspirando de manera profunda. Por un momento me había parecido sentir todo el dolor que debió haber sentido él para que tuviesen que tuviesen que inyectárselo; la simple imagen, una enfermera colocándole una mascarilla oprimiéndola para intentar inmovilizarle y otra inyectándole el medicamento, me producía auténtico pánico, mismo me hizo abrir los ojos casi de manera súbita, para intentar que mi mente no volviese a visualizar aquel horror. Aquel jodido horror en el que tantísimas veces había tenido que tomar parte. Deslicé muy suavemente los dedos hacia su pecho, intentando que los notase, mas procurando no despertarlo. Aunque, si el ansiolítico era potente, seguramente pasase lo que pasase permanecería dormido; tal y como dormía él, como un ángel. La luz de la ventana, tan mórbida y acromática, iluminaba la piel de su rostro como una caricia, confiriéndole un color blanco mate. Por el contrario las sombras perfilaban grácilmente las líneas de sus mejillas, resultado de su enfermiza y crónica delgadez, rodeando el contorno de los ojos para resaltar las bolsas y las ojeras que poseía a causa de no poder dormir bien. Su labio superior fino, el inferior ligeramente más carnoso, se separaban levemente entre sí, se entreabrían, para dejar escapar el aire de lo más profundo de sus pulmones, provocando un prolongado ronquido al aspirarlo. Su nuez, bastante pronunciada en su largo y un tanto grueso cuello, del que sobresalía una hinchada vena, en aquel momento mucho más contraída por la disminución de su ritmo cardíaco, se convulsionaba lentamente al respirar, repitiéndolo de manera brusca al tragar saliva. Con la otra mano, le coloqué bien la mascarilla y alcé un poco su barbilla para facilitarle la respiración; noté cómo sus ronquidos se suavizaban. Mis dedos recorrían con especial mimo, derramando en cada movimiento un infinito cariño, su pecho izquierdo. Rodeé su pezón a través del pijama, procurando no tocarlo al ser una zona hipersensible, y poder con eso despertarlo o tal vez incomodarlo. Mis yemas se toparon bruscamente con el bulto que guardaba dentro de sí el tumor que le estaba arrancando la vida, aunque sabía que iba a notarlo; quizás por eso lo acaricié en aquel punto concreto de su cuerpo. Lo inspeccioné a través del tacto, pasando los dedos por encima de él, esta vez sin pudor alguno. Estaba duro, jodidamente consolidado bajo su pezón izquierdo; era bastante grande, aproximadamente de unos tres centímetros, aunque sabía perfectamente que se prolongaba hacia abajo, hacia sus pulmones, que los desgarraba, los devoraba con fiereza, con crueldad. Puto amasijo de células, malditas inesperadas mutaciones. En aquel momento comprendí la impotencia de las personas que acompañaban a los residentes de aquella planta; ojalá, y en aquel momento si pudiese lo haría, fuese capaz de arrancarle ese jodido monstruo de las entrañas, hacer que se le pasara de una vez el dolor, que volviese a respirar bien, lejos de cualquier mascarilla, desvinculado de cualquier hospital. Volví entonces al mundo real. Gloria se había separado de su pecho al notar mis movimientos, y me observaba curiosa, como intentando indagar qué estaba haciendo; Dios sabe qué estaría pensando. Aparté las manos de este, dejando que su pequeño oído volviese a recostarse sobre él en un ademán cariñoso, sin pensar en el bulto siquiera, seguramente sin pararse a notarlo, tan solo buscando comodidad. <br />
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-¿Otra vez pesadillas, Gloria?-susurré, intentando sonsacarle el motivo de su visita. <br />
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-No. Sólo tenía ganas de verle.-me confesó, despreocupada, aferrando una de sus pequeñas manos a su camisa de pijama. <br />
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-Eres la niña de sus ojos. No sé si te lo habrá contado, pero te adora. De verdad que te adora.-reiteré. El comportamiento de Sergey con ella siempre me había parecido una viva estampa paternal. <br />
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-Yo también le quiero mucho a él.-respondió, alzando la mirada para poder escudriñar su rostro. Pegó la mejilla con más ahínco en su pecho.-Es como un hermano muy mayor.-no pude evitar esbozar una sonrisa ante aquel “muy”.- Casi, casi como un papá. Siempre ha sido muy bueno conmigo. <br />
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Nos sumimos en un breve silencio. Hasta que ella pudo replicarme. <br />
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-Él también te quiere mucho. Siempre quiere que vengas a verle, y siempre te da besitos. ¿Sois maridos?</div>
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Esa última pregunta me hizo sentirme extraña. Por un lado, mi corazón se encogió, por la mera idea de que Sergey y yo pudiésemos algún día contraer matrimonio, por el mero hecho de que no, no nos daría tiempo. Por otro, contuve una leve risita; seríamos marido y mujer, no maridos. <br />
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-¡No!-me apresuré en contestarle, alzando la voz. Bajé el tono levemente.-No, no, no. Sergey y yo somos novios. <br />
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-¿Qué son novios?<br />
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-Pues…-alcé la mirada.-Es como estar casados…pero sin habernos casado. <br />
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-¿Y por qué no os casáis?-insistió, esbozando en su rostro una mirada vidriosa.-Podríais hacerlo aquí mismo. Tú irías muy guapa, con un vestido de princesa, y yo te lo llevaría para que no se manchara, y…Y Sergey iría con la ropa del hospital.-se acercó a mí para susurrarme, en tono confidencial.-Las señoras viejas son malas y no le dejarán vestirse de novio. <br />
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Reí levemente, para adoptar acto seguido un rostro irradiante de ternura. Desvié la mirada para observar de soslayo a Sergey, sumido en el dulce sueño que le producían los medicamentos. Quizás él también soñaba con aquel casamiento, con el pasillo revestido de flores y velos blancos, igual que mi vestido, con una kilométrica cola, con un escote delicado y un corte grácil, estilizado, un vuelo etéreo. Y él con el mismo pijama turquesa, con el nombre del hospital grabado a fuego sobre el corazón. Intercambiaríamos las miradas, un vistazo recíproco como los que tantas veces nos habíamos dedicado, y nos dirigiríamos al final juntos, a que nos casase el sacerdote de los enfermos. Cuánto le besaría, en presencia de los médicos, de los enfermos, los niños, indiferente, me daría igual. Se sucederían los besos, o uno se haría eterno, intenso, extenso como el tiempo en sí mismo. Intercambio de fluidos, intercambio de respiraciones, intercambio de esencia, de ser, de sustancia. Por una vez el fin estaría muy lejos, tan lejos que ni llegaría a tocarnos. La enfermedad, el cáncer, su presencia sería por una vez tenue, imperceptible, impensable. Por una vez podríamos mirar hacia delante sin anclarnos en el presente, podríamos planificar, soñar, amarnos, sin nada que nos reprimiese, que nos atase, que nos hiciese daño. Que nos produjese tanto dolor. Sí, sé que si lo hiciésemos, Sergey no sufriría entonces todo aquel tormento; su propio cuerpo, su enfermedad, el maldito cáncer le daría una tregua, un descanso, el tiempo que durase decir dos palabras. Sí y quiero. La duración del beso. Quizás también le dejaría respirar tranquilo el tiempo que durase un abrazo, infinidad de caricias tímidas, ejecutadas con la punta de los dedos, por miedo a que el otro no corresponda; una inmensidad de besos cortos por sus mejillas consumidas, por sus huesos tan finos, sentir en mis labios el roce de su piel tersa. Reprimiría las ganas de llorar, o quizás lo haría por primera vez de felicidad. Y volvería a abrazarle. Y cada latido que golpease mis oídos, cada latido de su corazón, sería un instante más juntos. Juntos, sin nadie que nos separase. Ni nada. Nada. Nada. <br />
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-Hm…-escuché un suave gruñido cerca de mi oído, acompañado de un suspiro fuerte. <br />
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Giré la mirada hacia la cama de nuevo, tras haberla sumido entre las sábanas largo rato. Sus párpados se entreabrían y cerraban varias veces, dejando sus ojos verdes a la exposición de la luz. Torció los labios en desacuerdo, incomodado al notar la mascarilla sobre su nariz y boca, chocando con ellos contra las paredes de plástico. Orientó la vista hacia su pecho, donde seguramente notaba una dulce presión. La cabecita sin cabello de Gloria seguía acostada allí, medio adormilada, mirando los dibujos de soslayo. Sergey sonrió suavemente, estirando sus dedos para rozarle la nuca, procurando llamar su atención. Su voz sonaba amordazada, muy apagada, debido a la presencia del aparato, aunque Gloria, al igual que yo, supo interpretar sus palabras exhaustas. <br />
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-¿Qué haces aquí, pequeña?<br />
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-Vine a ver los dibujos contigo.-respondió, separando la cabeza de su cuerpo, más sin soltar la camisa de su pijama. Se colocó de rodillas sobre la cama, a su lado, tirando un poco de él para mandarle incorporarse. <br />
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-¿Y qué dibujos…-hizo una pequeña interrupción para satisfacer los deseos de la niña, sentándose en la cama emitiendo un leve gruñido.-estabas viendo?<br />
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-¡A Bob Esponja!-se apresuró en exclamar, tirando de nuevo de su camisa de pijama para captar su atención. <br />
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Su vista cansada se deslizó hacia la televisión esta vez, soltando un fuerte suspiro por la nariz. Efectivamente, el archiconocido programa que todos los niños de la planta veían. Esbozó una muy suave sonrisa, en tanto Gloria se giraba hacia la televisión, perdiéndose entre los vivos colores de los dibujos. Fue entonces cuando Sergey se percató con una simple mirada de que yo estaba allí. Ensanchó ligeramente su sonrisa. Aquellos ojos no me dejaban lugar a dudas; la posición de los párpados, entrecerrada, el brillo en el centro de la pupila. Me había echado de menos. Y yo a él también, muchísimo. Volvían a echar más capítulos de la serie, y la pequeña cantaba animadamente la canción introductoria. Sergey se rió levemente, haciendo que la máquina produjese un sonido mecánico y gutural al procurar recuperar el aliento. <br />
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-Gloria, Gloria.-murmuró entre risas febles, abrazándola por detrás.-Vamos a hacer una cosa.-al decir esto, ella se volteó hacia él, apoyando la cabeza sobre su hombro.-Mira, Isabel y yo tenemos que hablar de cosas de mayores, así que en cuanto acabemos de hablar, voy a tu habitación, y vemos los dibujos juntos. ¿Te parece bien?<br />
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Asintió varias veces ilusionada, plantándome un fuerte beso en la mejilla. Le propinó con un sonoro beso sobre la mascarilla, riéndose después de manera pilla tapándose los labios. Se bajó de la cama de un salto y se marchó corriendo de la habitación, con una actitud divertida y aniñada, cerrando la puerta al salir. <br />
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-Mi amor.-inicié la conversación en un susurro, repitiendo ese mote que él me había puesto la otra vez. Volteó hacia mí la cabeza, sonriendo ampliamente.- ¿Cómo te encuentras?-proseguí. <br />
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-Bien, no hay queja.-arqueó ligeramente la espalda, para poder estirarse como un animalito, provocando un leve chasquido en una vértebra.- ¿Y tú?<br />
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-Pues bien también.-carraspeé sonoramente, intentando buscar escusa para hablarle de lo que había visto.-Oye, Sergey, ¿qué te han inyectado en el brazo?<br />
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-Ah.-desvió la mirada hacia el lugar en cuestión, donde estaba la marca gruesa de la aguja.-Algo para dormir.-Sabía que iba a seguir preguntándole, por lo que se apresuró en contestar.-Le mandé yo a la enfermera que lo hiciese. <br />
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-¿Tanto te dolía?-musité, dejando al descubierto enteramente mi preocupación, frunciendo el ceño en el acto. <br />
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-Digamos que no pasé una buena noche.-murmuró en respuesta, procurando no inquietarme demasiado.- ¿Qué hora es?-miró hacia los lados algo confuso, buscando un reloj.<br />
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-Son las cuatro y pico. ¿Cuánto llevas dormido?<br />
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Se quedó un rato en blanco, calculando mentalmente, con la mirada clavada en mis pupilas. <br />
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-Unas doce horas.-sonrió ampliamente. <br />
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Yo en cambio fruncí los labios. Intenté en vano imitar su risa, mas me detuve a cavilar. Un ansiolítico que tenga la suficiente potencia para tumbar a una persona durante doce horas suele utilizarse en los casos en los que el dolor o mismo el miedo a padecerlo roza la crisis nerviosa. Seguramente se trataría de morfina. El siguiente paso serían los parches de fentanilo, 50 veces más potentes. Sin moverme de donde estaba sentada, deslicé los dedos por su mascarilla, tamborileándola muy suavemente con las yemas, excitadas y despiertas como nunca.<br />
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-Me gustaría saber-murmuré, en un tono mitad irónico mitad consternado.-qué es lo que entiendes tú por “mala noche”. <br />
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-Pues eso mismo. No era capaz de dormir, me encontraba incómodo, así que les pedí que me diesen algo.-se encogió de hombros, intentando otorgarle la mayor normalidad al asunto. <br />
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En poco tiempo hablando con él, pocas semanas, me percaté de que su orgullo le hace tragarse las quejas hasta el punto de no admitir que se lo había pedido a punto de llorar del dolor y de la rabia, aún a sabiendas de que él no lloraba. Procuré no volver a sacar el tema, sellándolo con un suspiro, en tanto que comenzaba a acurrucarme a su lado, aunque sin subir los pies a la cama. Me rodeó con un brazo, acariciando con él mi espalda, volviendo otra vez a esbozar aquella sonrisa tan dulce. <br />
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-¿Qué te ha dicho el médico?-le pregunté, aparentando hacerlo por no permanecer en silencio, quitándole importancia. <br />
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-Pues como siempre.-se rascó levemente tras su oído izquierdo antes de seguir hablando.-Dice que el tumor ha avanzado hacia el hígado y la garganta, y me está causando algún que otro quebradero de cabeza, pero no es nada.-se apresuró en añadir esta última frase, mientras se giraba para rozarme la mejilla con la mascarilla muy suavemente. Ese era su beso. <br />
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-¿Y cómo tienes el corazón?-murmuré. Recordé aquella vez cuando había ido yo a hacerle la revisión debido a la vagancia ingénita de Domínguez, y mis palabras, que su corazón estaba bien, y él me sonrió, como lo hizo en aquel momento, aunque esta vez con un ápice de complicidad y una pequeña dosis de picardía. <br />
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-Compruébalo tú misma.-Las yemas de sus dedos danzaron por uno de los botones de la camisa del pijama, desabrochándolos todos muy poco a poco, tarareando, procurando aguantar la risa.- Chariro chariro. <br />
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Me tapé la boca con una mano, estallando en carcajadas. Sé que eso era lo que quería, me preocupaba demasiado, ya me lo había advertido alguna vez, quizás no con palabras, mas sí con gestos. Mientras él se mantenía tan alegre, tan vital, parecía ser yo la que me iba muriendo. Arrastré el trasero para poder colocarlo a la altura de su cintura, colocando las manos sobre su pecho para abrirle la camisa lentamente, alternando con él una mirada pícara. <br />
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-Ojalá tuviese un par de billetes sueltos.-bromeé, provocando que esta vez él también se riera. Cuanto más escuchaba aquella risa, más y más me enamoraba de él. <br />
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Busqué confort para mi espalda, colocando paulatinamente mi cabeza sobre sus costillas. Una de mis manos se instauró en el costado, para ayudarme a sujetar su cuerpo extremadamente delgado, casi al borde de la anorexia. Mi oído oteó varios lugares de su pecho, donde solamente se escuchaba un feble eco ensordecido por el fluir de mi sangre y por su profunda respiración. <br />
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-Con el estetoscopio era mil veces más fácil.-murmuré en tono de queja, procurando no hacerme daño con sus afilados huesos, ni provocarle a él malestar. <br />
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-Si quieres se lo voy a mangar a Domínguez. Debe ser la hora de su café. <br />
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Soltamos ambos a la vez una leve carcajada. En ese momento, con el movimiento que entonces ejecuté, di con el lugar exacto. Tan cerca de aquel jodido bulto que hasta me daba ganas de arrancarlo de raíz. Cerré los ojos durante un instante; no había nada más alrededor, absolutamente nada. El olor inefable de la piel de Sergey se neutralizó; su tacto suave, y a veces tan áspero; sus ojos verdes, su piel blanco mate, su cuerpo esquelético; mismo la reminiscencia del sabor de sus besos fue olvidada. Tan sólo existíamos en aquella nada ficticia aquel corazón y yo. Como la primera vez, de aspecto semejante a una serie de rítmicas caricias, de una suavidad cuasi característica. El ritmo acompasado, la fuerza exacta, como si uno de los mejores relojeros le hubiese dado cuerda. Inocente corazón, parecía ajeno a todo lo que estaba sucediendo en el cuerpo del amo por el que late, tan despreocupado, ejecutando sólo aquello por lo que sus células habían sido programadas, absolutamente para nada más. Mis yemas curiosas se adentraron a acariciar el vientre de Sergey, haciéndolo cada vez que su corazón se tomaba una ligera pausa para volver de nuevo a latir. Me habría quedado recostada en su pecho durante tiempo y tiempo si hubiese podido, mas añoraba el tono de su voz demasiado como para mantenerme en silencio. <br />
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-Está bien, sí.-murmuré, apartándome de su tronco, para que pudiese incorporarse.-Unas ochenta por minuto.<br />
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-Venga, ya. ¿Lo has calculado y todo? ¿En tan poco tiempo?<br />
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-Bueno, en eso consiste.-sonreí ampliamente, volviendo a apoyarme en su hombro.-Y digamos que Domínguez me ha cargado con el muerto varias veces. <br />
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-Esa es mi chica.-volvió a reírse como solía, envolviéndome con ambos brazos. Rodeé su cuello con los míos en una actitud extremadamente cariñosa, acercándome a él para gozar de la mera proximidad. Su piel todavía al descubierto rozaba mi jersey de cuello vuelto; no la notaba directamente, mas estaba allí, fría, palpitante, sentí sus costillas rozar las mías propias, provocándome un leve malestar cuando él cogía aire, al empujarlas hacia dentro. Aún así, no me encontraba molesta, sino cómoda, muy cómoda. Era como si mis brazos estuviesen provistos de millones de electrones rabiosos, y que desatasen toda su carga eléctrica al haberle abrazado, derrochando violentos relámpagos de dulzura. <br />
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Fue entonces cuando mi cerebro comenzó a rescatar aquellos detalles que había pasado por alto mientras escuchaba su corazón. Aquel olor procedente de su piel, de cada uno de sus poros, aquel suavísimo y sutil aroma a madera, y a polvo, y a canela. El tacto de sus dedos acariciándome la nuca, raspándola a veces un poco con algún callo producido por horas intempestivas tocando la guitarra o trabajando duro con las manos. Su respiración, tan calmada, tan lenta, aunque innegablemente profunda y fuerte, provocando ronroneos procedentes de su nariz; ronroneos que apenas oía, solamente podía sentirlos al elevarse poco a poco mi cabeza a su ritmo. Su… Lo recordé entonces. En su vientre, atravesando desde cerca del ombligo hasta un costado, de color blanquecino, de brillos rosáceos de carne desgarrada, de zonas sin ni siquiera piel, mal curadas, abiertas como capullos en flor. Me separé de él rápidamente, abriendo un poco más la camisa del pijama ante su mirada atónita para poder cerciorarme. Quizás había sido una mala pasada de mi memoria, quizás mi subconsciente había mezclado términos, imágenes, vivencias, su voz… Y habían creado un recuerdo erróneo. Pero no. Allí estaba. <br />
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-Isabel, ¿qué pasa?-me preguntó, hablando muy débilmente. La presencia de la mascarilla, el desconcierto, el cansancio, hacían mella en él. <br />
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En un principio no contesté, me limité a palparla en respuesta. En rozar con las yemas de mis dedos aquella carne a la exposición del aire oxidante, frío y corrosivo, provocando una cálida influencia en su piel cetrina y álgida, de aquel color blanco mate, blanco roto, cuasi inmaculado como la grácil cera de una vela. Aquella carne resquebrajada, extremadamente suave, mucho más que el resto de la piel, sin que nada la protegiese más que la ropa con la que él pudiese cubrirla. En los extremos, podían vislumbrarse unos restos de costra, una irritación todavía, por no haber sido tratada como es debido, mas de una forma lo suficientemente certera como para que no se le infectase y pudiese gangrenar. Sergey se percató enseguida de qué es lo que estaba mirando; tragó sonoramente saliva en cuanto notó acercarte mis manos. La apoyó, tras unos segundos de investigación, sobre la mía muy suavemente, procurando que me detuviese, frenarme. Él me miraba a mí, yo la miraba a ella. <br />
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Tuve miedo. <br />
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-Supongo que el momento ese de la canción ha llegado.-susurró, gravemente, con un atisbo de ronquera en su voz. <br />
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-¿Cómo te hiciste esa cicatriz?-le cuestioné secamente. <br />
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-Bueno, esta tiene cosa así de año y medio.-con su gélida mano sobre la mía, las deslizó sobre toda su estructura, siguiendo la trayectoria recta que describía.-Es una historia que no estoy seguro de querer contar ni de que tú quieras oír. <br />
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-Cuéntamela.-esta vez hablé con un tono lastimoso, apresando con mis manos su camisa de pijama, todavía sin cerrar del todo. En mi mirada creció, se extendió con rapidez, un dolor tal, que le hizo mismo palidecer. </div>
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Tomó aire fuertemente por la nariz, dejando de sostener mi cuerpo entre sus brazos. Se acostó en la cama en un ademán exhausto, manteniendo la espalda ligeramente arqueada para que las sábanas no rozasen de la mitad hacia arriba de su tronco. Noté en su simple mirada que estaba deseando poder contárselo a alguien, a sabiendas de que pudiese preocuparme. <br />
