jueves, 20 de octubre de 2011

Capítulo III


"Bum, bum, bum"

Escuché aquellos incesantes golpes cerca, muy cerca de mi oído. Taladraban mis sienes con fuerza, mas a la vez acariciaban mi mente con la mayor ternura imaginable. Susurros acaso, me indicaban que quedaba esperanza, que quedaba algo de vida, que la llama que clamaba apagarse ardía con más fiereza que nunca, como si fuese el preludio de su progresiva decadencia. Deseé con todo mi ser encontrar el aire cálido que la hiciese seguir encendida, mas supe que una brisa demasiado fuerte podría acabar con ella, con la llama, con él, con su corazón. Escuché aquellos latidos con suma atención, apoyando el estetoscopio encima de su pecho, colándose por la hendidura que dejaba su pijama entreabierto, un poco más abajo del pezón izquierdo. Sergey clavó en mí su mirada curiosa, casi insinuante, como siempre, aunque no le presté atención. Solamente me centré en que aquel corazón siguiese latiendo y no se parase. No se parase. No se parase.

-¿No vas a decirme nada?-dijo, con aquella voz extremadamente grave.

-¿Qué quieres que te diga?

-Eso es cosa tuya, nena.-se encogió de hombros.-Sorpréndeme.

Sonreí, mientras cambiaba de ubicación el frío metal, colocándolo justo en el medio de su pecho.

-Respira hondo.-musité.

Soltó un suspiro de hastío, al no recibir una respuesta atractiva a sus oídos. Comenzó a respirar tal y como le había indicado, cogiendo aire por la nariz y soltándolo por la boca. Poco a poco fue cogiendo velocidad, y noté cómo su corazón comenzaba a agitarse.

-Respira más lentamente. Podrías marearte.

Asintió, y siguió mi consejo, hasta que adoptó un ritmo lento y suave, que envolvía con su cálido murmullo aquellas palpitaciones, que comenzaban a estabilizase de nuevo. Alcé la vista hacia él, y él la intercambió conmigo. Nos sonreímos. Sintiendo la música que emanaba su interior, quizás no perfecta, pero innegablemente bella, agradecía mentalmente al doctor Domínguez por haberme cargado con su trabajo una vez más. Hacía apenas una semana que conocía a Sergey, y cada vez que miraba aquellos ojos verdes, en los que todavía podía ver una leve chispa de luz, notaba como si miles de hormiguitas se deslizasen por mis pies, subiesen a mi vientre, y luego a mi pecho, y tradujesen aquella sensación como un intenso rubor en las mejillas.

-Tu corazón está bien.-musité, apartando el estetoscopio de su pecho. Él asintió, seguramente algo más tranquilo al saber que al menos que rodeaban sus pulmones enfermos estaba en perfectas condiciones.

Me acerqué más a él, mientras subía su pijama, dejando la espalda al descubierto, y posaba allí aquel trozo de metal. Le ordené que volviese a respirar hondo y él lo hizo. Noté la impresión de su aliento muy cerca de mis labios, vibrante, envolvente. El suave eco de sus latidos resonaba todavía en mis oídos. Su respiración en cambio no sonaba tan acompasada. Escuché leves pitidos procedentes de su pecho al coger aire, imperceptibles a simple vista. Estaba preocupada, desde luego, mas ¿cómo expresárselo? No podía importarme. Separé el estetoscopio lo más pronto que pude y me mantuve en silencio. Ambos sabíamos el diagnóstico tácito.

-Sergey, el médico me pidió que te sacase sangre para analizar. Teme que el tratamiento pueda producirte anemia o alguna otra carencia.

Cogí las agujas del carrito, así como el algodón y una goma. Sergey se puso pálido al ver relucir la punta de la aguja, aunque intentó disimularlo. Se remangó un brazo, en el cual tenía el tatuaje de una serpiente enroscada a lo largo de toda su estructura, con unos sublimes detalles, que la hacían parecer casi real. Coloqué la goma, intentando frenar su torrente sanguíneo. Noté la dilatada vena de su antebrazo al poco tiempo, de un color azul celeste vista a través de aquella piel blanca inmaculada. Recostó la nuca en la almohada, mirando mis progresos. Se puso tenso en cuanto comencé a clavar la aguja.

-Esto no te va a doler nada.-sonreí, mirándole tranquilizadora.-Relájate.-intenté entonces cambiar de tema, para que se distrajese.-Es preciosa la serpiente, por cierto.

-Vaya, muchas gracias.-me sonrió entonces él a mí.-Tengo más tatuajes a parte de ese. Uno en el pecho y otro en la nuca. ¡Ah! Y uno…en la muñeca.

-Tienes que enseñármelos algún día.

-¿Y tú qué? ¿Tienes tatuajes?

-No.

-¿No quieres o no puedes?

-La verdad es que no tuve oportunidad. Un tatuaje tiene que ser algo…algo significativo, que tenga algún tipo de historia detrás. –miré de nuevo el suyo.-¿Qué simboliza la serpiente? ¿El…-aquella palabra se me atragantó.-la enfermedad?

-Va soltando poquito a poco el veneno… hasta llegar a…-susurró, encontrando la similitud entre ambos términos. Negó, sonriendo.-No, la serpiente me la hice más que nada porque me gustó el diseño. Fue mi segundo tatuaje, me lo hice un poco a lo loco.

Asentí, mientras llenaba el segundo pequeño tubo con su sangre, roja y espesa, hermoso color a trasluz.

-¿Y cicatrices? ¿Tienes alguna cicatriz?

