jueves, 20 de octubre de 2011

Capítulo IX


Líneas redondeadas acuchillaban la blancura de una silueta rectangular. El filo negruzco soltaba un polvillo oscuro a su paso, que se difuminaba con la ayuda de un larguísimo dedo. De repente, estallidos de color rojo, espirales verde oscuro, brillos amarillentos, sutiles pinceladas rosáceas, iban conformando poco a poco una figura esbelta, compuesta por infinitas y delicadas curvas, que parecían querer escaparse del marco en el que estaban impresas. El filo se fue acostando para repasar las sombras formaban cada una de estas, que aquel ente dibujaba en el suelo; volvió a erguirse, colocando en el blanco soporte su afiladísima punta, conformando esta vez rectas perfectas, que en algún momento se ondulaban, para caer grácilmente sobre una de las curvas. Coronó la figura de unos ojos penetrantes color miel, acompañados de unas longuísimas pestañas, unos labios rojos como dos pétalos de una rosa, y un cuerpo lúbrico, carente de vello, blanquísimo como el mármol. Observé todo el proceso tras la cortina amarilla, mientras la señora dormía. Sergey estaba dibujando.

-¿Así que también dibujas?-pronuncié, acercándome a él adornando mi rostro con una sonrisa.

Él giró la cabeza hacia mí bruscamente, sobresaltado por mi presencia, cubriendo el dibujo con sus manos en un acto reflejo, aunque al darse cuenta de que ya lo había visto, las fue apartando poco a poco, esbozando una leve sonrisa. Me senté al borde de la cama, como solía, y le abracé fuerte, cerrando los ojos con fuerza. Acomodé la barbilla en su hombro, ligeramente ladeada, para poder respirar en su oído, colmar aquella mejilla completamente pálida y consumida de besos. Me aparté muy lentamente, para colocar mis labios sobre los suyos, con extremada suavidad. Fue entonces cuando un trozo de plástico chocó con mi nariz. Entreabrí los ojos, para observar que en la nariz de Sergey había instaurada una pequeña mascarilla.

-Sergey… ¿qué coño…?-susurré sobre sus labios, clavando la vista en la mascarilla.

-No te preocupes, Sabela.-al ver que fruncía el ceño, se decidió a contármelo, a grandes rasgos.-He pasado una noche un poco mala, eso es todo.

Imaginé al instante lo que le había pasado, y no pude evitar apretar muy fuerte los puños en una expresión de impotencia. Sergey lo notó, y tomó uno de los puños en una de sus manos, cálida, tierna, dócil, mientras siseaba con mucha calma.

-Tranquila. No ha sido nada. Ya estoy mucho mejor.

Asentí, volviendo a posar mi mirada sobre la suya. Él me sonrió de manera tierna, como si nada hubiese pasado, y apartó los lápices de colores que había usado de la mesa. Por su estructura y composición, parecían bastante buenos. Rodeé su espalda con un brazo y su pecho con el otro, acurrucándome en él, observando el dibujo terminado.

-¿Quién es, Sergey?-pregunté.

-Eres tú.-respondió, algo sonrojado.- ¿Te gusta?

Examiné el dibujo con mayor detenimiento. En él, una escultural mujer, de piel marmórea, se acostaba sobre unas sábanas blancas, dejando salir del interior de su pecho y vientre miles de serpientes, desde pequeñas culebras hasta gigantescas pitones. Sus ojos felinos observaban fijamente a los reptiles, tomando algunos entre sus manos. Los suaves matices de color que la conformaban, a ella, a su cuerpo, a su fisionomía, contrastaban con las líneas toscas, severas, mas redondeadas, con las que estaban hechas las serpientes. Tras la figura, unas cortinas, de color amarillento, aunque con suaves toques blanquecinos, hacían resaltar el cabello oscuro color caoba de la mujer.

- Me encanta.-pronuncié, perdiéndome en la mirada penetrante y amarillenta de aquellas serpientes.

Deslicé los dedos por los restos de grafito que habían dejado los lápices de colores, palpando su textura oleosa, catándola con las yemas. Me pareció notar también todo el empeño que Sergey había puesto en aquella obra maestra. Si me fijaba en los trazos del dibujo, podría compararlo con una obra de la magnitud de Frida Kahlo. Quizás él, como había hecho ella en su tiempo, no pintaba sus sueños ni sus pensamientos, sino su propia realidad. Centré mi atención en el tatuaje de su brazo: la serpiente, mi vientre, desnudo… Todavía seguía apuñalado por el filo de la aguja el ojo del áspid.

-Por cierto,-susurró entonces, con aquel brillo pícaro que arraigaba en sus ojos con tanta frecuencia, cuando iba a hacer algo que podía parecerme mal.-ayer se me olvidó darte algo.