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-Vamos a ver por dónde empiezo…-musitó inicialmente.-Ya te dije que mis padres murieron, y que tuve que pasar mi adolescencia en un orfanato. Pues en cuanto cumplí los dieciocho, que era la edad máxima de estancia allí, me metí a trabajar en un bar hasta poder terminar los estudios básicos y reunir algo de pasta, y en cuanto los tuve, me largué de Rusia. No sé por qué lo hice, seguramente porque no había nada que me atase allí. Ni familia, ni amigos…Bueno, sólo Sascha, y él ya había salido por piernas de Moscow en cuanto tuvo la más mínima ocasión. Por otro lado, piénsalo, mis padres habían muerto en aquel sitio, en una calle concurrida además de la ciudad, por culpa de un puto borracho. Siempre pasaba por allí, y siempre me comía algo por dentro. Además, no podía seguir sirviendo copas pensando que quizás se las estaba dando al asesino de mis padres.-negó con la cabeza, dando a entender que se había ido por las ramas.-El caso es que me largué con lo puesto. Con una muda limpia y el dinero que había ahorrado en el bolsillo. Me pasé años y años viajando, desde los veinte que pude largarme, hasta los veintimuchos. No recorrí toda Europa, pero poco me faltó, y apenas me quedaba un año en cada lugar, quizás unos meses, y luego volvía a irme. Hasta que me detuve aquí. Fue como una especie de autodeterminación. Recuerdo que hice balance al bajarme del barco, en…-pensó detenidamente el nombre del lugar.-Vigo. Estaba exhausto, lo suficientemente lejos de Rusia, y necesitaba un empleo y una casa fijas para poder asentarme y descansar, en lugar de seguir viviendo como un gitano. Había oído hablar a madre de este lugar; decía que aquí había muerto el apóstol nosequién y que le habría gustado venir. Al llegar sentí que había cumplido su deseo, fue una sensación muy rara.-sonrió levemente, mostrándome sus dientecillos.-Me puse a trabajar de peón en una obra, viviendo en un piso compartido con una familia de rumanos. Las condiciones eran bastante malas, pero tenía para comer y para ahorrar y alquilar un piso para mí solo. Además, la madre rumana me pagaba a veces por cuidarle de los críos pequeños, que eran seis o siete.-hizo una pequeña pausa para respirar hondo. Lo duro llegaba ahora.-El capataz de la obra tenía una hija también, más o menos de mi edad. Pelo negro, piel ligeramente tostada, ojos negros, bastante despampanante, Juana se llamaba. Vamos, que la tía se fijó en mí, como se podía haber fijado en cualquier otro. Se me acercó un día, mientras preparaba el hormigón, y comenzó a hablarme. Yo no entendía una mierda de español, así que me quedé en blanco, tragando saliva sin articular una palabra. Ella acabó por ofrecerse para aprenderme el idioma, a cambio de ser alumno y profesora con derecho a roce. Tras unas cuantas clases, me propuso casarse con ella para poder conseguir la nacionalidad más rápido, decía. Acepté como un estúpido. Ya te dije que sólo quería asentarme.-se rascó tras el oído de nuevo, con insistencia.-Lo peor vino después, cuando sabía que me tenía amarrado y bien amarrado. Ella…Tenía un par de hermanos. Mellizos, quizás.-clavó la mirada en las sábanas. Cada vez le costaba más comenzar una nueva frase.-Y…bueno…no les debía convencer que su hermana estuviese casada con un extranjero, o simplemente eran xenófobos, no estoy de todo seguro. Pues…-carraspeó fuertemente, aferrándose con una mano al tubo conectado con la mascarilla.-no dejaban de insultarme cada vez que me veían, de humillarme, y mismo…-se acarició el vientre, justo donde lo atravesaba la cicatriz.-A pegarme. Cinturones, bates, palos… Con todo lo que encontraban. Con cosas afiladas que me dejaban en carne viva, y que me hacían sangrar mucho.-retorció el tubo de plástico entre sus dedos. Aquellos recuerdos ciertamente eran los que dejaban su alma en carne viva.-Y me rompieron huesos; una pierna una vez, la muñeca otra…-suspiró fuertemente, aumentando otra vez la potencia de entrada de oxígeno.-Y Juana no era mucho mejor. Se lo acabé contando. Después de haberme llevado a urgencias tenía que saber qué pasaba.-volvió a bajar la cabeza, arrancando un quejumbroso suspiro.-“Es que eres un mierdas, no eres más que un puto ruso que me encontró por chiripa”-imitó la voz de ella, adoptando un tono chillón y un ademán de repulsión en su rostro.-Una vez…hasta me perforó el tímpano de tanto gritarme. Casi me tienen que operar. De hecho, aunque no lo admita, no oigo muy bien.-murmuró, señalándolo con el índice. Era su oreja diestra.-Igualmente, menos mal que ya tenía la Seguridad Social y no tuve que pagar nada, porque si no me arruinaba.-Aprovechó el dedo alzado para rascarse tras el oído.-Hasta que llegó un día en el que se acabó. Me planté frente a ella y le grité cuatro cosas bien dichas, entre ellas que quería el divorcio, y que se metiera todas sus clases, la nacionalidad, y sus mariconadas por el culo. ¿Y sabes lo que me dijo antes de irme de su casa? Tú no eres más que un puto ruso.-cogió aire fuerte con la nariz, antes de proseguir.-Cuando me largué de allí no tenía nada. Ni casa, ni empleo, ni esposa, ni dinero. Eso sí, por fin era un ciudadano español, y eso no me lo quitaba nadie. Había estado un maldito año casado con ella para poder serlo, y ahora nada me ataba. Me tuve que buscar yo solo la vida desde entonces. Tramitamos el divorcio a distancia, casi sin vernos, durante casi otro año más.-echó la cabeza hacia atrás, apoyando la nuca en el cabecero de la cama.-Conseguí tras mucho forcejear empleos en varias obras…y luego vino el cáncer y…Supongo que el resto te lo vas imaginando. <br />
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Escuché completamente en silencio toda la historia, no articulando ninguna expresión en mi imperturbable semblante, hasta que dejó de hablar, para observarme de soslayo. En cierto modo, seguía preso a su vida pasada mediante cadenas que adoptan la forma de mascarillas, tubos, cables, cárceles con paredes blancas, maniatado por las vías del suero. Adopté entonces un fortísimo ademán de cólera, de rabia, de impotencia, negando reiteradas veces con la cabeza. ¿Eso era verdad? ¿Las cicatrices…? No tenía nombre, sencillamente algo así no tenía ni nombre. Creo que si en ese preciso momento entrase por la puerta su ex mujer, aplicaría sin dudarlo ni un solo instante el ojo por ojo. Pronunciaría palabras ininteligibles si hiciese falta para expresar el absoluto desprecio que sentía hacia ella, también le chillaría al oído, sin importarme las consecuencias, hasta que comenzase a derramar sangre en su interior. Y sus hermanos…uno contra dos, si hiciese falta, o si no, toda la pandilla de niños de la planta se aliarían para cobrar por su falta, simplemente al saber que fue mancillado un solo cabello, una sola escama de piel del cuerpo de Sergey. Arranqué furibunda palabras como flechas al aire, confiando, en la distancia, acertarle en el mismo medio de la frente:<br />
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-Esa maldita…-cavilé unos instantes con ira la palabra adecuada, con el sentimiento de ser demasiado suave para expresar mi opinión sobre ella.-guarra…No entiendo cómo se le pudo ni pasar por la cabeza hacerle daño a alguien como tú, me es imposible imaginarlo.-hablaba reforzando mis palabras con una cruda entonación, gesticulando salvajemente.-Esa gente es que no se merece…no se merece…<br />
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-Nuestra atención.-interrumpió Sergey, hablando a pesar de la mordaza que le suponía la mascarilla, tomando ambas manos entre las suyas, cruzando miradas.-Eso es lo que no se merece. Tú eres una mujer inteligente, culta, razonable. No pierdas el tiempo con escoria de ese calibre. <br />
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-Por culpa de ellos estás así.-le confirmé, al haber visto casos parecidos.-El estrés, la violencia doméstica, el miedo, todo eso puede degenerar en una depresión. Y eso aumenta considerablemente las posibilidades de que una persona de treinta padezca un cáncer tan severo como una de cincuenta…</div>
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-Pero lo iba a padecer igual, ¿no es verdad?<br />
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Esa pregunta me dejó bloqueada durante unos instantes, y él la había formulado con tanta decisión, sin miedo a conocer la respuesta. Ejercí un ápice de presión sobre sus manos, asintiendo con la cabeza lentamente. <br />
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-Muy probablemente. Quizás por un factor genético, o por el tabaco…Estaba creciendo dentro de ti desde hace años, seguramente, aunque no lo notases. No es un proceso instantáneo.<br />
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-Entonces qué más da ahora que a los cincuenta.-otra vez aquella mirada rebosante de esperanza, poseedora de aquel brillo cetrino, acariciaba la mía con infinita dulzura, quizás ligeramente resignada al destino que había tenido escrito en sus pulmones con una tinta indeleble de angustia, crueldad y desolación. Nunca vencería aquel nato sino mientras conservase todavía la sonrisa que se dibujó en su rostro, que parecía una de las perfectas líneas que había trazado en sus bocetos, quizás como el escamado lomo curvo de una serpiente, tan llena de esperanza, trasluciente de tantísima ternura. Continuó hablando, con aquel tono pausado de voz, ensombrecido, acallado por la mascarilla, que semejaba sobre su boca una urna de cristal donde contener sus palabras.- ¿Sabes? Cuando me dejé con Juana comencé a vivir otra vida distinta. Una vida de olvido. A partir de entonces fui Sergey Valo, ciudadano español. Hijo de la acera y del asfalto. Con pasado de niebla y sueños de nubes. Un desconocido, un extraño hasta para sí mismo, uno que escribía su vida…en un papel completamente en blanco.-unió las yemas de sus dedos pulgar e índice y los movió hacia arriba y hacia abajo, hacia la diestra del aire, volviendo de nuevo a sonreír con aquella melancolía, formando unas levísimas arruguitas en el entorno de sus ojos verdes, y unas algo más marcadas en sus mejillas, a ambos lados de sus labios.-Pude vivir bien así, me sentía más... no sé. Más…-tomó aire fuertemente por la nariz, entrecerrando los ojos, para volver a abrirlos en una sonrisa.-Libre. Pero luego me puse enfermo, y es un poco difícil comenzar de cero desde la cama de un hospital. Así que desde eso…inicié una vida de recuerdo. Todo lo que he sido a lo largo de toda mi vida, todas las personas que me fueron formando, en aspectos positivos o no, volvieron de nuevo a mi mente como una tormenta. Madre, padre, Sacha…Juana…Esta vez no escribía una vida, solamente pasaba la ya compuesta a un folio nuevo con mejor letra. Y no sólo la mía. Todos los residentes de la planta me acabaron contando cosas sobre su pasado, y tenían miedo. En cierto modo, yo también lo tengo.-se señaló, colocando su palma extendida sobre el pecho. Se hizo un breve silencio, en el cual, apresó levemente la camisa del pijama con los dedos, desviando la mirada como solía hacia la ventana. En el cielo se vislumbraba un orvallo suave, acompañado de un viento desgarrador que azotaba los frágiles troncos de los árboles del jardín en el que los pacientes salían a pasear. Aunque Sergey había recorrido otros senderos. <br />
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-¿De qué tienes miedo?-me apresuré a preguntarle, ladeando la cabeza para volver a encontrarme con su mirada. La preocupación que sentí claramente se hizo patente en la expresión de mi semblante. Igual que si una serpiente enroscada en mi cuello pugnase por dejarme sin aire. <br />
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-De que otro tiempo pasado fuese mejor. De que la enfermedad me lo pudiese robar todo. Miles de oportunidades desaprovechadas, miles de sensaciones que no pude experimentar, miles de vidas nuevas que no pude vivir.<br />
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Interrumpió, para clavar de nuevo su esmeraldina vista en el paisaje empapado de las lágrimas del cielo. Aunque sus ojos no eran como esmeraldas; piedra demasiado cara, demasiado artificial, falsa, superficial. Eran el cúmulo de recuerdos marchitos que como hojas caían muy suavemente sobre su corazón, queriendo pudrir su maquinaria en lastimosos latidos derrochados por algo que no pudo impedir, que no pudo esquivar, que simplemente venía escrito. Sus ojos eran como la hierba empapada por la lluvia, que nunca se atrevería a salir de ellos, a no ser que cruzase su alma una tormenta eléctrica como un puñal prendido en llamas de átomos en estado excitado. Como el reflejo de la lluvia en el río, la superficie temblando al reírse, vibrando con tanta dulzura al ser arrastrada por una corriente de tristeza. <span lang="ES-TRAD">Sus iris eran dos serpientes mordiéndose a sí mismas la cola, girando con rapidez hasta difuminar sus escamas verdosas, manteniendo la muerte alejada con su eterno devenir. </span>Eso eran. <br />
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-Sergey, dime una cosa.-giró la cabeza hacia mí. Al ver que me había colocado sentada a su lado, mas mirándole frente a frente, me devolvió la recíproca mirada.-¿Qué es lo que te resultó más duro, vivir una vida de olvido o una vida de recuerdo?-no dudó ni un solo instante en responderme, en un amortecido susurro.<br />
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-Vivirla solo. </div>
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Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-40078973218066062512012-01-28T17:01:00.000-08:002012-01-28T17:10:55.703-08:00Capítulo V<span><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjCoLK7GpgcpN8fXgBqkDQFmFEOajiumS8who0QcxP1MuZiXP18u4EZaQMaOmu2DagoxT8o-lyKG3b6oP9PvcBjCWrON5lnwa2itpQPyV_UNso4dcqOmJKaaxZrQz4Y02Y_GQBk7UvWgvM/s1600/tumblr_lw25bz6BJJ1r1etl7o1_500_large.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 259px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjCoLK7GpgcpN8fXgBqkDQFmFEOajiumS8who0QcxP1MuZiXP18u4EZaQMaOmu2DagoxT8o-lyKG3b6oP9PvcBjCWrON5lnwa2itpQPyV_UNso4dcqOmJKaaxZrQz4Y02Y_GQBk7UvWgvM/s400/tumblr_lw25bz6BJJ1r1etl7o1_500_large.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5702853212949563346" /></a><br /></span><p class="MsoNormal">-Hey, Isabel.-gritaron en medio del pasillo, haciendo que me girase asqueada, de una manera sumamente despreocupada.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Era una auxiliar, Ana creo recordar que se llamaba, que se acercaba a mí haciendo resonar sus zapatitos, mientras correteaba hacia mí. El ademán de curiosidad de su rostro hizo que mi semblante se tornase en un gesto de hastío. Se detuvo enfrente de mí, con los pies juntos, y meneó su melena negruzca, casi con la misma gracilidad con la que lo haría una niña pequeña. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Oye, estos días he oído cosas…-comenzó, con una voz tan inocente que parecía intentar que no la culpase por sus palabras.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-No sigas.-la interrumpí bruscamente, volviendo a aferrarme a mi carrito, dispuesta a seguir con la ronda. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-¿Qué tenéis el chico de la 200 y tú?-me lanzó, sin darse cuenta de lo descarada que estaba siendo por preguntarme algo así.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-No tenemos nada.-gruñí, aunque tenía tentaciones de mandarla a la mierda. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Quizás…-prosiguió, otra vez con aquel tono, intentando hacerse la buena.-Te convendría saber que esta noche tuvo un ataque. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Mis ojos no pudieron evitar abrirse en un ademán de horror, clavándose en un punto fijo de la pared. Mis manos agarraron con suma fuerza el asa del carrito, haciendo que mis dedos comenzasen a vibrar chocando trémulos huesos contra huesos. Un miedo inefable recorrió mi cuerpo de arriba abajo, rozando con un doloroso temblor mi columna vertebral. Una ráfaga de pensamientos asoló mi mente cual si fuesen el ojo de un huracán, y todos ellos me hablaban de él. Intenté no parecer afectada, mas mi subconsciente me delató traduciéndose como una voz desgarrada y rota. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-¿Cómo está?</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Domínguez me dijo que me pasara a mirarle la tensión, pero te dejo los honores.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Vale, gracias.-musité muy levemente, orientando mi mirada hacia el suelo con rapidez, para poder desvincularme de la conversación y dirigirme hacia la habitación acelerada. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Noté mi labio golpear intermitentemente con rapidez contra mi barbilla, intenté sofocarlo con una violenta mordida mas seguía temblando entre mis dientes. Intenté mantener la compostura, mas mis pies me traicionaban acelerando el paso, hasta casi ni llegar a tocar los talones el suelo debido a la carrera en la que me había emprendido. Mis manos furibundas y atemorizadas apartaron a todo aquel que se interponía entre mi camino y yo, entre la habitación número 200 y mi cuerpo, y en mi mente resonaba un pensamiento cuasi obsesivo, como una maldita letanía. Pero si ayer estaba bien, estaba bien, ayer lo vi y estaba bien. ¿Por qué mientras no estaba? Chilló entonces algo dentro de mí, ¿por qué cuando no podía ayudarle? Pero…me detuve abruptamente frente a la puerta de la habitación 200, sin siquiera respirar, el breve instante en el que coloqué la mano en el picaporte, alcé la mirada hacia el cartel, y susurré en un jadeo: ¿Por qué me importa tanto?</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">La muñeca se giró suavemente, abriendo ante mí el último obstáculo que se interponía entre Sergey y yo. Su compañero leía plácidamente acostada en la cama, mas solamente me fijé en él con un golpe de vista. Empujé el carrito hacia el otro lado de la cortina e interrumpí la marcha de mis pies. Había hecho sol toda la mañana, mas incomprensiblemente la tarde se difuminaba acromática y suave, haciendo que todos los tintes sin color del sol ensombrecido acariciasen el rostro pálido como el mármol de Sergey, los gráciles claroscuros de su cuello, sus hombros anchos, sus afiladas clavículas, todos y cada uno de los huesos de su pecho escuálido y frágil, sobre el cual se arrastraba aquella cobra de metal, cuya cabeza serpenteaba sobre un disco aplanado, que tan cerca estaba de aquella cruz azulada, marcada a fuego como una cicatriz de guerra. Sus ojos verdes en tanto que respiraba hondo tal y como Domínguez le mandaba, se balanceaban por cada rincón de la habitación, oteando con curiosidad, mas con cierta monotonía en el centro de sus iris, como si conociese demasiado bien cada recoveco, hasta que se topó con mis piernas. Fue subiendo su mirada zigzagueando como una serpiente, hasta toparse con mis ojos, y poder atraparlos hacia sus labios entreabiertos y húmedos. Domínguez por consiguiente se giró, mas no apartó el aparato del tronco de Sergey, como si ambos estuviesen irremediablemente vinculados. Esbozó una pícara sonrisa, clamando alegremente:</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Señorita López, intente no pasarse por aquí cuando estoy auscultando a un paciente. Que les desboca. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Sergey apartó el rostro para reírse con nerviosismo, ruborizando ligeramente sus tan consumidas mejillas. Articulé una sonrisa burlona, rebuscando por el esfigmomanómetro para poder acercarme a la cama. Odiaba cuando Domínguez intentaba hacer chistes sexistas a mi costa, mas era un médico, y no podía rebatirle. Di un par de pasos hacia delante. Puedo jurar que noté la presencia, el aura del cuerpo de Sergey desde el pie de la cama, como si estuviese tan cerca de él que el aire que yo respirase hubiese pasado primero por su boca. Estreché el aparato contra mi cuerpo, esperando que Domínguez por fin apartase aquella víbora metalizada del cuerpo de Sergey, que aún contenía entre sus fibras los latidos de su corazón. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-La auscultación es normal, señor Valo.-pronunció el doctor Domínguez, provocando por parte de su paciente un leve movimiento de cabeza para darle el visto bueno a su marcha. Antes de hacerlo, todavía tuvo que mirarme a mí, sonriendo un tanto burlón:-Puede proseguir, López. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Bajé la mirada, procurando no soltarle un par de palabras fuertes, mientras me arrodillaba al pie de la cama, colocando sobre las sábanas el esfigmomanómetro que tan celosamente había guardado durante la revisión de Domínguez. Cuando salió de la habitación, pude respirar tranquila. Aún así, me mantuve con la mirada clavada en las sábanas. No era capaz de mirar a Sergey tampoco; contacto directo con sus ojos verdes cual veneno era demasiado para lo que podía soportar en aquel momento. Pude ver que extendía el brazo, colocándolo delante de mí, siendo él entonces el primero que se atreviese a hablarme, con aquella voz grave y aterciopelada:</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-No sabe lo que se la echa de menos, enfermera Isabel.-sin articular ni una sola réplica, coloqué la cinta del aparato en su escuálido brazo. Ni siquiera apretándola todo lo que la cinta daba de sí, no le abarcaba completamente todo el brazo; siempre le quedaba demasiado grande.-Preferiría que me hubieras auscultado tú en lugar de él. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Hoy no me tocaba hacer revisión.-murmuré en respuesta, presionando el botón azul que ponía en marcha el esfigmomanómetro eléctrico; aquel que nos habían dado a cada una para no perder demasiado tiempo con los pacientes.-Ni tampoco me tocaba venir aquí a darte las pastillas.-confesé, pues tenía asignada la parte nueva del pabellón.-Vine porque tenía que saber cómo estabas. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Vaya, ¿y eso a qué se debe?-cuestionó, alzando el brazo extendido para colocar dos de sus dedos bajo mi barbilla e intentar que lo mirase.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-No te muevas.-le ordené, volviendo a bajárselo con la acción de mis manos con la vista clavada en sus venas de nuevo, teniendo que contestarle:-Tú lo sabes mejor que nadie.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Pues ahora mismo me pillas perdido.-volvió a insistir, mientras se acurrucaba en la cama. Pude mismo escuchar el sonido de las sábanas friccionando contra su pijama de color turquesa propiedad del hospital.-Cuéntame.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Me quedé un rato en silencio, fijando la mirada en los números que no dejaban de moverse, de trocar, de danzar en la pantalla verdosa del aparato. Me sentía realmente estúpida por estar envuelta en aquella situación; desoyendo mi labor de llevarles las pastillas al resto de enfermos solamente por estar con uno en concreto, y saber que bajo esa mascarilla grotesca, opresora, de un nauseabundo color azul, el hombre dulce y guapo que otras veces había tenido el placer de ver estaba bien. Y todavía con aquel respirador aquel adjetivo me venía a la mente: guapo. Había en él albergada, innata, guardada con celo una belleza que nunca antes pude ver en ningún otro hombre, y que seguramente ninguno más que él poseía. Tomé aire con fuerza por la nariz, no quería volver a recordarle el suplicio que debió sufrir, mas me armé de valor y pude responderle:</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Me refiero al ataque de disnea que tuviste anoche. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Ah, eso.-respondió, en un tono entre despreocupado, monótono, y a la vez procurando que no se le notase el dolor en la voz, transformándolo tan solo en un leve resentimiento.-No ha sido nada, enfermera Isabel, estoy acostumbrado. No te preocupes. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Sí, lo sé. No me preocupo.-En ese momento volvió a mí la imagen burlona de Ana, rescatando lo que debería ser, explotando la débil pompa que me contenía en la atmósfera envolvente que me ofrecía la presencia de Sergey.-Ni siquiera debería preocuparme.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Sergey arqueó levemente una ceja. Era difícil poder identificar qué era lo que estaba diciendo bajo aquella mascarilla, mas aquella vez, su pregunta me fue lo suficientemente diáfana.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-¿Perdona?</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Nunca debería haberme aprendido tu maldito nombre, esto nunca habría pasado.-rugí, inclinándome hacia delante, para reprenderle, apagando el esfigmomanómetro en un arranque de impotencia, de rabia, de tristeza. Le eché un rápido vistazo. Tenía la tensión algo baja. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">De nuevo volvía a resurgir, tal si fuese una luz que brilla intermitente delante de mis propios ojos, aquella cuestión. Su nombre. El mismo día en el que me había confirmado que se trataba de Sergey Valo, y el simple roce de mis dedos con sus dedos había dado una vuelta de tuerca a mi mundo, poniendo boca arriba todos mis conceptos, todo lo que me habían enseñado, tirando por tierra todo lo aprendido. De hecho, mi profesora de cuidados básicos de enfermería me diría que solo en un mundo donde los peces nadasen por la tierra que pisamos, el cielo fuese el suelo y las nubes fuesen cúmulos de hierba regurgitados por un rumiante, una enfermera tendría derecho a besar en la frente a un paciente y cogerle de la mano. Mas Sergey estaba en una situación distinta; quizás, y por el brillo suplicante, interrogante, angustiado, de sus ojos, algo en mí era su sustento. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Pero solo es un nombre, no pasa nada.</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-¡Sí que pasa! Una enfermera de oncología, al menos en este hospital, no está obligada a saberse el nombre de todos sus pacientes. Y no es lo mismo que tenga una parada respiratoria el paciente 2.074 que la tenga Sergey Valo. ¡No es lo mismo, y eso me da miedo!</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">En cuanto mi sentido cinestésico me rescata de la inconsciencia, puedo sacudir los párpados para liberarme de un par de lágrimas. Mi cuerpo se inclinaba hacia él bruscamente, y había sin duda gritado. Si me hubiesen visto las otras enfermeras, se habrían reído de mí, cual niñatas insensatas, aunque eso no era lo que más me preocupaba. Sergey respiraba bajito, con un jadeo muy superficial, casi inaudible. Debería haber recordado lo que me habían insistido tantas veces. El equilibrio emocional de un enfermo de cáncer es tan frágil como la continuidad de una respiración de Cheyne-Stockes. Lo que menos debes hacer es chillarle, aunque no siga tus instrucciones, aunque no quiera cuidarse, aunque él te haya previamente gritado. Y menos si, como Sergey, ni siquiera conociese la razón de mi malestar. Aún así, él no se mantiene callado, aunque los labios, al otro lado de la mascarilla, tiemblen levemente. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">-Yo…no quiero que tengas miedo. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Aquellas palabras me desarmaron por completo. No podría hacerle ninguna réplica en aquel momento, no podría ni siquiera alzarle la voz, ni siquiera hablarle. Lo primero que se me pasó por la cabeza, tal si se tratase de un rayo fulminante, un choque frontal de sentimientos, era envolverlo con mis brazos tan fuerte que le cortase la respiración aunque solo fuese un breve instante, aunque volviese a retomarla tarde o temprano, y cuando lo hiciese, o no, quizás manteniendo su aliento tal si fuese un hilo fino de seda flotando en el aire, debatiéndose entre la asfixia y el cariño, le besaría en todos los lugares que se me pasasen por la cabeza. Las mejillas primero, por proximidad, y luego irme acercando al lateral del cuello, o quizás a la comisura de los labios, e ir bajando hasta el pecho, sí, llenárselo de besos, como disculpa, porque sentía haberle hecho daño, sentía haberle dicho lo que le dije, sentía…¿qué sentía? Su corazón en mis labios. Y habría sonreído, y llorado a la vez arrepentida. Mas no lo hice. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Ni un solo músculo se movió durante un instante, que duró quizás un minuto o dos. Me enderecé apartándole la mirada, cogiendo entre mis manos el esfigmomanómetro, quitándole previamente la cinta. Sus pulmones y el velcro produjeron el mismo sonido, en el mismo instante. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Mis pasos ni siquiera eran continuos. Se alteraban, entrecruzados, y luego disminuían levemente. Quería alejarme de aquella habitación, pero necesitaba mantenerme cerca de Sergey. Aún estaba a tiempo, me repetía, aún estaba a tiempo de dejar el esfigmomanómetro, volver sobre mis pasos y abrazarle, hundiendo mi rostro en su pecho. Aún estaba a tiempo de decirle que me importaba, que no quería que se sintiese mal, que él no había tenido la culpa de nada, y que, Dios, que no podía negar que le apreciase. Debía hacerlo, apenas habían pasado unos minutos y ya le echaba de menos. Sentir su respiración agitada, húmeda y cálida cerca de mi cuello, saber que está vivo. Mas seguí caminando, caminando, corriendo, corriendo, y cuando me quise dar la vuelta para disculparme ante él había perdido la habitación de vista. Entre el gentío. </p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">El aparcamiento. Era un lugar absolutamente perfecto para esconderse. Como enfermera tenía fichados los coches de aquellos familiares que no se movían en toda la tarde de la vera de sus seres queridos, y justo detrás de uno de ellos fue donde me coloqué. Apoyé la parte posterior de las rodillas en el parachoques, y poco a poco fui descendiendo. ¿Cómo podía haber sido tan insensata? ¿Cómo podía haberme dejado engañar? Todas las enfermeras de la planta me señalaban, me hacían burla, mismo Ana semejaba gozar restregándomelo por la cara. Claro que me importaba que Sergey sufriese un ataque de disnea nocturna, claro que sufría porque llevase una mascarilla, pero ¿por qué? Entre lágrimas cerraba los ojos y recordaba aquella mascarilla. Cómo se le ceñía perfectamente al ancho tabique nasal y le cubría los labios. Ni siquiera tenía fuerzas para apartarla de la boca cada vez que hablaba. Dejaba que las palabras fluyesen para todo aquel que fuese capaz de escucharlas. Habiendo apoyado mi oído en su pecho, seguramente en un estado de incomprensión habría indagado qué sílabas pronunciaba por las vibraciones de sus huesos. Me entendía con él a la perfección, le trataba de una manera anormal, y él a mí…</p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Fue entonces cuando me di cuenta de que había roto con todas las reglas y me eché a llorar con más fuerza. Mis sollozos inundaban la calle de desesperanza. </p>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-57466854671243638262011-10-21T04:49:00.000-07:002013-02-01T16:50:49.371-08:00Capítulo XI<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhcELiSu-iLrj0PywMqf7QhhkK8dQwvnGCj4zRTZdaw6dZQeUXtzukBQy0N5WEMvy4SjAE5wDS8OG457qvslhaJfSgpOALicW53ByA-P-aQ1EyQpl2MtwV2ngZKgp4HrZKS-uMBV12H_w/s1600/sergey.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5702852767956888722" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhcELiSu-iLrj0PywMqf7QhhkK8dQwvnGCj4zRTZdaw6dZQeUXtzukBQy0N5WEMvy4SjAE5wDS8OG457qvslhaJfSgpOALicW53ByA-P-aQ1EyQpl2MtwV2ngZKgp4HrZKS-uMBV12H_w/s400/sergey.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; float: left; height: 400px; margin: 0 10px 10px 0; width: 307px;" /></a><br />
<span class="Apple-style-span" style="color: #333333; line-height: 14px;"><span class="Apple-style-span">Me había pasado toda aquella noche llorando, llorando sin llorar, pues lo único que sentía era una congoja brutal en todo mi cuerpo, la cual no encontraba ya lágrimas para escapar. Me acosté en la cama temprano, ahogándome en mis propios pensamientos. Quizás Sergey tampoco estaba pasando una buena noche; en contra de mis creencias religiosas, admito que recé por él, intentando que, si existía alguien superior al hombre, le librase del dolor, al menos lo aminorase, sólo, aunque fuese, por una noche. Que pudiese dormir tranquilo mientras yo acarrease todo ese sufrimiento por los dos.<br /><br />Fui a verlo por la tarde, más o menos a las cuatro, en cuanto me digné a levantarme de la cama, sin apenas haber comido. Entré en el hospital. Como era costumbre, el doctor Domínguez y la doctora Cambón se me quedaron mirando absortos, amenazantes, como burlándose de mí por haberme enamorado de un paciente terminal. No me importaba, hice que no me importase, Sergey se merecía algo mejor que tener que bajar la cabeza por estar con él. Justo por eso me esforzaba por alzar el cuello altiva cuando recorría los pasillos de aquel pabellón.<br /><br />Escuché entonces unas risas. Infantiles, dulces, sonoras, líquidas. Seguramente procedían de la habitación de la pequeña Gloria y su difunto hermano, donde todos los niños de la planta se acercaban para jugar. Sabía que aunque fuese a la 200, no me encontraría con Sergey, así que opté por asomarme en la 150. Y allí estaba. Llevaba el gorro que le había regalado, el cual tenía un color semejante al de su piel; gris perla, blanquecino de dibujaba en su rostro, como mármol. Bajo uno de sus pies descalzos atrapaba un balón de fútbol, y el resto de niños corrían hacia él. Todos menos Gloria, que parecía estar en su equipo, y le cogía de la mano fuerte. Su risa también resonaba en la estancia, y era quizás la que más me llenaba de todas. Algo entrecortada, debido a la enfermedad seguramente, parecía casi como una pequeña tos. Quizás podía semejar fingida, mas su sonrisa no podía ser más sincera. Las líneas de expresión bocetaban unas leves arruguitas en los ojos, y volvía a mostrar, como solía al reírse en serio, sus dientes amarillentos y minúsculos, precedidos por sus encías rosáceas, llenas de heridas producidas por la quimio. Inconscientemente, se giró hacia la puerta y allí estaba yo, observándoles sin mediar palabra.<br /><br />-Mi amor.-exclamó, ensanchando su sonrisa, dejando el balón a un lado.<br /><br />También sonreí. Por él. Abrí por completo la puerta y esperé a que se acercase para abrazarle fuerte. Coloqué la mejilla sobre su clavícula. Desde aquel ángulo podía ver las gotas de sudor que recorrían su rostro, para desprenderse de él en la barbilla. Su respiración se imprimía en sus hombros como frenética, agitada, descontrolada; por los huecos que separaban los dientes entre sí, se escapaba su aire, provocando a veces un leve silbido. Alcé la cabeza para besar en contorno de su rostro, cerca, muy cerca de su oído.<br /><br />-¿Qué hacíais?-pregunté.<br /><br />-Ah, estábamos echando unas partiditas de fútbol.-miró a la pandilla de niños con aire de complicidad.<br /><br />Observé en silencio, y con una sonrisa coronando mi rostro, aquella estampa. Una vez más, Sergey demostraba ser objeto de admiración, devoción y cariño. Gloria no se había desprendido de su lado, ni siquiera al percatarse de mi presencia. Él era lo único que parecía estable en su corta vida, al igual que en la mía. Alcé la vista para intercambiarla de nuevo con la de Sergey. Esbocé una sonrisa traviesa.<br /><br />-Aquí hay muy poco sitio.-advertí.- ¿Por qué no jugamos en el pasillo?<br /><br />Su mirada translució una gran alegría al oírme pronunciar el verbo en plural. La desvió entonces hacia los niños, los cuales analizaban sus movimientos con total admiración. Tomó la mano de Gloria en una de las suyas y el balón bajo el brazo.<br /><br />-¿Habéis oído? ¡Vamos al pasillo!<br /><br />En cuanto Sergey lo dijo, la pandilla de críos, completamente embelesados por sus palabras, corrieron hacia fuera de la habitación, gritando de alegría. Él me guiñó un ojo para que los siguiera. Fue entonces cuando Gloria me cogió también de la mano, sonriéndome. Se me encogió el corazón, puedo jurar que lo noté, al ver aquella infantil sonrisita. Volví a intercambiar una mirada desesperada con Sergey. No supo interpretarla, pues comenzó a caminar hacia el pasillo, con Gloria aferrada a su mano, y yo a la de ella…<br /><br />Dos equipos, dijo Sergey, y era lo justo. Uno en el que participasen todos los niños, y otro en el que estuviésemos él y yo, los adultos. Y Gloria, nuestra pequeña portera. Él la colmó de besos en las mejillas, besos paternales, cálidos y dulces, antes de separarse de ella para jugar en el campo. Le costó asimilar la separación, lo suficiente como para mantenerse triste al menos un buen rato. Él fue el primero en sacar, y una de las niñas, de unos diez años, se lo quitó tras mucho forcejear. Conseguimos recuperar el balón, lo justo para que mis tacones cedieran y otro niño nos lo arrebatase. Opté por quitármelos y dejarlos apoyados en el marco de la 150. Sergey, que ya estaba descalzo, regateó un rato, para abrirse paso a la portería y meter un gol. “¡Sí!” comenzó a gritar, riéndose. El resto de chavales también se reían. Era un partido amistoso en el que la alegría era compartida. El segundo gol vino a cargo de un niño, el cual consiguió que a Gloria se le escapase por un lado. Sergey le revolvió el pelo sonriendo, premiándole con sus halagos, con su “has jugado como un campeón, ¿eh?”. Les tocaba sacar a ellos. El balón pasó de los pies de ese niño a los de una niña pequeña, que no tardó en perderlo de manos de Sergey, aunque sin haberle hecho daño. Me lo pasó a mí, al estar más cerca de la portería, al grito de “¡Tuya, Sabela!”. En un primer momento no supe cómo reaccionar. Posteriormente, corrí hacia el balón, para que no me lo arrebatasen, y tiré casi sin mirar a portería. En cuanto entreabrí los ojos, me percaté de que había entrado. De nuevo, los gritos de Sergey inundaron el pasillo, y me tomó en brazos, alzándome a un palmo del suelo.<br /><br />-Tengo u-na novia que está bue-nísima y que juega de-bien que se caga la-perra.-canturreaba, jadeando suavemente tras haber corrido, sin perder la perpetua sonrisa de sus labios.<br /><br />Aquello era la satisfacción. Hasta entonces no la encontraba si no elaboraba el más perfecto diagnóstico, si no dejaba boquiabiertos a todos los médicos de la planta, si no mantenía perfectamente pulcra mi casa, mi aspecto, mi ropa, mi vida, todo. Y en aquel momento, me estaba riendo, gozando, con el pecho henchido de alegría por un gol, por notar a mi pareja abrazarme orgulloso. Tras haber estado toda la noche llorando, en aquel momento esbocé una sincera sonrisa, que se sofocó con un sonoro beso en sus labios. Él apoyó su frente contra la mía, todavía sonriendo ampliamente, mostrando sus grandes encías y sus dientes pequeños. Le acompañé en su sonrisa, sin duda la más sincera que habían esbozado mis labios en toda mi vida. Giramos ambos la cabeza a la vez hacia los niños, como si fuésemos los padres de todos ellos, los miramos con la misma ternura, abrazados, aferrándonos uno a los costados del otro, tal y como lo harían un par de cónyuges que observan enternecidos cómo su pequeño juega con una pelota ensimismado, gritando “¡Mira mamá! ¡Mira papá!” cada vez que fuese a hacer alguna peripecia. Entonces sería cuando la madre miraría a su marido a los ojos, aunque él siguiese atendiendo a los avisos del niño con una sonrisa de satisfacción y orgullo en los labios, la misma que coronaba el rostro de Sergey en aquel momento. Pensaría, “cuánto se parece a él”, y recordaría el amor desorbitado que sentían uno por el otro, y los dos por el fruto de su vientre. Se apoyaría en el hombro de él, volviendo a entornar los ojos hacia el niño, fijándolos en el mismo punto que antes. Quizás sería lo que yo habría hecho si no fuese por lo que llamó nuestra atención.<br /><br />Cabezas completamente despobladas se asomaban en las puertas, más grandes que las de los chavales, alguna quizás más que la de Sergey. Arrugadas algunas, pulidas otras, todas, todas, poseedoras de ojos tristes, caídos como tinta que se va escurriendo en un cuadro todavía sin acabar de pintar. Nos escudriñaban de arriba abajo, y luego de abajo a arriba; deslizaban la mirada hacia los niños, y luego nos golpeaban a nosotros con la misma, como diciéndonos “qué vergüenza”, recriminándonos por armar aquel barullo. Nadie dijo nada, las miradas hablaban solas. La superficie de mis ojos, la capa de lágrima que envuelve de manera permanente el globo ocular, les pedía trémula mil y una disculpas, al tiempo que mis dedos se aferraban a una porción de la camisa del pijama de Sergey y la retorcían con nerviosismo. Él en cambio, volvió a esbozar aquella sonrisa de nuevo, con sus dientes pequeñitos y algo amarillentos, mas pulidos con una precisión increíble, distribuidos en un orden desigual (un incisivo un poco torcido, un colmillo un tanto adelantado). No había ni un ápice de humillación en sus ojos, ni de ira por interrumpir su juego, como era de esperar. Solo complicidad, una camaradería asombrosa, como esa que guardan los compañeros de una profesión minoritaria; compañeros de pabellón, de enfermedad, de dolor. Fue él y su habitual desparpajo el que rompió el silencio súbitamente.<br /><br />-Necesitamos gente para el equipo. ¿Os apuntáis?<br /><br />Imperó de nuevo el silencio por unos instantes; era tal que mismo podía escuchar el leve ronroneo de la respiración de Sergey. Lejano, casi imperceptible, mas perfectamente audible desde mi posición. No perdió ni por un momento su sonrisa, como intentando convencerles de que sólo era un partido amistoso de niños y adultos, no tenía nada de malo, ni era nada fuera de lo común. “¿Hm?” insistió, apretando sus sonrientes labios y señalando al final del pasillo con el mentón, para llamar sus atenciones. En un mutuo y tácito acuerdo, todas aquellas personas, jóvenes y ancianas, adultos algunos, otros más pequeños, algún adolescente quizás, se echaron al pasillo, intercambiando miradas con Sergey, el cual les recibió con los brazos abiertos. En aquel momento, aquellos ojos de amargura se tornaron alegres, vidriosos como las canicas con las que jugaba de pequeña, que producían un agudo y chispeante tintineo al chocar unas contra las otras. “¡Estupendo!” clamó Sergey, separándose de mí para acercarse a los nuevos fichajes, y acordar entre todos que mezclaríamos a los niños y a los adultos en dos grupos, para estar en igualdad de condiciones. Una anciana, con un aspecto agradable, el de estas abuelitas de cabello cardado que siempre están sonriendo, y que tratan a todo el mundo como si fuesen sus nietos, era el árbitro. Aunque en lugar de cabello, lucía un pañuelo de un vistoso rosa con mariposas de colores.<br /><br />Se sucedieron los goles y las risas, las palabras mutuas de ánimo. No había rencor como en los partidos profesionales, en los cuales algunas veces mismo los jugadores llegaban a las manos. La misma autoritaria, resquebrajada y pálida mano que Gloria iba poco a poco soltando, hasta poder irse a correr con sus amigos, bajo la tierna mirada de Sergey, llena de orgullo. Recuerdo que él no había más que perseguirme, solamente para picarme, y de intentar arrebatarme el balón, regateando. Sus pies descalzos, más hábiles y aviesos, conseguían adherirse a él, llevándolo hacia su terreno, lo que hacía que la que lo persiguiese fuese yo, entre risas, aunque sin buenos resultados. Una vez fui capaz de metérselo entre las piernas y marcar un gol. Comencé a saltar, riéndome satisfecha por la revancha, canturreando, como lo hacía él antes:<br /><br />-A-cabo de marcar entre las-piernas de mi-novio.-me eché seguidamente a reír.<br /><br />Sergey, fingiendo estar molesto, mas riéndose divertido, me agarró por la cintura, subiendo mi torso a su hombro. Pataleé varias veces, golpeando con los puños en su espalda, hasta que me rendí, agotada, sin dejar de sonreír. Sí, había empezado siendo un juego de niños, simple y llanamente eso, y se había ido convirtiendo poco a poco en el comienzo de un exhaustivo conocimiento sobre nosotros mismos. Los mayores retrocedimos unos cuantos años, y los niños se hicieron más maduros. Gloria empezaba a atisbar un ápice de esperanza hacia el cual se dirigía a trote, al igual que el resto de enfermos, cuya imagen distaba de aquellos ojos tristes, aquel semblante a las puertas de llanto. Eso había quedado atrás, una persona lo suficientemente fuerte consiguió darles impulso a todos ellos. ¿Y él? Me preguntaba, apoyando la mejilla sobre su hombro, notando cómo se movía, frenético, al ritmo de su respiración. Estiré los brazos para poder rodear su escuálido cuerpo con ellos, esbozando una sonrisa.<br /><br />Todos somos fuertes desde un principio, solamente tienen que desvelarnos.</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-60560696790628970652011-10-20T08:52:00.000-07:002013-02-22T13:57:28.774-08:00Capítulo X<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwoW43jT1dkNx6UZpevlwdvw83qQ7iUZoIB1egSYm3LuCoPEM-px0j9ZI3anp7_hulmd1Vy_WwELnxmj7n-0UjuoKPt9byPhS8br0h-exMVPuEuu9y6FFZq1pY4YEoKmn6zvGpAq_MckQ/s1600/medecine_douce_by_grebille.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665603220337430466" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwoW43jT1dkNx6UZpevlwdvw83qQ7iUZoIB1egSYm3LuCoPEM-px0j9ZI3anp7_hulmd1Vy_WwELnxmj7n-0UjuoKPt9byPhS8br0h-exMVPuEuu9y6FFZq1pY4YEoKmn6zvGpAq_MckQ/s400/medecine_douce_by_grebille.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; float: left; height: 400px; margin: 0 10px 10px 0; width: 400px;" /></a><br />
<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: #333333; line-height: 14px;"><span class="Apple-style-span"><i>I can’t feel my senses.<br />I just feel the cold<br />All colors seems to fade away<br />I can’t reach my soul.<br />I would stop running<br />If I knew there was a chance<br />It tears me apart to sacrifice it all<br />But I’m forced to let go.<br />Tell me I’m frozen, but what can I do?<br />(…)<br />You wont forgive me<br />But I know you’ll be allright.<br />(…)<br />Shattered pieces will remain<br />When memories fade into emptiness.<br />Only time will tell its tale<br />If it all has been in vain.<br />(…)<br />And you tell me I’m frozen, frozen…</i><br /><br /><b>Within Temptation-Frozen</b><br /><br />
<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/IfLoCG1MLqI" width="560"></iframe> </span></span><br />
<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: #333333; line-height: 14px;"><span class="Apple-style-span"><br /></span></span>