-Una.-me sonrojé un poco.- ¿Y tú?

-No quieras saberlo.-suspiró.-Y ¿dónde la tienes?

Volví a ruborizarme, desviando la mirada hacia el tubo.

-Vamos.-insistió Sergey.

-Es una marca de nacimiento que tengo en el trasero, más nada.-susurré.

-¡Dios, quién fuera cicatriz!-exclamó, provocando una risa nerviosa por mi parte.

Saqué el tercer tubo. Le coloqué un algodón sobre el antebrazo y un esparadrapo encima. Iba a colocarlo en el carrito, junto a los otros, cuando Sergey me frenó, agarrándome por la falda.

-Enséñame la cicatriz, por favor.-murmuró, acercándome a él.

-¿Qué me das a cambio?

-Lo que quieras.

Pensé detenidamente. Recordé que uno de sus tatuajes fue mencionado casi por obligación. Sonreí pilla.

-Enséñame el tatuaje de tu muñeca.

Se mordió los labios, en gesto de desaprobación, mas cedió al final, alargándome la mano.

-Trato.

Le estreché la mano con firmeza, notando sus callos rozar mis dedos perfectos y finos. Recuerdo con total claridad aquella proximidad, aquel palpitante calor.

-Trato.-respondí, satisfecha.

Posteriormente, aguantando el botecillo de sangre con una mano, me bajé ligeramente el pantalón. Cerca del coxis se dibujaba una marca rosácea, con forma de cuña, cerca de la nalga derecha. Sergey emanó un leve gruñido de aprobación, mientras cataba con sus dedos, rugosos y cálidos, cada uno de sus recovecos, cada vena que transitaba por ella, cada resto de carne viva que se asomaba. Acercó los labios, sin más previo aviso, y los posó en la cicatriz. Inolvidable la algidez de su beso, imborrable aquella inexorable sensación que sacudió mi cuerpo como si fuese un bravo oleaje. Un escalofrío hizo que el bote se escurriese como un pez entre mis manos y cayese al suelo, esparciendo la sangre por los senderos que separaban las baldosas entre sí.

-¡Mierda!-chillé, al tiempo que me subía el pantalón y me arrodillaba junto a aquel líquido bermejeado. No había nada que hacer. Ni una gota quedaba en el frasco.

-Joder, lo siento.-murmuró Sergey, apretando los labios.-Venga, rápido, Sabela, reponla.-se remangó el otro brazo, en un impulso.

-¿Estás loco? Estás en ayunas y te saqué mucha sangre. Podrías desmayarte.-fruncí el ceño ante la idea.

-Créeme que si aguanto un cáncer, aguanto lo que me echen.-me miró serio.-O me pinchas o me pincho.

Me sorprendió la decisión con la que me lo ordenaba, además de la increíble manera de digerir aquella horrorosa palabra, y la dolorosa realidad que arrastra consigo. Cerré los ojos, resignada y asentí, cogiendo de nuevo la aguja. Recordé que el paciente era el que andaba sobre su vida, y ante eso no había nada que yo pudiese hacer. Coloqué la goma cerca de su codo y pinché sobre la vena del otro brazo. Mientras su sangre comenzaba a correr, agitada, sobre un lecho de pequeñas burbujas blanquecinas, me detuve a observar su muñeca. En aquella era en la que tenía el tatuaje. Con una letra estilizada y hermosa, tenía grabados sobre la piel una lista de apellidos bastante amplia: Ivanov, Stavrovich, Korkasov…

-¿Qué significan estos nombres, Sergey?

Soltó un hondo suspiro, con un aire agotado.

-Soy huérfano. Pasé gran parte de mi vida en el orfanato, alternando de una familia en otra.-se miró la muñeca, de soslayo.-Esas son todas las familias que no me quisieron. Era costumbre tatuárselas en la muñeca y enseñárnoslas unos a otros.-sonrió, con un ademán algo triste.

-Joder, lo siento…-le miré, arrepentida.

-No pasa nada. Lo mejor del pasado es que ya ha pasado, ¿no es cierto?-ensanchó su sonrisa, mostrándome sus dientes pequeños y amarillentos.

Deslicé mis dedos, ahora llenos de curiosidad, hacia su cuello. La pérdida de sangre era demasiado significativa para él, y su corazón comenzaba a descompasarse, arremetiendo contra mis dedos. No podía pararse. No debía pararse. No se pararía. Retiré la aguja de su brazo cuando el tubo estaba lleno a la mitad.

-¿No sigues llenando?-susurró.

-Bah, le llega y le sobra.-dije, guiñándole un ojo, mientras guardaba el tubo junto a los otros dos.

Me acerqué a la cama, colocándole bien las sábanas.

-Le diré a la auxiliar que te traiga el desayuno.-sonreí, acariciándole la frente.

Me dispuse a irme, tirando del carrito de las medicinas, cuando escuché una exclamación salida de los labios de Sergey, que me hizo soltar una sonora, sincera y casi tierna carcajada.

-¡Espero veros pronto por aquí a ti y a la cicatriz!

3 comentarios:

  1. Ofú! No me gustan las agujas >////< Y se me ha olvidado respirar en ese pequeño trayecto XD Escribes muy bien ^^

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    1. Muchísimas gracias! ^^ A mí me tienen que gustar, sino para trabajar estaría aviada xD
      A mí también me gusta cómo escribes tú ^^ Me encantaron los tres relatos de la muerte que sonríe, sobre todo el primero

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    2. Ach! haces que me sonroje >/////<

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