Arqueé una ceja, algo confusa por su afirmación, levantándome de la cama. Tomó entonces la guitarra, que estaba escondida bajo la cama, entre sus manos, apoyándola en sus rodillas, dejando las cuerdas boca arriba. ¿Querría tocarme alguna nueva canción? Fue lo que pensé, hasta que vi que sus dedos se deslizaban con habilidad por dentro de la tapa, levantándola un poquito, pudiendo vislumbrar el interior de la caja.

-Sergey, ¿qué haces?-exclamé, alarmada por haber roto su instrumento.

Me mandó callar, siseando levemente entre sus dientes. Entre sus dedos se prendaron un fajo de billetes de 10, los cuales extrajo del interior de la guitarra. Se acurrucó en el respaldo de la cama, contando en voz baja la cantidad de dinero, bisbiseando de forma casi inaudible. “Diez, veinte, treinta…” Tras contar, me tendió los billetes orgulloso, esbozando una amplísima sonrisa.

-Para ti.

-¿Cómo que para mí? ¿A qué viene esto?

-Te han despedido por mi culpa, Isabel, es lo mínimo que puedo hacer.-se inclinó para meterme los billetes en el bolso.-100 euros. Cuéntalos.

-Para eso querías la guitarra.-murmuré.

-Uno no se puede fiar de un banco hoy en día.-me enseñó su fila de dientes pequeños al sonreír.

-No puedo aceptarlo.-negué varias veces, devolviéndole los billetes.-Es la poca pasta que tienes, y no te la quiero quitar.

-Joder, mira que eres terca.-bufó.-Son tuyos. Yo tengo dinero de sobra.-se señaló a sí mismo, colocando su mano en posición horizontal, clavando sus dedos a lo largo del esternón.-Y no quiero excusas.-volvió a metérmelos en el bolso, rodeando mi cadera después.

-Sergey, me siento como una puta al recibir dinero de esta manera.

-Ambos sabemos que no eres ninguna puta, ¿no? Pues no se hable más. Cómprate algo bonito con eso, ¿hm?

Reí levemente, volviendo a sentarme a su lado, apoyando la cabeza en su hombro. No me apetecía discutir.

-¿Me enseñas algún dibujo?

Se quedó callado un instante, algo sonrojado, dejando la guitarra al otro lado de la cama y cogiendo de nuevo el block de dibujo, atrayéndolo hacia sí.

-Bueno, vale. Pero solo por ser tú.-recalcó.

Comenzó a pasar las páginas, muy lentamente, deslizando sus dedos ásperos sobre el filo de las hojas, con la suficiente agilidad como para no cortarse. El primer dibujo era un hombre. Aquellos ojos de un verde intenso, los labios finos, el cabello oscuro, no me dejaban la menor duda de quién era. Aparecía solamente tapado por una sábana blanca, recordándome al cuadro de “La columna rota”, aunque en este dibujo, la figura masculina tenía por gran parte del cuerpo extendidas como una especie de varices rojas, de un aspecto completamente desagradable, que a medida que acercabas la vista a su pecho, más recordaba a piel arrancada, a carne podrida, nauseabunda, sangrante, desgarrada. Me horroricé al ver aquel dibujo, lo suficiente como para apresurarme a separar la vista de él. Sergey lo notó enseguida, quizás porque había comenzado a temblar.

-Vamos, no te asustes.-dijo, con voz velada.- Ya sabes que cuando te enteras de que estás enfermo… no dejas de tener pensamientos apocalípticos, pero ya he superado esa fase.

Me apresuré a cambiar de página, sin pronunciar ni una sola palabra. El segundo dibujo era de un chaval joven hecho a carboncillo. Tenía un flequillo que le tapaba casi la totalidad de los ojos, y su nariz y su labio poseían pequeñas estelas plateadas, a causa de los piercings. Su nariz era bastante recta, no destacaba demasiado. Sus ojos eran rasgados, de un color aparentemente claro, con las pupilas dilatadas.

-¿Quién es?-pregunté.

-Sacha, un compañero del orfanato. Era casi como mi hermano. Mis padres murieron cuando yo tenía 11 años, y nunca tuve hermanos, aunque mi madre murió estando embarazada.-tomó aire con fuerza por la nariz, acentuándolo por la presencia de la mascarilla.-Sacha me enseñó muchas cosas que ahora sé hacer: Me enseñó a tocar la guitarra, a ser fuerte, a no dejarme doblegar por lo que digan el resto, a no llorar…-se quedó en blanco un instante.-A fumar.-susurró. Notó que me mordí los labios cuando pronunció aquella palabra.

-¿Y por qué enseñarte a no llorar? Es ridículo, necesitas expresar tus sentimientos.