<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: #333333; line-height: 14px;"><span class="Apple-style-span">-Yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros hermanos que he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Por eso ruego a Santa María siempre virgen, a los ángeles, a los santos, y a vosotros hermanos que intercedáis por mí ante Dios Nuestro Señor.<br /><br />Por todo el pasillo resonaban aquellas palabras, aquellas plegarias de la garganta cavernosa de un hombre mayor. Intenté averiguar su fuente, pisando muy despacio las baldosas blancas, amortizando el golpear incesante de mis tacones. A medida que iba avanzando, comenzaba a distinguir un sonido, una voz profunda y ronca que cantaba a coro con la otra, aunque pronunciando unas palabras distintas. Miré de reojo a cada una de las habitaciones, orientando el oído hacia ellas, procurando conocer de quiénes eran aquellas voces que rezaban. En cuanto llegué a la habitación 200, me di cuenta de que se acrecentaban en aquel punto, tras la puerta. Por un momento llegué a asustarme, aunque opté por colocar la mano sobre el picaporte, haciéndolo girar hacia la derecha muy lentamente, hasta que escuché cómo las bisagras cedían y se abría ante mí la puerta inmaculada, dejándome ver, de un primer vistazo, al señor dormido en la cama, con un aspecto demacrado y moribundo, y la ventana por la que siempre miraba Sergey, que emanaba una fulgurante luz blanquecina. Seguramente estaba a punto de llover. Pasé al lado del otro enfermo, que logró, no sin esfuerzo, entreabrir los ojos para mirarme, con un ademán de dolor, para después girarse hacia el suelo súbitamente y comenzar a vomitar, ráfagas y ráfagas de sangre. Me acerqué a él en un impulso para sujetarle el pelo y pulsar el timbre que había al lado de su cama para llamar a un enfermero. Volvió a acostarse, no sin mi ayuda y esbozó una pequeña sonrisa. Quizás dentro de sí mismo estaba arrepentido de lo que había hecho, o eso quiero pensar. Tras hacerlo, volví a emprender el camino hacia aquellos murmullos, acercándome a la cortina amarilla.<br /><br />Había algo bello en la imagen que vi que me hará recordarla siempre. Un sacerdote, de una edad bastante avanzada, se encontraba enfrente de Sergey, dictándole, una tras otra, infinidad de oraciones, con una voz que impondría respeto al mismísimo Demonio, con cada una de las vibraciones que le confería al ambiente. Sergey se inclinaba ligeramente hacia delante, remarcando sus afiladas vértebras, lo largo de su espalda, como si fuesen las cuentas de un rosario. Tenía las piernas encogidas, y acercaba las rodillas a su pecho, seguramente para guarecerse del frío, o quizás intentando encerrar sus rezos en el recinto de su cuerpo. Sus dedos largos se entrelazaban, al igual que si mutuamente se estuviesen abrazando, y los acercaba a sus labios finos, levemente agrietados, de color apagado, mientras bisbiseaba sin descanso contra ellos; si omitía las palabras del cura, podía escucharle pronunciar las eses, que sonaban como el silbar de una serpiente, como la de su nuca, la cual se entreveía bajo el gorro de lana negro. La luz que desprendía el cielo ceniciento iluminaba sus facciones de manera suave y delicada, como una caricia. Observé aquella imagen durante un rato, sin ni siquiera hacer ruido al respirar. El sacerdote fue el primero en percatarse de mi presencia, y dejó de rezar en seco. Sergey entreabrió sus ojos verdes, algo confuso.<br /><br />-Creo que tienes visita, hijo.-dijo, con una sonrisa, señalándome.<br /><br />Sergey se giró levemente hacia mí, enderezando la espalda. Sonreí levemente, algo turbada, mientras me acercaba a él y me sentaba en el borde de la cama. Saludé con un tímido “hola” al párroco mientras me dejaba acurrucar en los brazos de Sergey, arrimando la mejilla a su clavícula. Tardó un rato en separarme de él, todavía cogiéndome de la mano, sonriendo. Desvió la mirada hacia el sacerdote y asintió, indicándole que podía continuar. Lo hizo, volviendo a inundar de palabras roncas toda la habitación. Pude identificar que Sergey rezaba en un idioma diferente, seguramente ruso, el idioma en el que le enseñaron a hacerlo. Apoyé la cabeza sobre su hombro, sin mediar palabra, para no entorpecer el oficio. Los murmullos de Sergey, aún sin entender lo que estaban diciendo, eran un sonido tranquilizador, suave, sereno, pausado, y a la vez con un toque ansioso, que se hacía patente en la profundización de su respiración. Entreabrió poco después los ojos, mientras el párroco levantaba la Hostia sobre nuestras cabezas, sermoneando:<br /><br />-Tomad, y comed todos de él, porque este es mi Cuerpo.-en ese momento, tomo el cáliz, rebosante de vino tinto de aspecto similar a la sangre que había emanado el anciano desde lo más profundo de sus entrañas.-Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna que será entregada a todos vosotros.<br /><br />En ese momento, acercó la oblea a los labios de Sergey. Los entreabrió levemente labios, para poder introducirla en su boca, acompañada de un solo trago de vino. Fue entonces quizás cuando caí en la cuenta. Le estaba dando la Extremaunción, el sacramento de la Unción de Enfermos del que tanto había oído hablar en el catecismo. No. Quise echarme a llorar en aquel momento. ¿Realmente estaba tan mal…? Me alejé un poco de él, algo asustada, dejándole espacio. Me mordí los labios, y aguanté estoicamente el resto del oficio, hasta que el párroco se quedó en silencio, y se inclinó hacia Sergey.<br /><br />-Bueno, no sé si en…tu país.-murmuró, con cierta repulsión.-te lo han enseñado, pero…ahora debes…bueno, ayudar a la Iglesia para conseguir tu salvación eterna.-alargó la mano.<br /><br />Él se le quedó mirando, completamente confuso. Sabía perfectamente lo que el cura quería, mas no sabía de dónde sacarlo para poder pagarle. Saqué de mi bolso la cartera, alargándole un billete de 20, sin mirar.<br /><br />-Váyase de aquí.-concluí, mientras se lo entregaba.<br /><br />Él me obedeció, no sin antes echarnos un par de bendiciones.<br /><br />-No sabía que…-se excusó Sergey, en cuanto oyó cerrarse la puerta.<br /><br />-Aquí no hacen nada de gratis los muy buitres.-coloqué ambas manos en la cadera, en un gesto de indignación, mascullando las palabras como si fuese a escupírselas al cura.<br /><br />Se recostó en la cama, soltando un leve suspiro, como sintiéndose engañado y a la vez molesto por haber dejado que yo le pagase. Acomodó la espalda en la almohada, moviéndola hacia los lados levemente para hacerle un huequecito. En cuanto apareció uno de su gusto, se quedó inmóvil, relajado, volviendo a espirar de un golpe. Sus ojos me observaron de soslayo. Tengo la impresión de que supo de inmediato lo que iba a preguntarle.<br /><br />-Él había venido a hacerle la Extremaunción al viejo. Padre me había hablado mucho de esas cosas cuando todavía vivía, así que…bueno-se encogió de hombros.-toda precaución es poca.<br /><br />Asentí, enredando un mechón de mi pelo entre los dedos y soltándolo detrás de la oreja. En ese momento, volví a deslizar la vista hacia el pecho de Sergey. La imagen de aquella Virgen, de aspecto similar a las de las iglesias ortodoxas, algo alargada, quizás inexpresiva en sus labios, mas me atrevería a decir que podía vislumbrarse un ápice de bondad maternal en sus ojos, más blanca de piel que una Virgen normal, descansaba plácidamente sobre el esternón, sin golpear contra él como la última vez. Seguramente las oraciones la habían alegrado.<br /><br />-¿Eres creyente?<br /><br />Fue un acto reflejo que se rascase tras la oreja.<br /><br />-No, soy ateo, creo. Pero padre y madre lo eran, y me enseñaron todo eso, y me bautizaron cuando era niño.-desvió la mirada a la ventana y suspiró hondo, largo.-Me dan envidia las personas que sí lo son, ¿sabes? Porque creen en la vida después de la muerte. Aunque estén retorciéndose de dolor en la cama de un hospital-describió la escena con repulsión, aunque de fondo su respiración temblaba, igual que si arrojases una piedra con fuerza al agua y escuchases el rumor de su superficie trémula.-saben que van a poder seguir viviendo, y que se van a reencontrar con las personas que quisieron y que tuvieron que perder. Es muy triste, créeme, muy triste tener que ver pasar el tiempo y tener que llevar como bandera el pensamiento de que vas a ser un puñado de abono para la tierra. Punto.-me miró entonces a mí, esbozando una tímida sonrisa.-Se puede decir que busco a Dios entre la niebla.<br /><br />“Machado”, pensé para mis adentros sonriendo de manera leve; desde luego demostraba una y otra vez que tenía una cultura impresionante. Pensé de nuevo en lo que me había dicho, analicé el tono de su voz, de convicción, y a la vez de miedo, y volví a tornarme seria.<br /><br />-¿Y el colgante?-lo señalé con el índice, casi como si fuese una espada.<br /><br />-Ah, eso.-lo miró de reojo.-Era de padre. Lo único que pudieron salvar de él.-volvió a rascarse tras la oreja, pero con mucha menos fuerza.-Mira,-volvió de nuevo al tema de las creencias.-sé poco sobre la muerte, pero lo que sé es seguro. La muerte me brinda dos cosas que necesito muchísimo:-levantó los dedos índice y corazón, para enumerar.-El alivio absoluto-bajó un dedo.-Y el descanso eterno. Por otro lado, la vida me da dolor, pero a la vez me da placer. No me da descanso, pero sí calma. Y luego…-erguió la mirada, para dirigirla hacia mí.-En la vida estás tú. Vale la pena luchar por algo así.<br /><br />Sonreí de lado, agradecida por sus palabras, conmovida. Nos quedamos un momento en silencio, sepulcral y absoluto. Solamente interrumpido por la respiración de Sergey, un poco más agitada que de costumbre, haciendo que la Virgen convulsionase sobre su pecho marmóreo y frágil. El viento que golpeaba contra la ventana había que las gotas de lluvia fuesen el pizzicato del violín de la niebla. Le di la espalda, rebuscando algo en mi bolso. No soportaba estar callada.<br /><br />-Te traje algo.-clamé, volviendo a girarme hacia él.<br /><br />El papel de regalo, de un color gris metálico, tenía un lacito azul que sostenía una pegatina, publicidad de la tienda, a la par que otra, blanca con letras doradas, que rezaba: “Felicidades”. Sergey soltó una carcajada.<br /><br />-Sabela, que hoy no es mi cumpleaños.<br /><br />-Le dije a la dependienta que me pusiese otra pegatina, pero ni puto caso.-me encogí de hombros, riendo.-Ábrelo, anda.<br /><br />Toda la paciencia que demostraba normalmente se desvaneció de golpe, y comenzó a rasgar el papel de regalo, haciendo ceder el celo hasta la rotura. Apuesto a que hacía demasiados años que no le compraban nada. Quizás tantos que ni siquiera se acordaba. “No me digas que lo compraste con mi dinero” me reprendió, a lo que yo respondí que no iba a contárselo. No, no lo había hecho. Tras reducir el papel a añicos, se mordió los labios al ver el interior, y sin soltarlos esbozó una sonrisa, tomándolo entre las manos. Era un gorro de lana, del mismo color del cielo. Gris.<br /><br />-¿Te gusta?-le cuestioné, algo nerviosa.<br /><br />-Me encanta.-se rió de manera nerviosa, sonriendo amplísimamente.-Me lo voy a probar ahora mismo.<br /><br />Se quitó su gorro negro, tirándolo a los pies de la cama, y se atusó el nuevo, esquivando las etiquetas, antes de disponerse a colocarlo. Lo detuve, apresándolo por la muñeca, sin perder de vista su cabeza.<br /><br />-¿Qué…coño…?-susurré.<br /><br />Efectivamente, infinidad de cabello castaño oscuro, aunque todavía bastante corto, se observaba con total claridad. No pude evitar ponerme completamente tensa.<br /><br />-Mierda.-musitó.<br /><br />-Mierda nada. Ya me lo estás explicando.<br /><br />Supo que no podía hacer nada para volver atrás. No me olvidaría del asunto, seguramente no tardó en notarlo en mi expresión inquisitiva. Cogió aire con fuerza, optó por contármelo, sin ni siquiera mirarme a los ojos, rascando obsesiva e instintivamente tras su oído.<br /><br />-Isabel.-su voz sonaba serena, aunque en un tono extremadamente bajo.-ya no hay más quimio. Se acabó.<br /><br />-¿Co…Cómo que se acabó?<br /><br />-Los médicos no van a seguir con el tratamiento. Dicen que fueron demasiados meses aplicándomelo, y que ya no hay nada que hacer.<br /><br />Me quedé sin respiración.<br /><br />-Sergey…no me jodas. No me jodas, anda, no me jodas.-negué. Me negaba a creerlo.- ¿Cuándo te lo dijeron?<br /><br />-Hace un par de semanas.<br /><br />-Después de habernos conocido.-susurré incrédula.- ¿Y no pensabas contármelo nunca?<br /><br />-No sabía cómo.-se excusó. Su respiración todavía sonaba más ansiosa.<br /><br />-Debiste haberles mandado a la mierda.-exclamé, aunque conocía de sobra casos en los que los médicos habían suprimido tratamientos así, y mismo yo había ejecutado aquellos bruscos cortes a infinidad de pacientes.<br /><br />-Sí, Isabel, sí. Prueba a decirle eso a gente que sabe mil veces más que tú. Por no hablar de que ellos han estudiado eso que tú tienes circa unos 6 años, y que han tratado a más personas con tu enfermedad de las que te imaginas.<br /><br />Volví a negar con la cabeza insistentemente.<br /><br />-Y digamos que tampoco tienes demasiadas ganas de hacer nada después de que te hayan calificado como “caso perdido”. –musitó como conclusión, con la voz rota.<br /><br />En cuanto pronunció aquellas palabras fui yo la que comencé a respirar agitada. Moví la cabeza de un lado a otro, sin perderle de vista, intentando buscar el momento en el que me dijese que aquello era una broma de mal gusto. Su única respuesta fue un suspiro, que parecía desgarrarle el pecho como un bisturí que abre un cuerpo en dos.<br /><br />Me desmoroné, de repente, bruscamente. Me dejé caer sobre su pecho en un golpe seco y escondí mi rostro en él. Solté un chillido fortísimo, con el que liberé de todo aquel dolor, expulsándolo por mis ojos como si fuese bilis. Mi respiración se entrecortó, a medida que iba soltando intermitente sollozos amordazados que imprimí entre sus costillas. El segundo grito también lo oculté oprimiendo mis labios contra la camisa de su pijama. Ahogué más gemidos agudos, que a la vez me calmaban y me descuartizaban por dentro, me arrasaban la garganta como si fuesen ácido. Sergey me estrechó contra sí con fuerza, sin decir nada, no podía decir nada, él también sentía el ácido en la garganta. Aunque sus ojos estaban secos como arenales, no era capaz ni de respirar. Hubo un momento en el que noté su mano trémula sobre mi pelo, acariciándolo de forma vertical. Alcé la cabeza, cegada por las lágrimas, y comencé a besarle. Sus mejillas quedaron empapadas por mi sufrimiento, y sus labios, con el que atrapé el aire que expulsaba. Nos miramos un solo instante. Un instante en el que nuestros ojos se tornaron igual de húmedos, aunque los suyos no derramaron ni la primera lágrima. Volví a esconder la cabeza en su pecho, apoyando mi oído sobre él. Sabía que me calmaría, me calmaba escuchar su corazón. Sabía que estaba vivo mientras siguiese latiendo insistentemente. Como en aquel momento, en el que golpeaba con tantísima fuerza que provocaba que me saltasen las lágrimas, me oprimía las sienes. Sergey sacó fuerzas de flaqueza para comenzar a hablarme, con una congoja permanente en su voz quebrada.<br /><br />-Sabela, no llores, mi vida. Vamos, no llores, que me mata oírte llorar. Tienes razón, mira, tienes toda la razón, debí mandarlos a la mierda y lo voy a hacer. En cuanto vuelva ese mamón te juro que se lo voy a decir, y me va a seguir tratando quiera o no.<br /><br />Quizás no fueron sus palabras las que lograron tranquilizarme tanto como el tono de su voz y el cada vez más suave latir de su corazón. Solté la camisa de su pijama poco a poco, pues la tenía agarrada con fuerza, y comencé a acariciarle el pecho derecho, deslizando mis dedos hacia su esternón para entrar en contacto directo con su piel. Apenas giré levemente la cabeza para besar, a través de la tela, su pecho, justo encima del corazón, donde estaba escuchando. Noté un poco más abajo, rozando mi barbilla, aquel bulto, que me hizo apartarme de manera brusca, aunque sin llegar a separarme de él por completo. Él me acarició la frente para apartarme el pelo de los ojos sin decir nada.<br /><br />-¿Sabes?-susurré.-He oído que hace tiempo… para un experimento científico, esas cosas, cogieron a un hombre y lo ataron a una cama. Le dijeron que le harían un corte en la muñeca y que escucharía su sangre gotear contra el suelo.-posé la mejilla sobre su pecho.-Sólo he rasgaron un poco en el pulso, tan poco que no tardó en cuajar la herida, y lo único que goteaba era agua de un gotero colocado explícitamente en su muñeca. Llegó a morir sólo por creer que lo estaban matando.-rodeé sus costados con mis brazos y los estreché con fuerza.-Sergey, sé que si te convences a ti mismo de que vas a curarte, podrías curarte. Si la auto-convicción sirvió para que alguien se muriese, sé que servirá para que alguien se salve. Es lógico.<br /><br />Él asintió sin articular palabra alguna, suspirando por la nariz. Estaba cansado, no podía negarlo, no podíamos ninguno de los dos. Estaba profundamente agotado, pero tenía que seguir manteniéndose despierto. Por mí. Que no me había separado de su pecho ni un momento, seguía acurrucada en él, sintiéndome segura, cómoda. Escuché entonces una débil vocecilla procedente de tras la cortina. “Sergey”. Él giró la cabeza, a la par que yo, para averiguar de quién se trataba. Era la niña que había estado aquí el otro día, tocando la guitarra con él.<br /><br />-Gloria. ¿Qué haces aquí, pequeña?<br /><br />Ella no dijo nada. Se limitó a mirar al suelo consternada.<br /><br />-Otra vez pesadillas, ¿mh?<br /><br />-Chi.-respondió, con un hilo de voz.<br /><br />-Ven,-le hizo un gesto con la mano, para que se acercase.-ven a dormir aquí, anda.<br /><br />Dejé de abrazar a Sergey, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano, para dejarme paso a Gloria, que se acercaba a la cama con paso lento, fúnebre y tímido. Se subió a la cama. Acostó la cabeza en la almohada. Él la colocó en su sitio, pues estaba contra el cabecero para poder estar sentado. Se tumbó enfrente de ella y la arropó.<br /><br />-¿Te has tomado la pastilla que te ha dado la enfermera?-susurró, con voz dulce.<br /><br />-Chi.-volvió a contestar, acercándose a Sergey, aprisionando su camisa con las manitos.<br /><br />-Pues ala, cierra los ojos verás como duermes en nada.<br /><br />Ella le obedeció. Sus párpados cayeron poco a poco, sin hacer presión. Sus dedos también se relajaron, aunque sin soltar todavía la ropa de Sergey. Profundizó su respiración, ejecutándola con un ritmo lento y pausado. Tardó un rato en dormirse por completo, mas el silencio que imperaba en la habitación, a la par del dulce tacto de Sergey, de su mera presencia, tranquilizadora, la hicieron finalmente sucumbir. Él soltó un suspiro de alivio, acercando su rostro al de ella para darle un paternal beso en la frente.<br /><br />-Ya se ha quedado dormida.-me susurró, sonriendo, invitándome a que me acercase de nuevo.<br /><br />Me arrodillé al pie de la cama y apoyé la cabeza en la almohada. Sólo Gloria nos separaba a Sergey y a mí. También alcé la mano para acariciarle el tronco, tapado por la sábana blanca con el nombre del hospital bordado. Soltó un gruñido de aprobación y se acurrucó más insistentemente junto al cuerpo de Sergey. Noté un leve pinchazo en medio del pecho al ver que me había correspondido. Le miré. Y él me miró. Y nos sonreímos.<br /><br />-Oye, esta niña me suena mucho.-murmuré, en voz baja.-Es la de la 150, ¿me equivoco?<br /><br />-En absoluto.-negó con la cabeza, sin hacer un movimiento brusco.<br /><br />-Si no me equivoco tiene un hermano. ¿Acaso no recurre a él cuando tiene pesadillas?<br /><br />Sergey frunció el ceño, en un ademán de angustia. Su cetrina mirada se clavó en la mía.<br /><br />-Tenía. Murió hace un par de noches.<br /><br />No fui capaz de contestar, me quedé completamente en blanco. Prosiguió:<br /><br />-El niño estaba muy grave, Sabela, tenía cáncer en fase 4. Sufrió una parada cardiorrespiratoria así, sin más, pero créeme que la necesitaba. Tenía mucho dolor.-desvió la mirada. Era como si aquel sufrimiento que había acarreado el pequeño se lo hubiese pasado a él.-Desde entonces Gloria viene cada poco tiempo a mi habitación. Las pesadillas son un pretexto como otro, pero no la culpo. Acaba de perder a su hermano, se siente sola, y yo soy la única persona en quien confía. Aunque las enfermeras siempre la echan de aquí en cuanto la ven. Les pedí que la trasladasen a mi lado y que cambiasen a la vieja, o que fuese yo a la cama del hermano, pero ni puto caso. Como hablar contra una pared.<br /><br />Me mordí los labios. Según la fase de la enfermedad del niño, a él también le habían cancelado el tratamiento. Había llegado a esa etapa en la trayectoria de todo médico en la que su cometido no es salvar al paciente, sino prepararlo para la muerte.<br /><br />-Sergey,-conseguí articular.-y… ¿qué pastillas le está dando la enfermera a la cría?<br /><br />-Ansiolíticos. No son muy fuertes, para no hacerle daño. Si no se los toma, no duerme, tenlo por seguro.<br /><br />Les observé. Sergey volvió a besar suavemente la cabeza sin cabello alguno de la pequeña Gloria, en contraposición con la suya, repoblada por cortos cabellos castaños. ¿Acaso había optado ya por rendirse? Aquel no era el Sergey que yo conocía. Seguramente él no quería ni quiere hacerlo, sino que tienen que obligarle a hacerlo. Llega un momento en el que el índice de supervivencia es tan ínfimo que no vale la pena intentarlo. Lo que un médico parece no comprender es que cada minuto, cada hálito de vida que pueda dejar escapar de sus labios, es un abrazo, es una caricia, una mirada, una sonrisa, un beso. No entienden que cada segundo cuenta, Sergey, como cualquier ser humano, anhela poder salir de aquella cama, de la cárcel de aquellas cuatro paredes, observar el cielo, coger aire con fuerza, y luego sí, luego morirse. La visión de aquella niña durmiendo tan cerca de él, inhalando su olor, agarrándole con fuerza, me hizo recordar la horrible realidad de que tanto ella como yo deberíamos soltarlo y dejarle… dejarle…irse. Tal y como ellos nos obligaban a hacerlo.</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-24466636239203890562011-10-20T08:50:00.001-07:002012-01-28T16:59:08.085-08:00Capítulo IX<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgUvu6xQI7cRUWdbwzJfobzDj3U0LfzxRTcocTuXyeBbFsAWXMgVnaojvBNBh8N00q3ShMPf-Ib3ljzt3AzWa7u692gL97jZfzcTT-_B6IjQSMEXHk7Oi-GjXsezAiJ11WM0FGD44_k0_o/s1600/26981_385271958165_362002758165_3759867_3805231_n.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 354px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgUvu6xQI7cRUWdbwzJfobzDj3U0LfzxRTcocTuXyeBbFsAWXMgVnaojvBNBh8N00q3ShMPf-Ib3ljzt3AzWa7u692gL97jZfzcTT-_B6IjQSMEXHk7Oi-GjXsezAiJ11WM0FGD44_k0_o/s400/26981_385271958165_362002758165_3759867_3805231_n.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665602437408391538" /></a><br /><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: rgb(51, 51, 51); line-height: 14px; "><span class="Apple-style-span">Líneas redondeadas acuchillaban la blancura de una silueta rectangular. El filo negruzco soltaba un polvillo oscuro a su paso, que se difuminaba con la ayuda de un larguísimo dedo. De repente, estallidos de color rojo, espirales verde oscuro, brillos amarillentos, sutiles pinceladas rosáceas, iban conformando poco a poco una figura esbelta, compuesta por infinitas y delicadas curvas, que parecían querer escaparse del marco en el que estaban impresas. El filo se fue acostando para repasar las sombras formaban cada una de estas, que aquel ente dibujaba en el suelo; volvió a erguirse, colocando en el blanco soporte su afiladísima punta, conformando esta vez rectas perfectas, que en algún momento se ondulaban, para caer grácilmente sobre una de las curvas. Coronó la figura de unos ojos penetrantes color miel, acompañados de unas longuísimas pestañas, unos labios rojos como dos pétalos de una rosa, y un cuerpo lúbrico, carente de vello, blanquísimo como el mármol. Observé todo el proceso tras la cortina amarilla, mientras la señora dormía. Sergey estaba dibujando.<br /><br />-¿Así que también dibujas?-pronuncié, acercándome a él adornando mi rostro con una sonrisa.<br /><br />Él giró la cabeza hacia mí bruscamente, sobresaltado por mi presencia, cubriendo el dibujo con sus manos en un acto reflejo, aunque al darse cuenta de que ya lo había visto, las fue apartando poco a poco, esbozando una leve sonrisa. Me senté al borde de la cama, como solía, y le abracé fuerte, cerrando los ojos con fuerza. Acomodé la barbilla en su hombro, ligeramente ladeada, para poder respirar en su oído, colmar aquella mejilla completamente pálida y consumida de besos. Me aparté muy lentamente, para colocar mis labios sobre los suyos, con extremada suavidad. Fue entonces cuando un trozo de plástico chocó con mi nariz. Entreabrí los ojos, para observar que en la nariz de Sergey había instaurada una pequeña mascarilla.<br /><br />-Sergey… ¿qué coño…?-susurré sobre sus labios, clavando la vista en la mascarilla.<br /><br />-No te preocupes, Sabela.-al ver que fruncía el ceño, se decidió a contármelo, a grandes rasgos.-He pasado una noche un poco mala, eso es todo.<br /><br />Imaginé al instante lo que le había pasado, y no pude evitar apretar muy fuerte los puños en una expresión de impotencia. Sergey lo notó, y tomó uno de los puños en una de sus manos, cálida, tierna, dócil, mientras siseaba con mucha calma.<br /><br />-Tranquila. No ha sido nada. Ya estoy mucho mejor.<br /><br />Asentí, volviendo a posar mi mirada sobre la suya. Él me sonrió de manera tierna, como si nada hubiese pasado, y apartó los lápices de colores que había usado de la mesa. Por su estructura y composición, parecían bastante buenos. Rodeé su espalda con un brazo y su pecho con el otro, acurrucándome en él, observando el dibujo terminado.<br /><br />-¿Quién es, Sergey?-pregunté.<br /><br />-Eres tú.-respondió, algo sonrojado.- ¿Te gusta?<br /><br />Examiné el dibujo con mayor detenimiento. En él, una escultural mujer, de piel marmórea, se acostaba sobre unas sábanas blancas, dejando salir del interior de su pecho y vientre miles de serpientes, desde pequeñas culebras hasta gigantescas pitones. Sus ojos felinos observaban fijamente a los reptiles, tomando algunos entre sus manos. Los suaves matices de color que la conformaban, a ella, a su cuerpo, a su fisionomía, contrastaban con las líneas toscas, severas, mas redondeadas, con las que estaban hechas las serpientes. Tras la figura, unas cortinas, de color amarillento, aunque con suaves toques blanquecinos, hacían resaltar el cabello oscuro color caoba de la mujer.<br /><br />- Me encanta.-pronuncié, perdiéndome en la mirada penetrante y amarillenta de aquellas serpientes.<br /><br />Deslicé los dedos por los restos de grafito que habían dejado los lápices de colores, palpando su textura oleosa, catándola con las yemas. Me pareció notar también todo el empeño que Sergey había puesto en aquella obra maestra. Si me fijaba en los trazos del dibujo, podría compararlo con una obra de la magnitud de Frida Kahlo. Quizás él, como había hecho ella en su tiempo, no pintaba sus sueños ni sus pensamientos, sino su propia realidad. Centré mi atención en el tatuaje de su brazo: la serpiente, mi vientre, desnudo… Todavía seguía apuñalado por el filo de la aguja el ojo del áspid.<br /><br />-Por cierto,-susurró entonces, con aquel brillo pícaro que arraigaba en sus ojos con tanta frecuencia, cuando iba a hacer algo que podía parecerme mal.-ayer se me olvidó darte algo.<br /><br />Arqueé una ceja, algo confusa por su afirmación, levantándome de la cama. Tomó entonces la guitarra, que estaba escondida bajo la cama, entre sus manos, apoyándola en sus rodillas, dejando las cuerdas boca arriba. ¿Querría tocarme alguna nueva canción? Fue lo que pensé, hasta que vi que sus dedos se deslizaban con habilidad por dentro de la tapa, levantándola un poquito, pudiendo vislumbrar el interior de la caja.<br /><br />-Sergey, ¿qué haces?-exclamé, alarmada por haber roto su instrumento.<br /><br />Me mandó callar, siseando levemente entre sus dientes. Entre sus dedos se prendaron un fajo de billetes de 10, los cuales extrajo del interior de la guitarra. Se acurrucó en el respaldo de la cama, contando en voz baja la cantidad de dinero, bisbiseando de forma casi inaudible. “Diez, veinte, treinta…” Tras contar, me tendió los billetes orgulloso, esbozando una amplísima sonrisa.<br /><br />-Para ti.<br /><br />-¿Cómo que para mí? ¿A qué viene esto?<br /><br />-Te han despedido por mi culpa, Isabel, es lo mínimo que puedo hacer.-se inclinó para meterme los billetes en el bolso.-100 euros. Cuéntalos.<br /><br />-Para eso querías la guitarra.-murmuré.<br /><br />-Uno no se puede fiar de un banco hoy en día.-me enseñó su fila de dientes pequeños al sonreír.<br /><br />-No puedo aceptarlo.-negué varias veces, devolviéndole los billetes.-Es la poca pasta que tienes, y no te la quiero quitar.<br /><br />-Joder, mira que eres terca.-bufó.-Son tuyos. Yo tengo dinero de sobra.-se señaló a sí mismo, colocando su mano en posición horizontal, clavando sus dedos a lo largo del esternón.-Y no quiero excusas.-volvió a metérmelos en el bolso, rodeando mi cadera después.<br /><br />-Sergey, me siento como una puta al recibir dinero de esta manera.<br /><br />-Ambos sabemos que no eres ninguna puta, ¿no? Pues no se hable más. Cómprate algo bonito con eso, ¿hm?<br /><br />Reí levemente, volviendo a sentarme a su lado, apoyando la cabeza en su hombro. No me apetecía discutir.<br /><br />-¿Me enseñas algún dibujo?<br /><br />Se quedó callado un instante, algo sonrojado, dejando la guitarra al otro lado de la cama y cogiendo de nuevo el block de dibujo, atrayéndolo hacia sí.<br /><br />-Bueno, vale. Pero solo por ser tú.-recalcó.<br /><br />Comenzó a pasar las páginas, muy lentamente, deslizando sus dedos ásperos sobre el filo de las hojas, con la suficiente agilidad como para no cortarse. El primer dibujo era un hombre. Aquellos ojos de un verde intenso, los labios finos, el cabello oscuro, no me dejaban la menor duda de quién era. Aparecía solamente tapado por una sábana blanca, recordándome al cuadro de “La columna rota”, aunque en este dibujo, la figura masculina tenía por gran parte del cuerpo extendidas como una especie de varices rojas, de un aspecto completamente desagradable, que a medida que acercabas la vista a su pecho, más recordaba a piel arrancada, a carne podrida, nauseabunda, sangrante, desgarrada. Me horroricé al ver aquel dibujo, lo suficiente como para apresurarme a separar la vista de él. Sergey lo notó enseguida, quizás porque había comenzado a temblar.<br /><br />-Vamos, no te asustes.-dijo, con voz velada.- Ya sabes que cuando te enteras de que estás enfermo… no dejas de tener pensamientos apocalípticos, pero ya he superado esa fase.<br /><br />Me apresuré a cambiar de página, sin pronunciar ni una sola palabra. El segundo dibujo era de un chaval joven hecho a carboncillo. Tenía un flequillo que le tapaba casi la totalidad de los ojos, y su nariz y su labio poseían pequeñas estelas plateadas, a causa de los piercings. Su nariz era bastante recta, no destacaba demasiado. Sus ojos eran rasgados, de un color aparentemente claro, con las pupilas dilatadas.<br /><br />-¿Quién es?-pregunté.<br /><br />-Sacha, un compañero del orfanato. Era casi como mi hermano. Mis padres murieron cuando yo tenía 11 años, y nunca tuve hermanos, aunque mi madre murió estando embarazada.-tomó aire con fuerza por la nariz, acentuándolo por la presencia de la mascarilla.-Sacha me enseñó muchas cosas que ahora sé hacer: Me enseñó a tocar la guitarra, a ser fuerte, a no dejarme doblegar por lo que digan el resto, a no llorar…-se quedó en blanco un instante.-A fumar.-susurró. Notó que me mordí los labios cuando pronunció aquella palabra.<br /><br />-¿Y por qué enseñarte a no llorar? Es ridículo, necesitas expresar tus sentimientos.<br /><br />-Ya.-se encogió de hombros.-Eso dicen. Pero allí en el orfanato estaba muy arraigado eso de que llorar era de débiles, y allí si eras débil te comían vivo. Quizás por eso también nos acostumbramos a los tatuajes, hasta el punto de no sentir apenas dolor cuando nos los hacían.-desvió la mirada hacia el techo.-Sacha tenía el cuerpo completamente tatuado, con dragones y flores de loto japonesas y esas cosas. Era casi como una segunda ropa.<br /><br />-Tú tienes más tatuajes de los que me enseñaste, ¿no?-le miré curiosa.<br /><br />-Así es.-asintió.<br /><br />-¿Puedo verlos?<br /><br />-Claro, ¿por qué no?<br /><br />Apoyó la espalda sobre la almohada, colocada erguida en horizontal, mientras se desabrochaba los botones de la camisa turquesa del pijama. La abrió, dejando su pecho al descubierto. Impreso con tinta sobre su finísima piel, sobre sus costillas, rozando su esternón, atravesándolo de lado a lado, una frase, en ruso: не сдавайся, жить - это быть в бою. Deslicé mis dedos sobre el tatuaje, repasando cada una de las letras, intentando descifrarlas, palpándolas como si estuviesen escritas en braille.<br /><br />-¿Qué pone?-murmuré, sin apartar la vista de su pecho.<br /><br />Vi cómo se alzaba lentamente para coger aire con fuerza.<br /><br />-“No te rindas. Vivir es luchar”.<br /><br />Sonreí levemente, sin dejar de catar cada rincón de su piel, de acariciar aquel tatuaje, analizando mentalmente su significado.<br /><br />-Es una frase muy bella, Sergey.<br /><br />-Más bello quizás sea ponerlo en práctica. Solo para poder ver el resultado.-sonrió, mientras se colocaba bien la mascarilla con una mano, pues le molestaba.<br /><br />Asentí, cogiéndole la otra mano, colocándolas ambas encima del tatuaje, repasándolo juntos, con una sonrisa en nuestros labios; melancólica en él, triste en mí. Me pregunté si se lo había hecho antes o después de caer enfermo, aunque no saqué fuerzas para cuestionárselo. Quería seguir gozando de aquel silencio, escuchando uno la respiración del otro, concentrándome en cada línea que conformaba aquella frase, en cada palabra, en cada pliegue de su piel, en su suavidad, cada altibajo. En ese momento, Sergey se enderezó, inclinándose levemente hacia delante.<br /><br />-Todavía te falta ver uno.-sonrió.<br /><br />En ese momento, apartó levemente el gorro de lana, lo suficiente como para dejar la nuca al descubierto. Era una serpiente, pero de apariencia todavía más realista, con trazos casi grotescos, y a la vez innegablemente bellos, dulce el brillo de las escamas, cegador. Estaba dispuesta de manera circular, de modo que entre sus afilados dientes se instauraba su cola, chorreando veneno. Me quedé impresionada ante aquel redondeado trazo, ante aquel detalle.<br /><br />-¿Qué simboliza?<br /><br />-La serpiente que se muerde la cola es el eterno devenir, la lucha entre contrarios que nunca encuentra un claro vencedor, que se complementan. La rueda que gira y gira. Al fin y al cabo, ¿qué es la luz? La ausencia de oscuridad, y la oscuridad es la ausencia de luz. La felicidad es la ausencia de tristeza, y la tristeza la ausencia de felicidad. La libertad es la ausencia de esclavitud, y la esclavitud la ausencia de libertad. La muerte es la ausencia de vida, y la vida…<br /><br />-Sergey, la vida no es la ausencia de la muerte.-interrumpí.<br /><br />-Solo lo es si vives como si no existiera.-mostró una amplia sonrisa.<br /><br />Sonreí ampliamente, mostrándole todos y cada uno de mis dientes, sin importarme que se fijase en mi colmillo torcido. Vivir como si no hubiese muerte, como si todo fuese eterno, para siempre. Disfrutar de cada momento, de cada sonrisa, de cada beso, y almacenarlos como si fuesen pequeños tesoros que nunca se van a evaporar, cada uno más valioso que el anterior, más sincero, más puro. Justo por eso tenía que seguir luchando, por muy poderoso que fuese el enemigo, por muy dolorosas que fuesen una tras una las innumerables derrotas que le brindaba, desde el hecho de estar en el hospital, hasta aquella mascarilla, mismo aquel jodido bulto era una gran batalla a medio vencer. Deslicé mis dedos por el tatuaje, repasando la frase, volviendo a analizarla, a releerla, a traducirla, y a sonreír. En ese momento, noté que Sergey sabía que, a pesar de que fuese una y otra vez derrotado, a pesar de que la vida le hiciese caerse y caerse al suelo, siempre me tendría para sostenerle y poder luchar juntos. </span><br /></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-19228760318461846412011-10-20T08:47:00.000-07:002013-02-22T14:03:17.788-08:00Capítulo VIII<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: #333333; line-height: 14px;"><span class="Apple-style-span"><i>“Tuya.<br />Quiero yacer en tus brazos, completamente entregada a ti.<br />Me esconderé entre tus sábanas, donde nadie pueda verme.<br />Donde burlar las miradas hipócritas, las miradas que taladran nuestras pieles.<br />Escucha.<br />Un “te quiero” de mis labios tan sincero que hasta duela.<br />Como nuestros corazones se acompasan,<br />Como los de dos niños que han hecho una travesura.<br />¿Y realmente lo estamos haciendo mal?<br />Mucha.<br />Es la devoción que siento hacia ti.<br />La culpa, el dolor, el placer, el sosiego.<br />Muchas las ganas de llorar, mucha la fuerza con la que tengo que aguantar<br />Todo el peso del mundo que siento encima.<br />Lucha.<br />Por favor, lucha.<br />Si algo necesita mi alma herida es a ti, enteramente.<br />Necesita tus labios, tu calor, tus brazos.<br />Tus ojos, tus manos, tu pecho, tu espalda, tu vientre, tus piernas.<br />Y sentir las sábanas impregnadas de tu olor.”</i><br /><br />El sonido del teclado de un ordenador rompía el silencio que reinaba en el piso de una mujer sola, en pleno centro de la cuidad, lo suficientemente cerca de la majestuosa catedral que se vislumbra entre los edificios, como para inevitablemente pensar en el final de todo. En cuanto presioné la letra “r”, di por terminado el poema. Era sencillo, breve, quizás con un lenguaje demasiado coloquial para lo que escribo habitualmente, mas estaba hecho para que él pudiese comprenderlo con facilidad, para que no se equivocase en el significado de las palabras, tan distintas a las que él estaba acostumbrado a leer, con una grafía tan extraña a sus ojos, ni se asombrase ante términos extraños, kilométricos y vacíos de sentimiento, aunque nunca quisiese llegar a entregárselo. Guardé el documento en el ordenador, en la carpeta de poemas, titulándolo “A Sergey”. Me quedé posteriormente mirando a la pantalla largo rato. Tenía tantísimas ganas de volver a estar con él, y cada vez más y más miedo de lo que pudiese pasar. Era tan inciertos los pasos que emprendíamos en nuestro camino, tan oscuro e inalcanzable el destino, tan difuminada la calzada. Muchas veces me había preguntado aquella noche por qué entregarle mi amor a algo tan efímero. Seguramente me lo preguntarían, si es que no se burlasen de ello. Quizás era una locura, mas las cosas, cuanto más breve sea su existencia, más bellas son, más atraen a la mente humana, más atraen al alma que necesita consuelo, aunque solamente dure la pronunciación de un par de palabras de amor. Tardé en irme a la cama. Hacía demasiado frío entre aquellas sábanas blancas.<br /><br />Llegué a la habitación de Sergey al día siguiente, más o menos a las cinco de la tarde, tras pasar por la oficina del Inem. En cuanto me vio, noté cómo le brillaban los ojos y se incorporaba rápidamente, para poder extender hacia mí sus brazos, enfundados en el pijama, en cuya mano derecha se entreveía la cabeza de la cobra, la cual me observaba atentamente, con mirada tajante y metálica, y abrazarme con fuerza.<br /><br />-Te eché de menos, mi amor.-susurró, con su característico acento, muy suavemente.<br /><br />Me sonrojé. Era la primera vez que alguien se refería a mí con ese calificativo. Mi amor.<br /><br />-Yo también, he pensado mucho en ti.-me acurruqué en sus brazos, apoyando la cabeza sobre su clavícula.<br /><br />-Supongo que te habrías acordado también de mi madre, por lo de ayer.-bromeó.<br /><br />Reí levemente, revolviendo la cabeza en sus brazos, mimosa.<br /><br />-No, mi amor, no.-utilicé esta vez aquellas palabras.- Te he dicho que no pasa nada. Conseguiré un nuevo empleo. A un nuevo Sergey no.<br /><br />-Al menos he cumplido mi mayor sueño de la adolescencia.-al notal que le miraba expectante, rió leve.- ¡Acostarme con una enfermera sexy!<br /><br />Solté una carcajada contra su hombro, negando con un aspaviento de cabeza.Él se rió de manera entrecortada, echando la cabeza hacia atrás. Le acompañé en su risa, apoyando el oído sobre su pecho, acurrucándome en él. Esta vez me atreví a escuchar lo que residía en su pecho izquierdo, fuese lo que fuese. Solamente noté aquella respiración, que se ejecutaba de manera automática, mas sin perder la cálida vibración que la caracterizaba. Solamente algún pitido cruzaba mis oídos si inspiraba muy hondo; me hacía estremecerme. Dejó de reír, quedándose completamente en silencio ante mi reacción. Me acarició el cabello, enredando los dedos en él como solía. Noté entonces latir su corazón, solo si lograba concentrarme en él y nada más. Agarré su chaqueta de pijama con fuerza, aunque de manera tierna, mecanizando aquellas pulsaciones, haciéndolas mías, esperando sentirlas en mis oídos cuando me volviese a acostar en la cama. Sola.<br /><br />-Sabela, cielo, mira, quería pedirte un favor.<br /><br />-¿Pedir? Mandar es lo que tienes que hacer tú.-bromeé, sonriendo contra su pecho.<br /><br />-¿Querrías traerme la guitarra de mi casa?<br /><br />Me incorporé, algo extrañada por su petición.<br /><br />-Las llaves están en mi pantalón.-prosiguió.-En el bolsillo izquierdo de delante.<br /><br />-Pero si ni siquiera sé dónde vives.<br /><br />-Eso tiene fácil arreglo.-susurró, mientras miraba de un lado a otro. Posteriormente, me miró a mí.- ¿Tienes un bolígrafo y un papel?<br />Asentí, disponiéndome a rebuscar en mi bolso. Nunca salía de casa sin mi agenda ni un bolígrafo de tinta azul a mano. Se los entregué y, tras habérmelo agradecido, escribió la dirección del piso, con una letra algo tosca, casi como de niño pequeño, debido a su anterior grafía cirílica, aunque con un detalle elegante e innegablemente bello. Me la entregó, tras haberme releído lo que había escrito, por si no lograba entenderlo. Guardé de nuevo la agenda.<br /><br />-¿Por qué tanta prisa por conseguir la guitarra, Sergey?-pregunté.<br /><br />-Porque si estoy aburrido, puede darme por pensar.-sonrió levemente.<br /><br />Sonreí también, releyendo la dirección en silencio. Me despedí de él y logré colarme en la habitación donde estaba su ropa. Efectivamente, en el bolsillo delantero izquierdo de su pantalón vaquero se encontraban un par de titilantes llaves, acompañadas con un llavero de Malboro, seguramente regalo de alguna cajetilla de tabaco. Suspiré. No pude evitar pensar que aquello era lo que le había llevado al hospital. Metí las llaves en el bolso, y no pude evitar fijarme en la cartera de cuero marrón que sobresalía del mismo bolsillo. La entreabrí, y pude ver parcialmente su carné de identidad español: “Lugar de nacimiento: Moscú. Provincia/País: Rusia. Hijo/a de: Alexander/Dariya.” Tiré de él levemente hacia arriba, para poder darle la vuelta y mirar la fotografía. En ella, aparecía solamente el rostro de Sergey, mirando fijamente a la cámara, con semblante serio. Todavía no estaba enfermo, pues lucía una media melena castaña ligeramente ondulada. Aún así, la mirada era exactamente la misma. Aquellos ojos translucían tantísimo dolor, no sabría decir por qué. Quizás él tenía razón, y su sufrimiento no podía indagarse a través del exterior. Rehusé a cotillear más y guardé el carné de nuevo en la cartera, disponiéndome a irme a la casa de Sergey a buscar su preciada guitarra.<br /><br />Me planté enfrente de aquel piso destartalado, mirándolo de arriba abajo, bajo la atenta mirada de los yonkis que paseaban por aquella calle completamente empinada, de dudosa reputación. Tomé las llaves entre mis manos y abrí la puerta principal. En cuanto entré al recibidor, me di cuenta de que no tenía ascensor. Las destartaladas escaleras parecían querer derrumbarse en cualquier momento, y crujían de manera horripilante. Seguramente Sergey también había sentido, agarrado a aquel pasamanos lleno de astillas, que todo el piso se venía abajo. Y con él, su medio de vida. El piso era un tercero, tercero izquierda para ser más exactos. Utilicé la otra llave para abrir la puerta del piso.<br /><br />Estaba todo en perfecto orden, aunque no hubiese excesivo mobiliario, mas se respiraba un ambiente caótico. Me dirigí sin titubear a la habitación. Era de aspecto bastante antiguo, seguramente con muebles que Sergey no había elegido. La cama de matrimonio era amplia y extensa, y debía darle plena libertad para estirarse en ella. Encima de las sábanas color crema había un par de cojines granates, más o menos grandes. Cerca de la pared, un armario de madera lacada, con un oscuro brillo y remaches en negro. Al lado de la cama, un revistero con tres o cuatro repisas repletas de libros escritos en ruso, al menos la mayoría de ellos. Pude reconocer un par de Tolsloi, Lestov o Dostoyeski, así como clásicos en español, tales como las Rimas de Bécquer. Parecía ser un magnífico y aplicado lector. Desvié posteriormente la mirada hacia una esquina de la pared. Allí, escondida bajo una funda negra que ocultaba sus curvaturas en la oscuridad, se alzaba lo que parecía ser una guitarra española.<br /><br />La agarré por el mástil, para poder buscar las asas que me permitiesen llevarla. Mi brazo hizo un esfuerzo por levantarla del suelo; juraría que era más pesada que cualquier otra guitarra que hubiese visto. No quise estar más tiempo allí. El júbilo que me producía haber encontrado lo que él me había encargado hacía acrecentar mis ganas de verle.<br />--------------------------<wbr></wbr><span class="word_break" style="display: inline-block;"></span>--------------------------<wbr></wbr><span class="word_break" style="display: inline-block;"></span>--------------------------<wbr></wbr><span class="word_break" style="display: inline-block;"></span>------<br />-¡La tengo!-grité, en cuanto crucé la puerta de la habitación 200.<br /><br />Sergey sonrió ampliamente, inclinándose hacia mí con ansiedad. Me desprendí de las asas y dejé que la guitarra fuese cayendo por mi espalda, para que él pudiese cogerla. La acostó sobre sus rodillas con sumo cuidado, deslizando la minúscul<img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665601803050330018" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiwH5gof0ll2pHaM4SllIorZNw73yuLumi94BW98qQZhyphenhyphenG45e361rZF-ORrbe-3abmjarB-fjC3eeNCjsQsZjoEsDKjceb-NQCGz56cOWvVngXO7b4GxL8DMmJXqZSLRNn4psIk9YWcILo/s400/62785_163521743662304_158947480786397_580400_308647_n.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; float: left; height: 224px; margin: 0 10px 10px 0; width: 400px;" />a cremallera por la desgastada y carcomida funda, pinzándola con sus dedos índice y corazón. Fue entonces cuando se mostró ante nosotros, tímida, lúbrica, hermosa, con unas curvas semejantes a las de una mujer. Él la agarró por el mástil con contundencia, para poder colocarla en la posición adecuada. La acercó a su pecho, ladeó la cabeza fijando la vista en los trastes, y con el mínimo roce de sus uñas, la guitarra comenzó a llorar en sus brazos. Lentamente, apoyó su mano sobre la caja, respirando muy suavemente contra ella, balanceándola al ritmo de su respiración. Esbozó una sonrisa dulce. Afortunada la guitarra que recibía sus caricias.<br /><br />Me senté a su lado y dejé caer mi cabeza sobre su hombro. Sentí entonces una leve y suave presión sobre mi frente. Eran sus labios. Las heridas que le había producido la quimioterapia los convertían en una superficie áspera y rugosa, mas palpitante, próxima, dulce, muy dulce. Volvió a colocar bien la guitarra, haciendo que me separase un poco, sonriendo hacia él.<br /><br />-Quiero que me cantes algo.-susurró.<br /><br />-¿Qué?-exclamé sorprendida, sonriendo de lado.<br /><br />-Vamos, no me dirás que no sabes cantar.-alzó una ceja con picardía.<br /><br />-Sergey…-quise replicarle.<br /><br />En ese momento, comenzó a entretejer el preludio de una melodía. No hizo falta que agudizase el oído para saber de cuál se trataba, y al saberlo, mi corazón dio un vuelco. “Heart Shaped Box” de Nirvana.<br /><br />-Te la sabes, ¿verdad?-preguntó sin dejar de tocar, sonriendo ampliamente.<br /><br />-Claro que me la sé.<br /><br />-Venga, demuéstramelo. Un, dos, tres, y…