-Ya.-se encogió de hombros.-Eso dicen. Pero allí en el orfanato estaba muy arraigado eso de que llorar era de débiles, y allí si eras débil te comían vivo. Quizás por eso también nos acostumbramos a los tatuajes, hasta el punto de no sentir apenas dolor cuando nos los hacían.-desvió la mirada hacia el techo.-Sacha tenía el cuerpo completamente tatuado, con dragones y flores de loto japonesas y esas cosas. Era casi como una segunda ropa.

-Tú tienes más tatuajes de los que me enseñaste, ¿no?-le miré curiosa.

-Así es.-asintió.

-¿Puedo verlos?

-Claro, ¿por qué no?

Apoyó la espalda sobre la almohada, colocada erguida en horizontal, mientras se desabrochaba los botones de la camisa turquesa del pijama. La abrió, dejando su pecho al descubierto. Impreso con tinta sobre su finísima piel, sobre sus costillas, rozando su esternón, atravesándolo de lado a lado, una frase, en ruso: не сдавайся, жить - это быть в бою. Deslicé mis dedos sobre el tatuaje, repasando cada una de las letras, intentando descifrarlas, palpándolas como si estuviesen escritas en braille.

-¿Qué pone?-murmuré, sin apartar la vista de su pecho.

Vi cómo se alzaba lentamente para coger aire con fuerza.

-“No te rindas. Vivir es luchar”.

Sonreí levemente, sin dejar de catar cada rincón de su piel, de acariciar aquel tatuaje, analizando mentalmente su significado.

-Es una frase muy bella, Sergey.

-Más bello quizás sea ponerlo en práctica. Solo para poder ver el resultado.-sonrió, mientras se colocaba bien la mascarilla con una mano, pues le molestaba.

Asentí, cogiéndole la otra mano, colocándolas ambas encima del tatuaje, repasándolo juntos, con una sonrisa en nuestros labios; melancólica en él, triste en mí. Me pregunté si se lo había hecho antes o después de caer enfermo, aunque no saqué fuerzas para cuestionárselo. Quería seguir gozando de aquel silencio, escuchando uno la respiración del otro, concentrándome en cada línea que conformaba aquella frase, en cada palabra, en cada pliegue de su piel, en su suavidad, cada altibajo. En ese momento, Sergey se enderezó, inclinándose levemente hacia delante.

-Todavía te falta ver uno.-sonrió.

En ese momento, apartó levemente el gorro de lana, lo suficiente como para dejar la nuca al descubierto. Era una serpiente, pero de apariencia todavía más realista, con trazos casi grotescos, y a la vez innegablemente bellos, dulce el brillo de las escamas, cegador. Estaba dispuesta de manera circular, de modo que entre sus afilados dientes se instauraba su cola, chorreando veneno. Me quedé impresionada ante aquel redondeado trazo, ante aquel detalle.

-¿Qué simboliza?

-La serpiente que se muerde la cola es el eterno devenir, la lucha entre contrarios que nunca encuentra un claro vencedor, que se complementan. La rueda que gira y gira. Al fin y al cabo, ¿qué es la luz? La ausencia de oscuridad, y la oscuridad es la ausencia de luz. La felicidad es la ausencia de tristeza, y la tristeza la ausencia de felicidad. La libertad es la ausencia de esclavitud, y la esclavitud la ausencia de libertad. La muerte es la ausencia de vida, y la vida…

-Sergey, la vida no es la ausencia de la muerte.-interrumpí.

-Solo lo es si vives como si no existiera.-mostró una amplia sonrisa.

Sonreí ampliamente, mostrándole todos y cada uno de mis dientes, sin importarme que se fijase en mi colmillo torcido. Vivir como si no hubiese muerte, como si todo fuese eterno, para siempre. Disfrutar de cada momento, de cada sonrisa, de cada beso, y almacenarlos como si fuesen pequeños tesoros que nunca se van a evaporar, cada uno más valioso que el anterior, más sincero, más puro. Justo por eso tenía que seguir luchando, por muy poderoso que fuese el enemigo, por muy dolorosas que fuesen una tras una las innumerables derrotas que le brindaba, desde el hecho de estar en el hospital, hasta aquella mascarilla, mismo aquel jodido bulto era una gran batalla a medio vencer. Deslicé mis dedos por el tatuaje, repasando la frase, volviendo a analizarla, a releerla, a traducirla, y a sonreír. En ese momento, noté que Sergey sabía que, a pesar de que fuese una y otra vez derrotado, a pesar de que la vida le hiciese caerse y caerse al suelo, siempre me tendría para sostenerle y poder luchar juntos.

1 comentario:

  1. Sergei es muy bueno dibujando pero tú eres muy buena describiendo tales dibujos. Tanto, que no he tenido que hacer esfuerzo alguno para vislumbrarlos :D Sergei es un valiente, ahí, aguantando lo indecible, ahora con el apoyo de Isabel. Ais, no dejo de pensar que seguramente tenga un final funesto. Pero no hay que perder la esperanza, ¿cierto?

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