<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/QWcHKeKc1pg" width="420"></iframe><br /><br />Sin darme tiempo ni siquiera a aclararme la garganta, tuve que comenzar a cantar, ruborizándome a cada nota un poco más. Recité la letra con una voz ronca, y grave, aunque en algunos pasajes cristalina, sin perder en ningún momento la ternura, afinando de manera sublime.<br /><br />-She eyes me like a Pisces when I am weak. I’ve been locked inside your heart shaped box for weeks. I’ve been drawn into you magnet tar pit trap.<br /><br />Me quedé un momento en blanco, al recordar la siguiente estrofa. Él notó que me retrasaba en entrar y clavó sus ojos en mí, con dulzura. Quería calmarme. Tragué saliva sonoramente.<br /><br />-I wish I could eat your cancer when you turn black.-vocalicé, agravando mi voz.<br /><br />En cuanto pronuncié aquella frase, entonando las notas con precisión, mas en voz bajita, Sergey se acercó para besarme la mejilla, sin dejar de tocar, teniendo las notas perfectamente aprendidas. Sonreí, mientras le miraba sin dejar de cantar:<br /><br />-Hey, wait, I’ve got a new complain. Forever in debt to your priceless advice. Hey, wait, I’ve got a new complain. Forever in debt to your priceless advice.-tras un brevísimo solo de guitarra, susurré cerca de sus labios.-Your advice.<br /><br />Alcé la mirada a sus ojos. Sonreían con una dulzura que nunca había visto antes. Continué cantando, sacando de mi garganta la voz más hermosa que pudo proporcionarme, mientras él me acompañaba con la guitarra, deslizando sus dedos con habilidad por los trastes, haciendo que bailasen mutuamente sobre el filo del mástil. No dejé de mirarle durante toda mi actuación, maravillada por su habilidad, enternecida por su sensibilidad, hechizada por su serena imagen. Al terminar la canción, el estribillo final se fue apagando muy poco a poco, mientras clavaba mis ojos en los suyos. La última sílaba sonó casi como el siseo de una serpiente, como la que se encontraba aprisionada por mi mano, impresa en los poros de su piel. Se hizo un momento el silencio. Una sonrisa surcó a la vez nuestros rostros, casi como si una navaja nos hubiese cortado a la vez los labios. De repente oímos un amordazado jaleo en la puerta, susurros que se entremezclaban, que sonaban todos juntos. Dirigimos nuestra mirada hacia la puerta. Tras las cortinas, todos los niños del pabellón nos miraban con curiosidad. A mí, a Sergey, y a aquel extraño artilugio que había hecho tocar.<br /><br />Él les sonrió tiernamente, haciéndoles un ademán para que se acercasen. “Vamos, no seáis tímidos” insistía. Fue una niña, de unos cuatro o cinco años, que tenía la cabecita completamente calva y pálida, cuyo rostro se coronaba con dos enormes ojos azules, la que se le acercó sin titubear al borde de la cama. Sergey la cogió en brazos, sentándola sobre sus rodillas, colocando la guitarra delante de ella, aunque él le agarrase el mástil. Tomó suavemente la mano de la chiquilla, notablemente más pequeña que la suya, y la dejó descansar sobre las cuerdas.<br /><br />-Desliza los dedos suavecito, así.-lo hizo él primero, sin soltar la mano de ella, para que pudiese notar el frío tacto de las cuerdas en sus yemas, introduciéndose entre sus uñas.<br /><br />Ella sonrió ampliamente y repitió la acción varias veces, satisfecha del resultado. Sergey, sin dejar de mirarla de un modo paternal, deslizaba su mano por los trastes, mostrándole cada vez un sonido distinto. Los niños se fueron acercando poco a poco, colocándose en los bordes de la cama, sentándose algunos a su lado. Ya había observado anteriormente que Sergey era como un ídolo para aquellos pequeños, pero aquella vez habían mostrado un cariño y una devoción impresionantes hacia él. Todos se asomaban hacia la guitarra y tocaban al menos un par de acordes, expectantes al intentar indagar qué sonido saldría de aquel instrumento. Sonreí, y Sergey me dirigió varias veces una sonrisa. Los niños me confesaron que habían oído mi canción, y que querían que la volviese a cantar. La verdad es que canté otra, “Stairway to Heaven” de Led Zeppelin creo recordar. Tanto Sergey como yo sabíamos que “Heart Shaped Box” significaba más para nosotros de lo que parecía.<br /><br />-¡Niños!-escuchamos una voz. Era la nueva enfermera, una mujer rubia y espigada, de unos cuarenta años, que irrumpió en la habitación para darles las medicinas.-Iros a vuestras habitaciones ahora mismo, el doctor Domínguez va a pasar a haceros la revisión.<br /><br />Todos ellos se apartaron de nosotros resignados, suspirando mientras salían de la puerta. La niña que se había sentado en las piernas de Sergey se le abrazaba con fuerza, oponiendo resistencia ante la enfermera. Él, en cambio, optó por hablarle en voz serena, decirle que podía volver después de la revisión, y que le enseñaría a tocar “como un Rolling”. Se fue apartando poco a poco, con esfuerzo, hasta que dejó que la enfermera la cogiese en brazos para llevársela, aunque siguió mirándole con tristeza.<br /><br />-Al fin solos.-me miró sonriente, indicándome que me sentase a su lado.<br /><br />Asentí, obedeciéndole.<br /><br />-Tienes un don para los críos, Sergey. Te quieren con locura.-afirmé, apoyando la cabeza en su hombro.<br /><br />-Es inevitable no tenerles cariño.-rió leve, de forma entrecortada, como solía.-Aunque a este paso monto una guardería. Y seguro que estarían mucho mejor que con esa bruja.<br /><br /><br />-No han tardado ni un día en reemplazarme.-suspiré.<br /><br />-Te pillaría el empleo, pero a ti no te reemplaza ni Dios.<br /><br />Sonreí, acurrucándome en sus brazos, perforados por las vías que le habían puesto. Escondí la cabeza en su cuello. No era de extrañar que fuese un imán para los niños; aquel olor tan suave, tan dulce, tan suyo, era simplemente un aroma que cualquiera que tuviese el honor de notarlo, sentiría una auténtica dependencia hacia él, como si fuese una potentísima droga. Le acaricié los antebrazos. Numerosas heridas de pinchazos, seguramente de análisis de sangre, aunque puede que también algún ansiolítico, por el diámetro de la aguja, convertían aquella en una de las zonas más sensibles de su cuerpo, de su estilizada y a la vez enfermiza fisionomía. Aquellos huesos finos que repasaba con mis dedos parecían querer resquebrajarse en entre mis manos, como si fuesen de cristal. Acomodé mi sien sobre su mejilla, sin mediar palabra. No hacía falta decirnos nada, ambos sabíamos cómo se sentía el otro. Sergey cerraba por momentos los ojos, relajado, sin ejercer presión en sus párpados, para volver a entreabrirlos pasados unos segundos. Escuché con claridad su respiración calmada, pausada, suave, apenas interrumpida cuando tragaba saliva, sonoramente. Fue entonces cuando articuló unas palabras, enderezándose:<br /><br />-Se me olvidaba. Te he compuesto una canción.<br /><br />-¿Que qué?-exclamé, ruborizada.<br /><br />-Poco después de conocerte te escribí una canción en mi libreta, pero no pude ensayarla todavía. Nunca pensé que te la enseñaría, pero ahora que somos…<br /><br />-…Pareja.-completé la frase, sonriendo ampliamente.<br /><br />-Pareja-repitió.-pues supongo que debería.<br /><br />-Y debes. Ardo en deseos de oírla.<br /><br />Se giró hacia la mesita acto seguido, para poder sacar de ella una libreta tamaño folio con las tapas azul marino. La abrió en una página concreta, en la que había escrito un poema en inglés, sin dejarme ojear el resto de escritos. Su letra era tremendamente estilizada, a pesar del cambio de escritura, quizás un poco pequeña, pero perfectamente legible. Todas las palabras comenzaban con letra mayúscula, aunque les confería unas hermosas formas, redondeadas en algunas, contundentes en otras. Alcé una ceja algo extrañada.<br /><br />-¿Y la música?-pregunté, al no encontrar pentagramas ni nada por el estilo en la página en cuestión.<br /><br />-La música la tengo grabada aquí.-sonrió, señalándose una sien con el dedo.-Llevo desde que la compuse tarareándola. La letra me va a costar un poquito-carraspeó.-más recordarla.<br /><br />Le miré expectante, deseando escucharle cantar por primera vez. Afinó un poco la guitarra, para intentar que tuviese el mejor sonido posible y que pudiese disfrutar plenamente de su serenata. Tomó aire fuertemente por la nariz, antes de presionar las cuerdas, creando unos leves acordes, antes de comenzar a entonar:
<iframe width="560" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/KJ3ffeRWQd0" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /><br />-By your heart strings I am hanging from a dream. Gently swinging in the warm autumn breeze. Come look at the scars, smother a heart opening up. Look at the scars, smother a heart opening up no more.<br /><br />Me enamoré del tono de su voz al instante en el que comenzó a cantar. Aquel era un sonido extremadamente grave, quizás el más grave que había oído, cálido, próximo, aterciopelado, pausado, sosegado. Sonaba en algunos pasajes como susurros extremadamente tiernos, en otros, sonaba ronca y abatida, sonaba triste y llorosa, como si gimiese de dolor de forma bella. Al principio, la noté también trémula e insegura, quizás de que no comprendiese la letra, que no me llenase la música, que no me gustase aquella maravillosa voz. Para calmarle, coloqué mi mano sobre la suya, dejando que la guiase de arriba abajo por el mástil. Sergey esbozó una sonrisa, sin dejar de cantar en voz baja. Sus labios apenas se movían al pronunciar las palabras, solamente hacían ademán de bisbisear, como si me estuviese contando un secreto. Y me lo estaba contando. Me invitaba a “ver las cicatrices”. Me invitaba a hurgar dentro de él, quizás a curarle por dentro, a afianzarnos como pareja. Recordé lo que me había dicho sobre sus cicatrices, que “mejor que no lo supiese”, que “el dolor no es simplemente físico”; morí de ganas de saber qué había dentro de su cabeza, aunque ello me hiciese daño, e inevitablemente me lo haría. Por otro lado, no pude evitar pensar a que podía referirse a la cicatriz de mi trasero, por lo que mis mejillas se tornaron al rojo vivo. Tomó aire con fuerza por la boca, entre los dientes, silbando de forma casi inaudible, antes de pronunciar la última frase. “You open me up”.<br /><br />-Joder…-volví a esconder la cabeza en su cuello.<br /><br />-¿No te ha gustado?<br /><br />-¿Que si me ha gustado? Me has puesto los pelos de punta, Sergey. Eres…eres…eres magnífico.<br /><br />-No es para tanto.-susurró, sonriendo.<br /><br />-Nunca había oído a nadie cantar tan bien. Tienes una voz muy dulce.<br /><br />-Muy cascada, querrás decir.<br /><br />-Sé perfectamente lo que quiero decir, no me contradigas.-reí leve, siendo acompañada por él.<br /><br />Coloqué una mano sobre su esternón para mandarle recostarse hacia atrás, apoyando la espalda en el cabecero. Aparté un poco la guitarra para apoyar mi oído en su pecho. Dios, cómo le latía el corazón.<br /><br />-Sergey.-susurré.<br /><br />-Dime.-respondió.<br /><br />-¿Me las vas a dejar ver, como en la canción?<br /><br />Supo perfectamente a lo que me refería. Noté cómo se le aceleraba todavía más el corazón, aunque inspiró de manera serena.<br /><br />-Claro que sí, mi amor. Claro que sí. </span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-46215822284469178022011-10-20T08:44:00.000-07:002013-02-01T16:38:27.577-08:00Capítulo VII<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFFt631fOJlqj61_jLzU-IggJjjGVYVvz6wk_ZMdASsodrYBbRSEvQwtdITpuz8BPmaRxTz20mtdX1cCBiluMa1YHn_4q-yG4aY3N6iu9s4ksXqn1SrsEldBtQeEKNGWbw9ASfBxEKHEA/s1600/the_four_letter_word_by_spacedementchen.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665601335259183762" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFFt631fOJlqj61_jLzU-IggJjjGVYVvz6wk_ZMdASsodrYBbRSEvQwtdITpuz8BPmaRxTz20mtdX1cCBiluMa1YHn_4q-yG4aY3N6iu9s4ksXqn1SrsEldBtQeEKNGWbw9ASfBxEKHEA/s400/the_four_letter_word_by_spacedementchen.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; float: left; height: 300px; margin: 0 10px 10px 0; width: 400px;" /></a><br />
<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: #333333; line-height: 14px;"><span class="Apple-style-span">Me había pasado toda la noche en vela y por consiguiente las ojeras que presentaba eran directamente proporcionales a las horas que me había pasado despierta. En medio de la noche había buscado aquellos brazos, aquel calor, aquel olor a polvo, y canela, y almizcle, y tabaco. Había añorado aquella respiración atrapada entre mis labios, aquellos latidos encerrados entre mis dedos. Había querido llorar a gusto escondiendo las lágrimas en su pecho, aunque no supiera la razón de mi llanto; solamente escucharle mentirme, decir que todo iba a ir bien, me sentiría protegida. Sí, aquella noche había echado de menos cosas que acababa de experimentar, y había hecho el amor con un residente que hacía apenas una semana, quizás menos, que acababa de conocer. Absurdo. Hasta a mí me lo parecía. Luego me venía a la mente su voz, su respiración, su tacto y no sabía pensar en nada más.<br /><br />Antes de llegar al trabajo, paré en una farmacia para comprar la píldora del día después. La excitación nos había hecho olvidar tomar precauciones. En cuanto me la dieron, me apresuré en tomármela en cuanto llegué al hospital, acompañada de un insípido café de la máquina de recepción. Deseaba comenzar cuanto antes la ronda para poder ver a Sergey, mas me preguntaba qué iba a decirle llegado el momento. Temí quedarme en blanco, que me bloquease el don de la palabra aquel par de ojos verdes, o quizás aquella sonrisa, carcomida por el tabaco, mas con una incomprensible belleza. Puede que más por su significado que por su forma. Fue en ese momento cuando vi a mi jefe, uno de los médicos, acercarse en tono casi amenazante entre la gente. Venía hacia mí.<br /><br />-Isabel, tenemos que hablar.<br /><br />Su espeso ceño fruncido y su tono de voz seco, cortante, me hacían intuir lo peor. Opté por seguirle a su despacho, sosteniendo el vaso de plástico vacío con ambas manos. Todavía emanaba calor. En cuanto abrió la puerta, se abrió delante de mí una sobria oficina, llena de condecoraciones adornando las paredes. Cualquiera que entrase se sentiría en manos de un profesional. Pantalla, pensaba yo. Me senté en la silla púrpura, mientras él daba vueltas por la habitación como un zángano.<br /><br />-Verás, ayer has mostrado una falta de profesionalidad sin precedentes. Una…una falta de respeto hacia los residentes que me da hasta ganas de vomitar.<br /><br />-¿A qué se refiere?-interrumpí, temblorosa.<br /><br />-¿Qué a qué me refiero?-repitió, en tono de burla.-El señor de la 200 estaba escandalizado.-alzó la voz.- ¡Te has follado a un paciente!-escupió las palabras con asco, dejándolas salir disparadas hacia mí.<br /><br />Me torné pálida al escucharle. Supe en aquel momento que no había nada que alegar en mi defensa. Bajé la cabeza, como un cordero en un matadero, dándole a entender que sus sospechas eran ciertas. Se acabaría sabiendo.<br /><br />-Estás despedida.<br /><br />Aquellas palabras recayeron sobre mí como mazazos en medio de mi pecho. Me contuve, mordí los labios. Me apresuré en levantarme e irme, casi a paso automático, fuera de la oficina. Llegué al pasillo. El bullicio era insoportable, y por una vez no me sentía parte de él. Me quedé completamente inmóvil, en medio del gentío, viendo pasar a los médicos, enfermeros, limpiadores, enfermos. Todo aquel mundo, que alguna vez fue mío, giraba a una velocidad tan agresiva que ni siquiera era capaz de apreciar cada una de las vueltas. ¿Debería sentirme triste? ¿Avergonzada? ¿Feliz? No sentí absolutamente nada, como si estuviese vacía por dentro. Aquella acción ya no había sido involucrarse, había sido un acto vomitivo y deleznable, que me había costado el empleo. Antepuse mis sentimientos a mi deber. Aquella no era la Sabela que conozco. La Sabela que tenía fama de ser imperturbable, impasible, calculadora, trabajadora e inteligente había dejado que un hombre que acababa de conocer la volviese maleable, dócil, grácil, dulce. Se había dejado perder entre unas sábanas heladas, buscando el calor humano. Y por primera vez disfrutó de aquel calor. Notó entre sus dedos una vida tan frágil que la hizo conmoverse, hasta el punto de enamorarse por completo, de dejarse llevar. Y en ese momento se encontraba en medio del pasillo, sosteniendo el vaso de plástico, observando cómo todo se movía mientras ella permanecía allí de pie. Conseguí entrar en movimiento tras un buen rato, minutos quizás, para poder encaminarme hacia la habitación.<br /><br />Entré, como una autómata. Ni siquiera miré a la cara a aquella señora, a la que no sabía muy bien si odiar o no. Clavé la vista en la cama contigua. Sergey estaba mirando por la ventana, como solía, recostado en la cama. Su garganta emanaba el leve tarareo de una canción que solamente se podía apreciar en silencio, aunque no pude identificarla. No percibió mi presencia. Quizás estaba demasiado inmerso en sus pensamientos. Me acerqué sin mediar palabra. Apoyé una mano sobre su pecho izquierdo y me fui colocando de rodillas poco a poco, dejando caer al tiempo la cabeza en el derecho, incrustando mi mirada en la pared, como si pudiese perforarla.<br /><br />-Enfermera Sabela.-murmuró, con alegría en su voz.- ¿Cómo estás?<br /><br />-Me han despedido.-le solté, con crudeza, mas sin reproche.<br /><br />-¿Qué te han qué? –se incorporó de repente. No separé la cabeza ni un milímetro.<br /><br />-Por el polvo de anoche.-susurré, con un hilo de voz.<br /><br />-¡Joder! ¡Joder! ¡Mierda!-giró bruscamente la cabeza, y con ella, todo el cuerpo.<br /><br />Solté entonces su pecho y dejé mi cabeza sobre su costado. Cerré por un momento los ojos.<br /><br />-Nos oyeron.-concluí.<br /><br />-¿Cómo coño nos iban a oír, joder? ¡Si hacía menos ruido ya ni respiraba!<br /><br />Señalé con el dedo las cortinas amarillas. Comprendió al instante lo que quería decir, y noté cómo se enfurecía, comenzando a blasfemar en ruso por lo bajini. Apretó los puños. Se levantó bruscamente de la cama, apartándome en el acto, y corrió la cortina, dejando ver al señorleyendo la Biblia. En cuanto vio a Sergey, completamente ruborizado, apretando los dientes, y bufando fuerte, retrocedió en la cama.<br /><br />-¡Escúchame bien viejo de mierda! ¿¡Quién coño eres tú para meterte en los asuntos de los demás!? ¡Me cago en tu puta madre, si ni siquiera hicimos ruido! ¿¡Qué querías, que nos asfixiásemos!? ¡Ojalá te pudras en el puto infierno, jodido hijo de puta!<br /><br />Noté que gesticulaba mucho, y temí que su temperamento le hiciese pasar a mayores. Me apresuré a ir junto a él y apresurarle por la muñeca. Era imposible no notarla palpitar con rapidez. Tiré de ella como reprimenda, encauzándolo hacia la cama.<br /><br />-Sergey, no.-murmuré, sin apenas fuerzas.<br /><br />Se detuvo, todavía enfadado. Giró levemente la cabeza. Mi mirada triste le suplicaba que no se metiese más en líos. Desvió la vista posteriormente al señor, cuya expresión de desprecio escondía un terror tácito por la reacción de Sergey. Suspiró, obedeciendo a mi mandato, y corrió la cortina, dirigiéndose posteriormente a la cama.<br /><br />-Joder.-murmuró, mientras se acostaba.-Es que no es justo.<br /><br />-Escucha, Sergey-dije, mientras le ayudaba a arroparse.-llevo…llevaba 5 años trabajando en este pabellón. El ambiente comenzaba a ser insoportable.-me miró a los ojos, deseando que continuase exponiendo mis razones.-Mucha gente de este sitio está sufriendo muchísimo por esa enfermedad, y ya no aguantaba más viendo todo aquello. Todo el dolor, todos los gritos, todo el llanto…-cerré los ojos, como intentando esquivar las imágenes que volvían a mi mente.<br /><br />-¿Por qué crees que me voy con los críos, Isabel?-susurró.-Si me quedase en mi habitación créeme que no aguantaría.<br /><br />-¿Tanto te duele?-pregunté, preocupada, enredando mis manos entre sí.<br /><br />-No todas las veces el dolor es físico.-desvió la mirada hacia la ventana, extendiendo suavemente los dedos hacia el cristal.<br /><br />Volvía a estar lloviendo.<br /><br />-No te preocupes por esto.-sonreí.-Hay un par de hospitales más por aquí. Con mi currículum, seguramente me contratan.-esta última afirmación comencé a dudarla en el momento en el que la pronuncié.<br /><br />-Eso espero.-suspiró.<br /><br />Alcé también la mirada, clavándola en las gotas de lluvia que rasgaban el vidrio de la ventana, como si fuesen precisas incisiones de un certero bisturí en un cuerpo ceniciento, mórbido, marmóreo, sin vida, y a la vez tan palpitante. Con casi tanta habilidad como el trazo de las dos líneas azules que conformaban la crucecita en el pecho de Sergey, increíblemente rectas, inclinadas ambas, cruzándose en el centro, justo donde el bultito se acrecentaba. Introdujo sus dedos largos en la camisa, rozando sus costillas, donde yacía una hilera de fulgurantes y milimétricas argollas de oro entrelazadas entre sí. Pude vislumbrar que conformaban un collar. La imagen de una Virgen ataviada completamente de azul golpeaba rítmicamente contra su esternón, correspondiendo con los movimientos de su mano agarrando la cadena, como si le estuviese marcando a su corazón el ritmo al que debía latir. Quizás se me pasó por la cabeza que pudiese besarla, mas no lo hizo. Simplemente acarició la madera lacada en la que estaba dibujada con un dedo, acercándola más a su pecho. Me senté a su lado en la cama, en una esquina, colocando mi mano sobre la suya, sintiendo el calor que emanaba su torso, el cual iba disminuyendo mientras lo rozaban en tiempo y el frío. Sentí, a través del dedo de Sergey, las débiles y apresuradas pulsaciones de aquella Virgen.<br /><br />-Oye, quiero que seas sincero conmigo.-susurré, sin apartar la vista de la imagen.- ¿Qué significo yo para ti? Sé que nos hemos acostado juntos, pero quiero saber…si fue por morbo o…o por qué. Supongo que me debes una explicación.<br /><br />-Sabes perfectamente lo que siento.<br /><br />-Pues dilo.-respondí, tajante.-Quiero escucharlo de tus labios.<br /><br />Nos miramos durante una milésima de segundo. Recuerdo la forma de brillar de sus ojos. Traslucía miedo, y a la vez una emoción y una dulzura impresionantes, y se combinaba, como el intermitente resplandor blanco de una estrella, entre la oscuridad de su pupila. Entrelazó nuestros dedos y acercó ambos puños a su pecho.<br /><br />-Te quiero, Sabela. Sé que es raro porque apenas te conozco, pero te quiero. Te toca.<br /><br />-Yo también te quiero. ¿Lo has dudado en algún momento?-sonreí tierna.<br /><br />-Supongo que no.-se encogió de hombros.-Reconozco que lo de que indagases mi nombre fue… Vamos, fue casi un juego.-asentí, pues para mí había sido algo parecido.- Pero luego… Viniste…me hablaste…y tu voz…<br /><br />-No hace falta que digas nada.-esbocé una sonrisa, apoyando mi cabeza sobre su hombro.-Sé exactamente lo que sentiste.-clavé la vista en las sábanas.-Lo mismo que sentí yo.<br /><br />Sergey esbozó una sonrisa, aquella que conseguía doblegarme completamente, convirtiéndome en una persona fiel, mansa como una leona que se torna en gata por el simple y certero roce de unas manos, que se conformaba con acurrucarse en él, cerrar los ojos, y respirar su olor para ser feliz.<br /><br />En ese momento me di cuenta de que no iba a permitir que se fuese.</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-43438645304491808092011-10-20T08:41:00.000-07:002013-02-01T16:36:04.468-08:00Capítulo VI<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQH0vOKKjH2itEjCJ662_q4zq-ECklWAzUE_JXnSFByaiMlhIEVCVwTVAzILzP0l2JG3-0DmO9sXmWf11Y5dxJ6Uq4irvmd5YfblE0LW-2hNJQmeBRLMHCQM2FkwLE6QzJZL3hoJfvFa0/s1600/73720_149975371711838_104160219626687_245180_4398194_n.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665600600306339218" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQH0vOKKjH2itEjCJ662_q4zq-ECklWAzUE_JXnSFByaiMlhIEVCVwTVAzILzP0l2JG3-0DmO9sXmWf11Y5dxJ6Uq4irvmd5YfblE0LW-2hNJQmeBRLMHCQM2FkwLE6QzJZL3hoJfvFa0/s400/73720_149975371711838_104160219626687_245180_4398194_n.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; float: left; height: 400px; margin: 0 10px 10px 0; width: 400px;" /></a><br />
<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: #333333; line-height: 14px;"><span class="Apple-style-span">Llegaron las nueve de aquel día. Entré en la habitación de Sergey, expresamente en esa, para apagar las luces. Aún así, y a pesar de que su compañera no tardase ni una décima de segundo en echarse a dormir a pierna suelta, él seguía despierto, mirando por la ventana de soslayo. Llovía. Fuera y dentro de la habitación. Me aproximé a él, mientras se serenaba, y extinguía aquella solitaria gotita que acariciaba su mejilla. Esta vez no me arrodille. Le miré desde arriba.<br /><br />-¿Tienes miedo, Sergey?-susurré.<br /><br />-¿A qué voy a tenerle miedo?-murmuró en respuesta.<br /><br />-No sé. A los truenos,-señalé la ventana, poco después de que un rayo apuñalase al cielo.- a la soledad…<br /><br />-Los truenos me relajan y la soledad me encallece.-alzó la mirada, sonriendo.- ¿Sabes a lo único que le tengo miedo?<br /><br />-Dime.<br /><br />-Te parecerá una chorrada.-rodeó mis piernas con sus brazos y me aproximó.<br /><br />-Lo dudo. Dime, Sergey.<br /><br />-Tengo miedo…a que tú tengas miedo. Y noto que lo tienes.<br /><br />Me mordí los labios, procurando de nuevo no romper a llorar. Me soltó, mas sus manos recorrían de arriba abajo mis piernas, prendando sus uñas en las medias, imprimiendo en mi piel el rugoso tacto de las yemas de sus dedos. Desvié la mirada hacia él, insegura de lo que articulaban mis labios:<br /><br />-Tengo miedo de que te pase algo. Sé que suena extraño…-miré al suelo de repente.-pero no quiero que te pase nada malo.<br /><br />Deslizó sus manos a mis caderas, subiendo hacia mis costados, acariciándolos con una inefable ternura. En aquel momento, todos mis sentimientos se descolocaron, se entremezclaron bruscamente, al tiempo que mi corazón se descontrolaba. Volvió a aproximarme a él, sin dejar de anegarme en la dulzura de su mirada.<br /><br />-Ven,-tiró de mi camisa hacia abajo.-acuéstate aquí.<br /><br />No dudé en hacerlo, manteniendo el contacto visual con él. Me quité los zuecos que llevaba puestos para trabajar, aparté con la mano un poco las sábanas y me coloqué justo encima de él, tal y como me indicaba a base de suaves tirones. Apoyé mi frente sobre la suya y cerré los ojos. Escuché su respiración relajada, mucho más próxima que nunca. Entreabrí los ojos, tras haber sumido mi visión en la oscuridad. Él estaba allí, mirándome fijamente, con una inimaginable dulzura. Saber que estaba conmigo, tan cerca, que no podía escapárseme como agua entre los dedos, no dejaría que lo hiciese, su simple mirada actuaba como un bálsamo para mí.<br /><br />-Isabel, esto te va a sonar todavía más raro, pero creo que…que yo…-las palabras se le atragantaban, como los pedacitos de la manzana prohibida se prendaran a la garganta de Adán.<br /><br />Acaricié sus labios con mi dedo, siseando para que se mantuviese en silencio.<br /><br />-Sé lo que vas a decir. Y yo también. Yo también, por muy equivocada que pueda estar. No me importa.<br /><br />No pude evitar mirarle. Intercambiamos de nuevo una mirada, en la que comenzaba a avivarse el fuego que ardía dentro de nosotros. Sus dedos, desgastados, comenzaron a acariciar mi espalda en silencio, hacia abajo, produciendo a través de la ropa un tacto parecido al de las escamas de una serpiente que se arrastra por una tierra solitaria y yerma. Apoyé ambas palmas de las manos en su pecho, intentando no ejercer apenas presión. En cuanto me di cuenta del obstáculo que suponían, las deslicé hacia los laterales de su cuello, y poco a poco fui subiendo hacia detrás de sus oídos. Noté en uno de ellos una pequeña venita, casi tan fina como un hilo, que palpitaba furiosamente. Sus mejillas estaban ruborizadas; igual que las mías, que emanaban calor. Mantuve el contacto visual con él, era como si al mirar dentro de sus pupilas pudiese indagar todo sobre él, pudiese conocer cada uno de los entresijos de su mente, colarme a través de ella como si se tratase de un laberinto en el que incluso sería gustoso perderme. Los dedos de Sergey se asomaban por mi trasero, pero rehusaban tocarlo de manera intrusiva. Entreabrí los labios, dejando escapar mi respiración por ellos, y rocé suavemente los suyos, mirándolo, como si buscase su aprobación. Inclinó la cabeza hacia delante. En cuanto noté su proximidad, los recuerdos asolaron mi mente como si fuesen flashes, escenas entremezcladas de una película. “No te involucres; si te involucras con un paciente dejarás que los sentimientos nublen tu juicio y no puedas actuar con criterio”…<br /><br />Fue entonces cuando noté su saliva en mi boca. Tenía un regusto caliente, como el buen aguardiente, del que no te cansas de beber hasta la saciedad. Sus labios, agrietados a causa del frío, y álgidos a causa de la enfermedad, acariciaban los míos con una enorme ternura, con una habilidad que nunca había tenido el placer de experimentar. El dorso de mi mano se apoyó sobre su mejilla ardiente, provocando en mi cuerpo un brusco y dulce a la vez contraste de temperaturas. Sus manos bajaron mi pantalón muy lentamente, dándome tiempo a notar el roce de la tela en mis piernas. Las mías, se instauraron en su vientre, sin romper ni por un momento el beso, bajando muy poquito a poco hacia su miembro. En cuanto las notó, aceleró de manera descontrolada su respiración. Frenéticas rachas gélidas impresas por su nariz. Arqueé la espalda, colocando esta vez los labios sobre su pecho; en aquel lugar concreto, aquel maldito lugar. No me fijé, no quise fijarme, guardé con dificultad las lágrimas. Comencé a besarle, más rápido de lo que latía su corazón. Una y otra vez. Un beso y otro. No quise desprenderme. Eran míos, aquellos pulmones eran míos, solo míos, y nadie más que yo podía cuidarlos. Y los cuidaría. Joder. Los cuidaría. Sergey tomó mi rostro entre sus manos y lo posó sobre el suyo, volviendo a encajar nuestros labios como piezas de un rompecabezas. Me aferré a su pantalón y lo bajé con furia, raspando su piel con mis pequeñas pero afiladas uñas. Arañó mi nuca en respuesta, entreabriendo la boca para soltar un suspiro de placer. Sus manos actuaron en consecuencia y me bajaron las bragas y las medias de repente, sin darme tiempo ni a reaccionar. En el momento en el que nuestros sexos comenzaron a acariciarse mutuamente; su pene erecto, mi vulva abierta como una flor, me percaté de que aquello estaba mal, que violaba todo en lo que había creído hasta entonces. Y que quizás por eso me gustaba tantísimo. Le abracé con fuerza, estrechando mi mejilla contra su hombro, mientras introducía su miembro, lentamente al principio, dejándome catarlo, y después de golpe, duplicando mi placer. Besó mi cuello frenéticamente, dejando en él grabada la calidez de su aliento. Me acurruqué, sintiéndome extrañamente segura, mientras movíamos la pelvis, hacia arriba, luego hacia abajo, al mismo ritmo. Comenzamos a acelerarlo. Mis dientes se clavaron en su clavícula. Los truenos, los rayos. El miedo. Miedo a ser descubiertos. Abrí la boca. Quería gritar. “Shhhhh”. Sergey me susurró al oído. Dulces cosquillas recorrieron mi cuerpo como una ola. Rayo. Mi cuerpo arde, mi piel arde, mi sexo arde. Le colmé de besos hasta cortarle la respiración. Se le detuvo. Cogió aire con fuerza. Su pecho soltó un leve gemido. Se quedó la habitación un segundo… En silencio. Unas últimas embestidas fuertes hacían que me derritiese por completo en sus brazos. Me agarro a las sábanas. Quedo sin aire. Una lágrima, una sola, cae por mi mejilla, en cuanto se culmina el placer. Me dejo caer.<br /><br />Sergey se incorpora, abrazándome, todavía jadeando. No tardó en ver la lágrima, como si fuese una de las miles de gotas cristalinas que conformaban la lluvia. A trasluz, iluminada por la luz de los rayos, es como una pequeña perla, sometida a un concienzudo tallado. Él apoyó sus labios en mi mejilla, limpiándola con ellos, con un beso suave. Le miro. Ni siquiera yo conocía la razón de aquella lágrima. Ignoro si fue de emoción, de remordimientos, fruto de toda la tristeza o de todo el amor acumulado, amordazado. Me sentía a gusto, a pesar de todo. El calor que emanaba su cuerpo me protegía del gélido paisaje nocturno. Y el olor de su piel. Escondí la nariz en su cuello y aspiré aquel divino perfume. A polvo. A canela. Quizás a almizcle o a madera. Si seguía oliendo, me topaba con un feble olor a tabaco, que se encontraba en el punto perfecto en el que dejaba de ser desagradable y se convertía en una sensación dulce y familiar. Y estaba fría. Aquella piel estaba completamente fría. Pero era una algidez bella, dentro de la que se notaban palpitaciones cálidas y agitadas. Opté por levantarme de la cama, con dificultad, procurando ser arrancada de sus brazos sin sentir demasiado dolor. Sergey me miró interrogante, mas se abstuvo de decirme nada. Fui yo la que le di explicaciones sin más, con un tono de voz feble y casi monótono.<br /><br />-Tengo que irme. Se me hace tarde y tengo que fichar.<br /><br />No contestó. Sabía que no podía hacer nada para retenerme. Me coloqué bien la falda y subí mi ropa interior. En aquel momento me sentía insegura, a la deriva en un mar de dulces recuerdos, sensaciones indescriptibles, lúbricas como la misma noche, intensas como los mismos rayos que en aquel momento iluminaban el rostro de Sergey. Sus facciones afiladas y enfermizas eran incluso la más pura expresión de la belleza, bayo aquella luz mórbida, blanquecina y cetrina, que titilaba como si fuese la bombilla fundida de la bóveda celeste. Y sus ojos… Sus ojos resolvían todas mis dudas, hacían que me cerciorase de que en cierto modo estaba haciendo lo correcto, que aunque quebrase todas las reglas que me impusieron desde que entré en la profesión. Y eran los más jodidamente bonitos que había visto en mi puta vida.</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-38440761134215719892011-10-20T08:37:00.000-07:002011-10-20T08:39:54.791-07:00Capítulo IV<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: rgb(51, 51, 51); line-height: 14px; "><span class="Apple-style-span" >Tenía los ojos cerrados. Sí, los tenía cerrados cuando me acerqué a la cama de él. Su cabeza estaba ligeramente ladeada, orientada hacia la feble luz cenicienta que irradiaba la ventana, debido al cúmulo de nubes que descargaban su llanto sobre el hospital. Las facciones de su rostro eran afiladas, debido a su delgadez, y su piel se dibujaba de un color blanco mate, sumida en la oscuridad de la habitación. Busqué por aquel destello verdoso que palpitaba intermitentemente en sus ojos, mas no lo encontraba, seguía sin encontrarlo. Me fijé en sus brazos. Atravesando el ojo de la serpiente, tenía una vía de suero, que se introducía en las venas que enroscaban sus marcados huesos, que conformaban toscas y a la vez gráciles sombras en su fisionomía. Me arrodillé al pie de la cama. Vi con total claridad, teniendo como fondo las cortinas amarillas, cómo su pecho se alzaba poco a poco, y luego lentamente iba bajando. Coloqué una mano en su hombro y lo moví de un lado a otro, suavemente. Acerqué mi rostro al suyo, notando el aliento que desprendían sus labios bajo mi nariz.<br /><br />-Sergey, despierta. Tienes que ir a radio.<br /><br />Entreabrió sus ojos, tras parpadear unas cuantas veces. Sintió mi proximidad y sonrió como solía, recortando distancias, al menos entre su corazón y el mío.<br /><br />-Quién se despertara así todas las mañanas-susurró, estirando hacia mí sus largos dedos y deslizándolos por mi mejilla, al igual que lo hacía por el cristal de la ventana.-Escuchando tu voz.<br /><br />El contacto con su piel hizo que la mía se encendiera, aunque procuré, sin mucho éxito, disimularlo. A pesar de eso, nadie me borró la sonrisa de la cara. Sergey apartó las sábanas de su cuerpo y se giró hacia la mesita, cogiendo su gorro de lana negro y colocándoselo sobre la cabeza, en un impulso coqueto, o quizás de timidez ante su aspecto actual. Posteriormente se erguió y echó a andar hacia la puerta.<br /><br />-¿A dónde vas?<br /><br />-A radio.-me contestó, dándose la vuelta.- ¿No era que tengo que ir?<br /><br />-Sí, pero… ¿No esperas por nadie?<br /><br />-¿Por quién quieres que espere?<br /><br />-No sé, pensé que te acompañaría algún familiar o… tu pareja.-me ruboricé de nuevo al pronunciar la última palabra.<br /><br />Sergey negó con la cabeza.<br /><br />-No tengo familia, Sabela. No tengo a nadie.-suspiró.- Además, estoy soltero y sin compromiso.-pronunció aquella frase insinuante, sonriendo.<br /><br />-¿A nadie? ¿Entonces cómo acabaste aquí desde Rusia?<br /><br />-Quería irme lejos. Me paré aquí como pude haber parado en Francia o en Portugal.-se encogió de hombros.-Me detuve por no seguir andando, eso es todo. Estoy solo en el mundo, no hay nada ni nadie que me ate a ningún sitio.<br /><br />Tragué saliva sonoramente al escuchar las palabras del desarraigado joven. ¿De verdad querría que echase raíces aquí, junto a mí? Sonaba descabellado, mas comencé a arar la tierra en la que estas crecerían, poco a poco, a medida que mis palabras se desprendían de mis labios y volaban hacia él.<br /><br />-Espera.-di un paso hacia delante.-Voy contigo.<br /><br />-¿Y eso por qué?-alzó una ceja extrañado.<br /><br />-Pues porque no quiero dejarte solo.-seguí acercándome a él, taconeando con fuerza para reformar mi afirmación.<br /><br />-¿Por qué ibas a preocuparte por mí? Tú eres una enfermera, no sé, tendrás a un montón de gente a la que atender.<br /><br /><img src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQF0BYZf2wyMGEpjyO9VpJU_vsKKfUm9vE_zoNIw9EOCU-QYlpQxjwIxo9eKr3JRx9D9-lmQkX_IkPaUUyxu9PB3zX7NyMal7SGhidUkjhKPTQoMqAiYQAld1_JRrWeDhDcVSBt3ooIVE/s400/Leukemia_Central_Line_B_W_by_specter33284.jpg" style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 278px; height: 400px;" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665599234478517730" />-Escucha, Sergey, tanto en la facultad como aquí en el hospital, y en otros muchos hospitales, todo el personal te repite siempre la misma canción, que ya comienzas a dar por supuesta: “No te involucres; si te involucras con un paciente dejarás que los sentimientos nublen tu juicio y no puedas actuar con criterio.”-dirigí mis manos hacia las suyas, rozándolas, sin apartar la mirada.-Desde el momento en el que me aprendí tu nombre, dejé de verte como un número, un paciente al que hay que curar, y comenzaste a ser Sergey Valo, una persona, con pasado, con presente, con futuro, con sentimientos, con inquietudes, con sueños, comencé a involucrarme contigo. Ahora que el error está hecho, ¿qué más da equivocarse un poco más? Ambos sabemos que no podemos volver atrás.<br /><br />Asintió, dándome a entender que entendía la gravedad de la situación. Se mordió los labios, dejando que me embebiese su mirada, creándose en ellos unas pequeñas heriditas rojizas. La proximidad de nuestras bocas, el calor de su respiración, provocaba en mí unas insoportables ganas de besar aquellas heridas, saborear su sabor salado, férreo, a la vez con un regusto dulzón. Pero no. No podía. No debía. Le cogí de la mano y tiré de ella, intentando encauzarlo hacia la sala de radioterapia.<br /><br />Llegamos a la planta baja. En los bancos, montones de personas con aspecto enfermizo, algunas sin mucho cabello, o calvas como Sergey, nos miraban con curiosidad, mientras pasábamos entre el tumulto hacia la estancia misma del tratamiento.<br /><br />-¿No tenemos que esperar?-preguntó.<br /><br />-No, tú tienes preferencia.-le miré, sonriendo.-La ventaja de ser residente.<br /><br />Cruzamos las inmensas puertas blancas, pesadas, metalizadas, que separaban aquella grotesca máquina del exterior. Un grupo de médicos me miraron de forma extraña, pues no me tocaba estar allí, mas ninguno se atrevió a decirme nada, excepto la doctora Cambón, siempre tan considerada con sus compañeros.<br /><br />-¿Qué es lo que haces aquí, López?-me preguntó, con un gélido tono de voz. Solo ella en todo el hospital me llamaba por el apellido.<br /><br />-Vengo a acompañar a este paciente. He acabado la ronda y él me ha pedido expresamente que venga.<br /><br />Comenzaba a ponerme tensa, mas si Sergey me daba el visto bueno, Cambón no podía hacer nada. La palabra del paciente es la palabra de Dios.<br /><br />-¿Es eso cierto?-se giró hacia él, edulcorando algo el tono, mas sin perder la actitud seca y cortante.<br /><br />Sergey asintió con la cabeza. Por su cuello se deslizaban un par de gotas de sudor, al tiempo que su piel se iba tornando más y más pálida. Aplaqué mis impulsos de cogerle de la mano. No podía dejar que la doctora sospechase ni lo más mínimo sobre mi error. Alzó una ceja, altiva, y dejó que pasara con él a la sala.<br /><br />-Pero salga deprisa.-me ordenó.<br /><br />Le dije que sí, obediente, mientras le acompañaba hacia la máquina. Todavía recuerdo lo grande que era. Muchas veces había visto máquinas de radioterapia, pero aquella me parecía más descomunal de lo habitual. Quizás era porque sabía que Sergey iba a recibir radiación de aquel bicho de metal blanco. Lo acostaron en una camilla, haciendo que adoptase una posición adecuada. Él la tenía tan mecanizada que los enfermeros no tuvieron que corregirle. Me dejaron un momento a solas con él. Agradecí aquel breve tête a tête, aunque solo durase la pronunciación de unas pocas palabras cada uno.<br /><br />-Dios, me siento como un crío que ha hecho una travesura.-susurró, riéndose en voz bajita.<br /><br />Era cierto. Solo el hecho de involucrarme de aquel modo, de enfrentarme a la doctora Cambón, ya era, al menos para mí, suficiente desobediencia hacia mi código moral.<br /><br />-Y yo.-sonreí, murmurando.-Mira, me late el corazón a cien por hora.-tomé su mano y la acerqué a mi pecho. Sus nudillos chocaron contra mis costillas suavemente, sin hacerme daño.<br /><br />-Y el mío también.-giró la muñeca para agarrar mi mano y dejarla muy cerca de la marquita azul. Noté aquellos furiosos golpes contra la palma, contra las yemas, una y otra vez. Al mismo ritmo que el mío.<br /><br />Intercambió conmigo una mirada cetrina, sin que fuese capaz de retirar mis dedos de su pecho. No había miedo dentro de él, ni ningún tipo de nerviosismo. Se enfrentaba a aquel grotesco aparato blanco como se enfrentaría a un animal domado; con serenidad, seguridad, firmeza, quizás con algo de resignación. Ya tenía mecanizado su comportamiento ante aquella situación; hasta su expresión se mostraba fría, casi irreal. Quizás su aparente calma era solamente un biombo que ocultaba su verdadera preocupación; tenía dentro de él una especie de garrapata que succionaba furiosamente todo buen pensamiento, toda sonrisa, toda alegría que tuviese cabida en un ser humano. Le iba arrebatando lentamente, casi sin que él se diese cuenta, lo poco que necesitaba en aquel momento, iba arrasando con sus deseos, reduciéndolos a cenizas negras como la propia muerte, a despojos tan solo. Y callaría, de un momento a otro, el latir de su corazón, como si de una vela se tratase, como si de un suave soplido lo extinguiese, lo apagase, lo detuviese. Aparté las manos de su pecho con dificultad, procurando no seguir cayendo en conjeturas. Sergey volvió a sonreír, reteniéndome un momento más.<br /><br />-Un beso de buena suerte.-susurró.<br /><br />Innegables las tentaciones. No puedo evitar pensar que el aquel momento le habría abrazado, habría buscado refugio entre las escamas de aquella serpiente, habría besado sus álgidos labios hasta cortarle la respiración, sé que lo habría hecho. No. Tan solo era un error. Me incliné sobre él y aparté el gorro lo suficiente para dejar su frente al descubierto, aproximé a ella mis labios y le imprimí su calor. Cerré los ojos. Él también los había cerrado. El único sonido que escuchaba era su aliento, que se escapaba de su boca entreabierta, furtivamente. Lo interrumpí con el leve chasquido que finalizaba el beso. Fue entonces cuando hice un esfuerzo por dar media vuelta e irme.<br /><br />Un sonido extraño, como un estentóreo rugido, salió de la maquina. Un grueso cristal nos separaba a la doctora y a mí de él, que estaba expuesto a la agresiva radiación que emanaba aquella fiera metalizada. La marquita de su pecho… Ahí era donde se la aplicaban, justo en ese punto, donde estaba el tumor. La palpé, palpé la señal azul. Estaba debajo del pezón izquierdo, justo debajo, cerca de donde había sentido su corazón a través del estetoscopio. Era como si la notase a través de la camisa del pijama, sin apenas vislumbrarla. Las porosidades de la tinta, el tacto suave, mucho más que en cualquier otra parte de su cuerpo, la excitación de los poros de su piel cada vez que rozaba aquella zona. Y si me fijaba, sólo si me fijaba, sólo si cataba con la suficiente atención, notaba aquel jodido bultito, casi imperceptible. Solo antes de traspasar aquella puerta de hierro, mientras posaba mi mano en su pecho, y él dejaba la suya sobre la mía, lo había sentido. “No vas a poder con él, cabrón” me repetía una y otra vez mentalmente, mientras aquella máquina seguía funcionando “Sergey es mucho más fuerte que tú, hijo de puta, no vas a poder con él”. Contuve las lágrimas. Logré hacerlo hasta que lo vi salir, acostado en la camilla. Esperé pacientemente a que traspasase la puerta. Me saludó con una sonrisa. Le recibí con una alegría triste. Le acompañé a la habitación sin mediar palabra.<br /><br />Nos vimos arriba. La puerta cerrada a cal y canto. La señora de la cama de al lado, inmersa en la lectura de una revista de la prensa rosa. Le miré. Él me miró. Necesité abrazarle. No quise. Solamente dejé caer mi cabeza ladeada sobre su pecho, estando arrodillada al pie de la cama. No quise notar aquel puto bulto otra vez, no me vi con fuerzas. Ni siquiera rocé su pecho izquierdo más que con alguna de las puntas de mi pelo. Noté cómo se elevaba, alzando mi cabeza con él, y luego bajaba, muy lentamente. Apoyó una de sus manos en mi nuca, para aproximarme más.<br /><br />-Qué cariñosa estás hoy, enfermera Sabela.<br /><br />-No estoy cariñosa. Solo pensativa. Supongo.<br /><br />-Pues a mí me gusta que estés así mimosa.-enredó mi cabello entre sus dedos, reiterando el gesto de atraparlos y dejarlos escapar.<br /><br />-¿Acaso estás falto de mimitos?-susurré, sonriendo, bromeando.<br /><br />-Nah.-respondió, con indiferencia. Mas añadió al final:- Aunque tampoco están de más. Y menos si son de una chica guapa.</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-52917487156689702332011-10-20T08:34:00.000-07:002012-02-05T10:23:39.793-08:00Capítulo III<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_PRywNRAmUEu_RV40R_MnbuciijEIja_5IFejMApqak8QaEiGWC8p9faTI5b3NuimSj5x6ybVSSfMtRFXvwhVVcLoFKJNVCviLpqxce9TBJMtNkDIK_cQtp0qAH-8ryERMPPNuXh07f8/s1600/tumblr_lbubbaoAQN1qcxdnko1_500_large.png" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 258px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_PRywNRAmUEu_RV40R_MnbuciijEIja_5IFejMApqak8QaEiGWC8p9faTI5b3NuimSj5x6ybVSSfMtRFXvwhVVcLoFKJNVCviLpqxce9TBJMtNkDIK_cQtp0qAH-8ryERMPPNuXh07f8/s400/tumblr_lbubbaoAQN1qcxdnko1_500_large.png" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665598842649446642" /></a><br /><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: rgb(51, 51, 51); line-height: 14px; "><span class="Apple-style-span">"Bum, bum, bum"<br /><br />Escuché aquellos incesantes golpes cerca, muy cerca de mi oído. Taladraban mis sienes con fuerza, mas a la vez acariciaban mi mente con la mayor ternura imaginable. Susurros acaso, me indicaban que quedaba esperanza, que quedaba algo de vida, que la llama que clamaba apagarse ardía con más fiereza que nunca, como si fuese el preludio de su progresiva decadencia. Deseé con todo mi ser encontrar el aire cálido que la hiciese seguir encendida, mas supe que una brisa demasiado fuerte podría acabar con ella, con la llama, con él, con su corazón. Escuché aquellos latidos con suma atención, apoyando el estetoscopio encima de su pecho, colándose por la hendidura que dejaba su pijama entreabierto, un poco más abajo del pezón izquierdo. Sergey clavó en mí su mirada curiosa, casi insinuante, como siempre, aunque no le presté atención. Solamente me centré en que aquel corazón siguiese latiendo y no se parase. No se parase. No se parase.<br /><br />-¿No vas a decirme nada?-dijo, con aquella voz extremadamente grave.<br /><br />-¿Qué quieres que te diga?<br /><br />-Eso es cosa tuya, nena.-se encogió de hombros.-Sorpréndeme.<br /><br />Sonreí, mientras cambiaba de ubicación el frío metal, colocándolo justo en el medio de su pecho.<br /><br />-Respira hondo.-musité.<br /><br />Soltó un suspiro de hastío, al no recibir una respuesta atractiva a sus oídos. Comenzó a respirar tal y como le había indicado, cogiendo aire por la nariz y soltándolo por la boca. Poco a poco fue cogiendo velocidad, y noté cómo su corazón comenzaba a agitarse.<br /><br />-Respira más lentamente. Podrías marearte.<br /><br />Asintió, y siguió mi consejo, hasta que adoptó un ritmo lento y suave, que envolvía con su cálido murmullo aquellas palpitaciones, que comenzaban a estabilizase de nuevo. Alcé la vista hacia él, y él la intercambió conmigo. Nos sonreímos. Sintiendo la música que emanaba su interior, quizás no perfecta, pero innegablemente bella, agradecía mentalmente al doctor Domínguez por haberme cargado con su trabajo una vez más. Hacía apenas una semana que conocía a Sergey, y cada vez que miraba aquellos ojos verdes, en los que todavía podía ver una leve chispa de luz, notaba como si miles de hormiguitas se deslizasen por mis pies, subiesen a mi vientre, y luego a mi pecho, y tradujesen aquella sensación como un intenso rubor en las mejillas.<br /><br />-Tu corazón está bien.-musité, apartando el estetoscopio de su pecho. Él asintió, seguramente algo más tranquilo al saber que al menos que rodeaban sus pulmones enfermos estaba en perfectas condiciones.<br /><br />Me acerqué más a él, mientras subía su pijama, dejando la espalda al descubierto, y posaba allí aquel trozo de metal. Le ordené que volviese a respirar hondo y él lo hizo. Noté la impresión de su aliento muy cerca de mis labios, vibrante, envolvente. El suave eco de sus latidos resonaba todavía en mis oídos. Su respiración en cambio no sonaba tan acompasada. Escuché leves pitidos procedentes de su pecho al coger aire, imperceptibles a simple vista. Estaba preocupada, desde luego, mas ¿cómo expresárselo? No podía importarme. Separé el estetoscopio lo más pronto que pude y me mantuve en silencio. Ambos sabíamos el diagnóstico tácito.<br /><br />-Sergey, el médico me pidió que te sacase sangre para analizar. Teme que el tratamiento pueda producirte anemia o alguna otra carencia.<br /><br />Cogí las agujas del carrito, así como el algodón y una goma. Sergey se puso pálido al ver relucir la punta de la aguja, aunque intentó disimularlo. Se remangó un brazo, en el cual tenía el tatuaje de una serpiente enroscada a lo largo de toda su estructura, con unos sublimes detalles, que la hacían parecer casi real. Coloqué la goma, intentando frenar su torrente sanguíneo. Noté la dilatada vena de su antebrazo al poco tiempo, de un color azul celeste vista a través de aquella piel blanca inmaculada. Recostó la nuca en la almohada, mirando mis progresos. Se puso tenso en cuanto comencé a clavar la aguja.<br /><br />-Esto no te va a doler nada.-sonreí, mirándole tranquilizadora.-Relájate.<wbr><span class="word_break" style="display: inline-block; "></span>-intenté entonces cambiar de tema, para que se distrajese.-Es preciosa la serpiente, por cierto.<br /><br />-Vaya, muchas gracias.-me sonrió entonces él a mí.-Tengo más tatuajes a parte de ese. Uno en el pecho y otro en la nuca. ¡Ah! Y uno…en la muñeca.<br /><br />-Tienes que enseñármelos algún día.<br /><br />-¿Y tú qué? ¿Tienes tatuajes?<br /><br />-No.<br /><br />-¿No quieres o no puedes?<br /><br />-La verdad es que no tuve oportunidad. Un tatuaje tiene que ser algo…algo significativo, que tenga algún tipo de historia detrás. –miré de nuevo el suyo.-¿Qué simboliza la serpiente? ¿El…-aquella palabra se me atragantó.-la enfermedad?<br /><br />-Va soltando poquito a poco el veneno… hasta llegar a…-susurró, encontrando la similitud entre ambos términos. Negó, sonriendo.-No, la serpiente me la hice más que nada porque me gustó el diseño. Fue mi segundo tatuaje, me lo hice un poco a lo loco.<br /><br />Asentí, mientras llenaba el segundo pequeño tubo con su sangre, roja y espesa, hermoso color a trasluz.<br /><br />-¿Y cicatrices? ¿Tienes alguna cicatriz?<br /><br />-Una.-me sonrojé un poco.- ¿Y tú?<br /><br />-No quieras saberlo.-suspiró.-Y ¿dónde la tienes?<br /><br />Volví a ruborizarme, desviando la mirada hacia el tubo.<br /><br />-Vamos.-insistió Sergey.<br /><br />-Es una marca de nacimiento que tengo en el trasero, más nada.-susurré.<br /><br />-¡Dios, quién fuera cicatriz!-exclamó, provocando una risa nerviosa por mi parte.<br /><br />Saqué el tercer tubo. Le coloqué un algodón sobre el antebrazo y un esparadrapo encima. Iba a colocarlo en el carrito, junto a los otros, cuando Sergey me frenó, agarrándome por la falda.<br /><br />-Enséñame la cicatriz, por favor.-murmuró, acercándome a él.<br /><br />-¿Qué me das a cambio?<br /><br />-Lo que quieras.<br /><br />Pensé detenidamente. Recordé que uno de sus tatuajes fue mencionado casi por obligación. Sonreí pilla.<br /><br />-Enséñame el tatuaje de tu muñeca.<br /><br />Se mordió los labios, en gesto de desaprobación, mas cedió al final, alargándome la mano.<br /><br />-Trato.<br /><br />Le estreché la mano con firmeza, notando sus callos rozar mis dedos perfectos y finos. Recuerdo con total claridad aquella proximidad, aquel palpitante calor.<br /><br />-Trato.-respondí, satisfecha.<br /><br />Posteriormente, aguantando el botecillo de sangre con una mano, me bajé ligeramente el pantalón. Cerca del coxis se dibujaba una marca rosácea, con forma de cuña, cerca de la nalga derecha. Sergey emanó un leve gruñido de aprobación, mientras cataba con sus dedos, rugosos y cálidos, cada uno de sus recovecos, cada vena que transitaba por ella, cada resto de carne viva que se asomaba. Acercó los labios, sin más previo aviso, y los posó en la cicatriz. Inolvidable la algidez de su beso, imborrable aquella inexorable sensación que sacudió mi cuerpo como si fuese un bravo oleaje. Un escalofrío hizo que el bote se escurriese como un pez entre mis manos y cayese al suelo, esparciendo la sangre por los senderos que separaban las baldosas entre sí.<br /><br />-¡Mierda!-chillé, al tiempo que me subía el pantalón y me arrodillaba junto a aquel líquido bermejeado. No había nada que hacer. Ni una gota quedaba en el frasco.<br /><br />-Joder, lo siento.-murmuró Sergey, apretando los labios.-Venga, rápido, Sabela, reponla.-se remangó el otro brazo, en un impulso.<br /><br />-¿Estás loco? Estás en ayunas y te saqué mucha sangre. Podrías desmayarte.-fruncí el ceño ante la idea.<br /><br />-Créeme que si aguanto un cáncer, aguanto lo que me echen.-me miró serio.-O me pinchas o me pincho.<br /><br />Me sorprendió la decisión con la que me lo ordenaba, además de la increíble manera de digerir aquella horrorosa palabra, y la dolorosa realidad que arrastra consigo. Cerré los ojos, resignada y asentí, cogiendo de nuevo la aguja. Recordé que el paciente era el que andaba sobre su vida, y ante eso no había nada que yo pudiese hacer. Coloqué la goma cerca de su codo y pinché sobre la vena del otro brazo. Mientras su sangre comenzaba a correr, agitada, sobre un lecho de pequeñas burbujas blanquecinas, me detuve a observar su muñeca. En aquella era en la que tenía el tatuaje. Con una letra estilizada y hermosa, tenía grabados sobre la piel una lista de apellidos bastante amplia: Ivanov, Stavrovich, Korkasov…<br /><br />-¿Qué significan estos nombres, Sergey?<br /><br />Soltó un hondo suspiro, con un aire agotado.<br /><br />-Soy huérfano. Pasé gran parte de mi vida en el orfanato, alternando de una familia en otra.-se miró la muñeca, de soslayo.-Esas son todas las familias que no me quisieron. Era costumbre tatuárselas en la muñeca y enseñárnoslas unos a otros.-sonrió, con un ademán algo triste.<br /><br />-Joder, lo siento…-le miré, arrepentida.<br /><br />-No pasa nada. Lo mejor del pasado es que ya ha pasado, ¿no es cierto?-ensanchó su sonrisa, mostrándome sus dientes pequeños y amarillentos.<br /><br />Deslicé mis dedos, ahora llenos de curiosidad, hacia su cuello. La pérdida de sangre era demasiado significativa para él, y su corazón comenzaba a descompasarse, arremetiendo contra mis dedos. No podía pararse. No debía pararse. No se pararía. Retiré la aguja de su brazo cuando el tubo estaba lleno a la mitad.<br /><br />-¿No sigues llenando?-susurró.<br /><br />-Bah, le llega y le sobra.-dije, guiñándole un ojo, mientras guardaba el tubo junto a los otros dos.<br /><br />Me acerqué a la cama, colocándole bien las sábanas.<br /><br />-Le diré a la auxiliar que te traiga el desayuno.-sonreí, acariciándole la frente.<br /><br />Me dispuse a irme, tirando del carrito de las medicinas, cuando escuché una exclamación salida de los labios de Sergey, que me hizo soltar una sonora, sincera y casi tierna carcajada.<br /><br />-¡Espero veros pronto por aquí a ti y a la cicatriz!</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-55457521734246703082011-10-20T08:27:00.000-07:002011-10-20T08:30:12.260-07:00Capítulo II<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhN7bUN0aPqefZ9nPW8tWxiXQux-g4lNXzyB6pwvckr2LtspMzop1H1htHk6s-O7_OhQ4Q7wWof1HGrGZwV4YGUyPS0KiD0yNS680iu35FSx8gCPx7ba9zAx6HC_ySV2hFTo6gHaAszo94/s1600/sergey3.jpg" onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 266px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhN7bUN0aPqefZ9nPW8tWxiXQux-g4lNXzyB6pwvckr2LtspMzop1H1htHk6s-O7_OhQ4Q7wWof1HGrGZwV4YGUyPS0KiD0yNS680iu35FSx8gCPx7ba9zAx6HC_ySV2hFTo6gHaAszo94/s400/sergey3.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665597037946433698" /></a><br /><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; color: rgb(51, 51, 51); line-height: 14px; "><span class="Apple-style-span" >-Paciente 1.023, aquí tiene su medicación.-dije, mostrando una cordial sonrisa, mientras le tendía el vaso de agua y las pastillas a la anciana de la habitación 200.<br /><br />Posteriormente, me dirigí hacia la cama del joven, el cual miraba por la ventana, como la última vez, con gesto cansado. Apoyó las yemas de sus dedos largos en el cristal, haciendo que se deslizasen lentamente, dejando un leve rastro de vapor debido al calor que desprendían. Aquel vaho se fue disipando poco a poco, dejando solamente una pequeña cicatriz en el vidrio. Me acerqué a él, mientras intentaba recordar, algo tensa, todo lo que había investigado el día anterior.<br /><br />-Sergey Valo.-llamé su atención, alzando la voz.-Nacido el 22 de noviembre del 76. Aquí tiene su medicación.-le tendí el vaso, altiva.<br /><br />-Vaya, veo que has hecho los deberes.-sonrió, balanceando suavemente el agua de un lado a otro.<br /><br />-Ya ves, soy una niña muy aplicada.-reí levemente.<br /><br />Él también se rió, mostrándome una filita de dientes, algo amarillentos quizás por el tabaco. Su risa; entrecortada e inquietante, resonaba en mis oídos, traducida como un sonido bello y sincero. Tras reírse un rato, se tapó la boca con las manos, mientras arrancaba de lo más hondo de su pecho unos golpes de tos. Cerró los ojos con fuerza, dejando resbalar una lágrima por el esfuerzo. Me apresuré, aunque sin perder la calma, a coger una mascarilla. Le aparté las manos de la cara y se la coloqué sobre la nariz y la boca. Él la tomó entre ambas manos, mientras comenzaba a acompasar su respiración. Posé una de mis manos en su nuca, encima del gorro de lana; pude notar cómo se estremecía.<br /><br />-Según he visto…en tu expediente… tienes cáncer de pulmón.<br /><br />Asintió, pronunciando posteriormente unas palabras, amordazadas por la mascarilla:<br /><br />-Al final creo que hasta sabes demasiado sobre mí, nena.-soltó una tímida risita, quizás para procurar que no se repitiera el incidente.<br /><br />Me hice un sitio en la cama, para poder sentarme en uno de los bordes, a su lado. Intercambiamos de nuevo una mirada, en la que pude ver el sufrimiento que le confería aquella grotesca mascarilla. Dejé caer mi mano encima de la suya, haciendo encajar mis dedos sobre los de él, notablemente más grandes y delgados. Los acaricié, sintiendo su suavidad, y a la vez su algidez. Repasé, con mi índice, las dilatadas venas de que dibujaban cerca de sus nudillos. Percibí un ligero rubor en sus mejillas, mientras inspiraba sonoramente por la nariz.<br /><br />-Debe ser tan duro tener esta enfermedad a tu edad…-susurré, casi inconscientemente, acercando mi cabeza a su hombro.<br /><br />-Bueno, aquellos niños son mucho más jóvenes que yo y lo llevan bien.-sonrió dulcemente, acariciando mi mano con el pulgar.- ¿Por qué no iba a hacer lo mismo?<br /><br />Tragué saliva, mirándole a los ojos. La calidez de su mirada contrastaba con el incesante e inextinguible frío que desprendían sus dedos. Le dediqué también una sonrisa, quizás la más sincera que había esbozado desde hacía mucho tiempo. Él volvió a dirigir su mirar hacia nuestras manos, provocando otra vez que se sonrojara.<br /><br />-Supongo que ahora que sabes mi nombre debería saber yo el tuyo, ¿no?<br /><br />Me acerqué un poco más a él, intentando buscar abrigo cerca de sus brazos, ampliando mi sonrisa.<br /><br />-Me llamo Isabel, pero prefiero que me llamen Sabela, que es la traducción gallega de mi nombre. Tengo 26 años, y llevo 5 trabajando de enfermera en este hospital.-desvié la mirada, encogiéndome de hombros.-Supongo que eso es todo. Al menos por ahora.-concluí, con un aire misterioso.<br /><br />-Isabel.-repitió Sergey, con un marcado acento.-Enfermera Isabel.<br /><br />-Para ti, Sabela. A secas.-le di un pequeño apretón de complicidad en la mano.<br /><br />Volvió a mostrarme sus dientes en una bella sonrisa. Coloqué un mechón de mi cabello tras la oreja. Deseé que no terminase nunca la fusión de nuestras miradas. Quizás con el tiempo mis ojos adquiriesen un halo verdoso en el que pudiese verle reflejado, y los suyos se bañarían de la miel que conformaba los míos, de la que podría beber como si fuese el más exquisito y dulce licor. Recordé entonces que tenía pacientes a los que atender en la planta, que no podría entretenerme dejándome hipnotizar por el mirar esmeraldino de un joven ruso. Me levanté, no sin esfuerzo, de la cama, ante su asombro.<br /><br />-¿Ya te vas?-preguntó, emanando unos sonidos de nuevo amortiguados por la mascarilla.<br /><br />Me giré, para poder mirarle una última vez.<br /><br />-Sí, tengo trabajo que hacer.<br /><br />-¿Mañana volverás?<br /><br />Asentí, entrecerrando los ojos. Un suspiro se escapó de sus labios blanquecinos, como si fuese un permiso para poder irme. Comencé a taconear hacia la puerta, todavía sonrojada como una adolescente encaprichada. No me atreví a darme la vuelta, no quise contemplarle otra vez. Simplemente me quedé completamente inmóvil frente a la puerta, agarrando el manillar. El dulce ronroneo de su respiración, acentuado por la máquina a la que estaba ahora conectado, me hizo sonreír. Ojalá mañana, mañana…</span></span>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6812058966729448548.post-17070096328416383932011-10-20T08:20:00.000-07:002012-01-28T17:04:43.312-08:00Capítulo I<span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; line-height: 14px; "><br /></span><div><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; line-height: 14px; ">Paredes blancas, estrechas, me encierran como en un laberinto en el que la luz que señala la salida se ve lejana entre las horas. Personas ataviadas con colores inmaculados se pasean de un lado a otro intranquilas, mientras otras, con trajes del color del cielo, miran a la nada intentando que al menos su mente pueda salir de allí. Cada vez que coges aire, un amargo regusto a lágrimas invade todos los sentidos. ¿Es aquello el Cielo? Puedo decir sin miedo a equivocarme que es el Infierno teñido de tonos indefensos.<br /><br />El rítmico taconeo de mis zapatos negros hace que todo el pasillo enmudezca y me deje paso. La jefa de las enfermeras, quizás más inteligente que el 80% de los médicos de aquel lugar, y mucho más íntegra que el 20% restante, sembraba el respecto entre el resto del equipo del hospital. Aunque seguí caminando indiferente, ajena a las miradas, intentando llevar a cabo mi cometido.<br />El reloj que se alzaba encima de recepción marcaba las 6 de la tarde de un martes de invierno en el que estar allí encerrada era como estar en un mausoleo. Me tocaba darles las medicinas a los enfermos de mi planta. Empujé el carrito que las portaba, a la par que algunas jeringuillas, y resto de material de diagnóstico, sacando fuerzas de la nada. Quizás era cosa mía o pesaba más que de costumbre. Seguramente era porque aquella era una de las partes que más odiaba del día.<br /><br />Tras comenzar a hacer la ronda, me detuve enfrente de la habitación que estaba en medio del pasillo. La 150. Sabía con certeza que en esa habitación había ingresados un niño y una niña. No estoy segura, pero juraría que eran parientes. Primos, o quizás hermanos, más que nada por el parecido físico. Reveses del destino, supongo. Lo que sí sabía, de muy buena tinta, era que todos los niños de la planta se reunían en aquella habitación todas las tardes para jugar, casi siempre a las chapas. A veces traían un balón y jugaban al balonmano o al fútbol, aunque se arriesgaban a llevarse una buena bronca por parte de algún médico, o mía. Aún así, los comprendía perfectamente. Es desesperante ver cómo los días se escapan por la ventana entreabierta de la habitación. Entré, tras golpear un par de veces la puerta. Efectivamente, una manada de niños, en corrito, jugaban a las chapas. Aunque aquel día vi algo inusual. Entre los niños, de espaldas a la puerta, había una persona más mayor, que chocaba las diez con uno de ellos, seguramente por haber ganado una ronda. Carraspeé fuerte, para que me prestasen atención.<img src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhxzPHfHX9w9p4C-4o5LG1BEhtmzRy4wDy0Y5ZPllqwEyVcKcXvqlD6KtUwRSFFUiIkbkPaA_A8JFxQdrxEnbz46ylPiYTZbW9KponbuV7MFaLyl1BtfNJOYgKvcrXFfnlmB7mUjTwHSew/s400/eyes_set_to_kill_by_forever_only_yours-d2zd2rs.jpg" style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 236px;" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5665594951960620818" /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="border-collapse: collapse; line-height: 14px; "><span class="Apple-style-span"><br />-Venga, niños, a la cama. Es hora de las medicinas.<br /><br />Se dieron todos la vuelta para mirarme, incluido el desconocido huésped. Era un joven, de edad comprendida entre los veinte y muchos y los treinta y tantos. Tenía la piel increíblemente blanca, quizás más que cualquiera de los niños que estaban con él, o que la mía. Sus ojos eran de un verde intenso, que se entremezclaba con un azul del color del mar, hasta formar en su iris un remolino hipnótico, que me hacía mirarle fijamente, sin poder apartar la mirada. No tenía pelo, evidentemente, como ninguno de los que estaban en aquel pabellón, mas sus cejas eran de un color castaño oscuro. Iba ataviado con un pijama de dos piezas propiedad del hospital, color turquesa. Se cubría la cabeza con un gorro de lana negro, seguramente suyo, que se atusó un poco para intentar colocarlo bien. Soltó un sonoro suspiro de resignación, levantándose del suelo y saliendo por la puerta. Recuerdo que me rozó con un brazo al salir, provocando que mi vello se erizara. Intercambiamos una mirada. Me sonrió, antes de irse, y yo le dediqué una sonrisa recíproca, antes de escuchar los silenciosos pasos de sus pies desnudos dirigiéndose a su habitación.<br /><br />--------------------------<wbr><span class="word_break" style="display: inline-block; "></span>--------------------------<wbr><span class="word_break" style="display: inline-block; "></span>--------------------------<wbr><span class="word_break" style="display: inline-block; "></span>--------<br /><br />“Habitación nº 200” leí en el letrero que se alzaba encima de la puerta. La última habitación de la planta, la que estaba al final del pasillo. Tenía anotadas a dos personas que seguían tratamiento de quimioterapia, al igual que la gran mayoría de los pacientes de mi pabellón. Recordé que hacía apenas unos 5 días una paciente de aquella habitación había fallecido. Era una mujer de unos 40 años, aquejada de cáncer de colon. Me cuestioné si quizás el hombre que estaba con los niños estaría allí ingresado. Tragué saliva, y me atreví a girar la manilla de la puerta. Efectivamente, un biombo amarillo entreabierto separaba a una anciana y a él, al joven de los ojos verdes, los cuales volvió a clavar en mí con curiosidad, para posteriormente seguir mirando por la ventana, ajeno a mi presencia. Le las pastillas a la señora, para posteriormente acercarme a su cama.<br /><br />-Paciente 2.074.-musité.-Su medicación.<br /><br />-¿Paciente 2.074? ¿Acaso no sabe mi nombre?-alzó una ceja.<br /><br />-Bueno…no, señor,-me ruboricé, avergonzada.-como ve, no puedo aprenderme el nombre de todos los residentes.<br /><br />-Pero el mío sí.-me miró, sonriendo pícaro.<br /><br />Esbocé una sonrisa, poniéndome a su nivel.<br /><br />-Pues dígame entonces cómo se llama.<br /><br />-Investíguelo.-cogió sus pastillas y el vaso de agua.-Si no, no tiene gracia.-susurró, con una voz grave e insinuante.<br /><br />Me di la vuelta y me fui de la habitación, completamente ruborizada. En cuanto cerré la puerta, me dirigí a la sala de los expedientes. Necesitaba saber quién era él</span><span class="Apple-style-span">.</span></span></div>Venus Edge (Bleeding Amy)http://www.blogger.com/profile/09893776982732042043noreply@blogger.com3